En un valle cerrado de Oiartzun, entre caseríos y al pie de un pequeño cauce, Iñigo Segurola ha encontrado un refugio botánico, pero también personal, en Lur Garden. A este “jardín de jardines”, como lo denomina él, ha dedicado gran parte de estos últimos ocho años, desde que se rompió y tuvo que resetearse. “Llegó un momento en el que el cuerpo me obligó a parar y empecé a volver a escucharme y ver dónde me encontraba”, cuenta el paisajista, que recibe a NOTICIAS DE GIPUZKOA mientras ultima la puesta en marcha del jardín de cara al inminente comienzo de una nueva temporada de visitas.

“¿Habéis podido llegar bien? Es un camino interesante, ¿eh?”, pregunta Segurola nada más entrar en sus dominios. Situado a 20 minutos andando desde el barrio de Iturriotz, Lur Garden es un pequeño enclave de paz, casi místico, al que se accede a través de un caminito situado junto a una poza que, tras varios días de fuertes lluvias, desciende cargada de agua, y a la que le rodean decenas de helechos arbóreos australianos. Atrás queda una pista de hormigón con varias cabras curiosas ante cualquier nueva presencia en la zona.

Segurola y su antiguo socio y expareja, Juan Iriarte, descubrieron esta parcela hace unos años y se enamoraron de ella. “Dar con un terreno en horizontal y sin un polígono industrial al lado en Gipuzkoa, a dos kilómetros de la casa en la que vivíamos y a uno y medio de la civilización, era un sueño”, cuenta, por lo que, tras un año de gestiones para comprarlo y otro tanto para conseguir la licencia de construcción, pudo empezar a dar forma a la que ha sido su “gran experiencia de vida”.

“Un jardín es una vivencia personal. Antes era muy obsesivo, pero he aprendido a no luchar contra nadie”

“Fue como adoptar quintillizos dependientes en absoluta soledad. Durante los primeros años, me abandoné y solo fue trabajar y trabajar. No fue hasta que, a través del yoga y la meditación, empecé a darle la vuelta y coincidió, además, con un momento en el que el jardín empezaba a tener una vida adulta”, revela. El resultado a tanto esfuerzo son dos hectáreas que albergan un número indeterminado de colecciones botánicas procedentes de todo el mundo –“He sido de trabajar sin parar y no he documentado nada”, apunta–, con varias pozas y un pequeño edificio diseñado por el arquitecto Jon Begiristain que sirve tanto de estudio como de invernadero.

Pero, además, Lur Garden se ha convertido en un refugio en el que Segurola ha podido volver a encontrarse a sí mismo. “Un jardín es una vivencia personal. Antes era muy obsesivo y controlador, pero he aprendido a no luchar contra nadie. El topillo, por ejemplo, ha sido siempre mi gran enemigo en el jardín y he peleado contra él con trampas, venenos, gases, ultrasonidos, gatos... No ha sido hasta que he hecho la paz con ellos cuando realmente se ha reducido su incidencia. En la vida hay que dejar fluir y el jardín puede ser muy esclavizante si lo que quieres es un nivel muy grande de perfección mental. Te puede demandar todo el tiempo del mundo, pero también puedes aprender a compensarlo con el feedback que él mismo te da”, asegura.

“Un jardín nunca va a ser autónomo”

Desde el primer momento, Lur Garden nació con una vocación pública, como un espacio visitable en el que descubrir diferentes colecciones. De este modo, cada año, desde Semana Santa hasta finales de octubre, el jardín abre sus puertas a todas aquellas personas que desean conocerlo. Para ello, es necesario realizar una reserva a través de su página web, ya que el aforo está limitado a un máximo de 75 personas por día. Existe la opción de visitarlo tanto por libre como a través de una visita guiada que realiza el propio Segurola durante tres horas. “Doy una buena chapa explicando el jardín y alucino porque nadie se aburre, pero es que tampoco me aburro yo de hacerlas”, comenta con humor. 

“Fue como adoptar quintillizos dependientes en soledad. Me abandoné y y solo fue trabajar y trabajar”

La visita, a la que habitualmente se incorpora alguno o varios de los cuatro gatos que habitan en el jardín, comienza en la entrada de un recinto dividido en zonas ovoidales. A diferencia de la mayoría de los jardines europeos de este tipo, cuyas “habitaciones” suelen estar divididas por líneas octogonales formadas por setos de haya, Lur Garden lo está por varias formas con aspecto de huevo. Esta imagen, que nace de unos aros metálicos sobrantes de un proyecto anterior, se reparte por todo el recinto, generando cierta aura mística que su propietario fomenta al señalar que, durante una visita, un geobiólogo habría determinado que el jardín contaría con una carga energética similar a la de los espacios espirituales.

El punto álgido de este campo inmaterial estaría en el llamado jardín del espejo, un pozo planteado como una lámina de agua al que se decidió no introducir ninguna planta acuática. “Hemos creado algo místico. Yo, que hago yoga y medito una vez al día, hice una vez un paseo meditativo con mi profesor alrededor del agua durante una hora. Fue algo increíble”, asegura.

El recorrido del terreno continúa por varios espacios más como el jardín de la extravagancia, destinado a las plantas más coloridas; el de las hojas grandes, con varias alocasias, también conocidas como orejas de elefantes, que crean un entorno en el que el visitante “parece estar en Costa Rica en Oiartzun”; el jurásico, con un jardín de musgos que ha conseguido crear gracias al uso de mantas que habitualmente se utilizan para la construcción de chabolas en el entorno; un laberinto de hortensias; un túnel de calabazas; y un invernadero.

“Aquí no lo hay tanto, pero en Europa existe un turismo muy grande de visitas a jardines”

Con tal número de vegetación, Lur Garden también es un parada idónea para numerosas aves como la garza real, los patos azulones y los cormoranes. “Siempre he definido a un jardín como un espacio dependiente del jardinero. Nunca va a ser autónomo. Al principio necesita de unos cuidados intensivos, pero luego todo fluye de manera más natural”, apunta, al tiempo que pone en valor la habilidad por mutar que tiene en cada una de las estaciones.

“Aquí no lo hay tanto, pero en Europa existe un turismo muy grande de visitas a jardines. Cuando vienen aquí, muchos me preguntan qué más pueden ver en Gipuzkoa y les digo que Chillida Leku, que es un jardín con esculturas, e Iturraran, en Pagoeta, pero no hay mucho más”, asegura. Ahora, tras ocho años de esfuerzo, el trabajo de Segurola empieza a ser una referencia conocida para muchos paisajistas y jardineros. Un proyecto nacido de la pasión y que ha supuesto un antes y un después en la vida de su creador. “Creo que mi propósito en la vida era construir esto. Lo he cumplido, por lo que me puedo morir tranquilamente”, sentencia.