Europa se enfrenta a un problema desconocido que apenas ha dado un aviso, pero ya ha puesto en alerta a los expertos. Incendios forestales en países como Hungría, Eslovaquia, Eslovenia, Austria, entre otros, sentaron un precedente peligroso el año pasado y advirtieron a los países de Europa central de que “los incendios forestales han dejado de ser un problema exclusivo de los países mediterráneos”. Latitudes en las que el fuego no estaba llamado a la fiesta ardieron en 2022 y rompieron barreras, provocando que en la Unión Europea (UE) se quemase la mayor cantidad de superficie forestal en los últimos 30 años: casi 660.000 hectáreas hasta septiembre y de todas ellas, más de 290.000 en el Estado español, que también registró su récord. Los expertos aseguran que estamos ante “un punto de inflexión” y piden, ante esta amenaza “creciente”, una gestión más activa del territorio, una política más centrada en la prevención, y que choca con las políticas actuales, orientadas hacia la no intervención.

Gipuzkoa no es ajena a esta realidad, aunque realmente es un territorio no propenso a incendios forestales, debido a los niveles de humedad ambiental que le proporciona su clima, con notables precipitaciones que se reparten durante todo el año y temperaturas no excesivamente altas. Pero los expertos apuntan a que el cambio es inevitable y que las reglas que funcionaban hasta ahora dejarán de hacerlo en cualquier momento. Un total de 1.214 hectáreas ardieron el año pasado en territorio guipuzcoano; el doble de toda la superficie que ocupa Lasarte-Oria.

Casi una decena de expertos: investigadores, académicos, gestores forestales y bomberos participaron la semana pasada en las jornadas sobre prevención de grandes incendios forestales organizada por Basoa Fundazioa y la Unión de Selvicultores del Sur de Europa (USSE) en los Cursos de Verano de la UPV/EHU que se organizan en Donostia. Todos coinciden. Cada vez hay menos incendios, muchos menos que en los 80 y los 90, pero son de “mucha mayor intensidad” y que hay que “pastorearlos” para prevenirlos. Aseguran que ya vamos tarde.

Asier Larrañaga Otxoa de Egileor, subinspector del Grupo de Actuaciones Forestales de los Bomberos de la Generalitat de Catalunya, lo explicó mediante una metáfora: “Estamos subidos en una montaña rusa, justo en ese momento en el que estás subiendo despacito, clac, clac, clac, y va a llegar un momento en el que al llegar arriba, vamos a comenzar a bajar a toda velocidad, pero la realidad es que ya estamos subidos a ese tren y no podemos bajar”.

Los ponentes coincidieron en que “estamos a un paso de que nuestras masas forestales hagan clic” en este escenario de calentamiento global y cambio climático y algunos reiteraron que llevan tiempo advirtiendo “con poco éxito” a las administraciones de que hay que actuar de forma preventiva con una mayor gestión de nuestras masas arboladas, que el propio Larrañaga considera que “no son defendibles” en la actualidad.

Los “falsos mitos y la desinformación”, según estos expertos, mantienen en la “inconsciencia a la población general” y por extensión a las administraciones públicas. Según insistieron Víctor Resco de Dios, Asier Larrañaga, Ferrán Dalmau y Cristina Montiel, el sector forestal y el conservacionismo y los sectores ecologistas tienen que encontrar un punto de unión y entendimiento sobre ello. Incluso Greenpeace ha alertado ya del riesgo que supone el abandono forestal en tiempos en el que se impone la cultura de plantar y dejar hacer a la naturaleza, aseguró Dalmau.

El cinturón de seguridad cede

La conclusión de estos expertos es que estamos gestando un polvorín del que Gipuzkoa no está libre, según Resco de Dios, uno de los investigadores más citados de Europa sobre fisiología vegetal y ecología. Asegura que cada vez estamos más cerca de que se rompa el “cinturón de seguridad” que protege a las masas arbóreas de Gipuzkoa y de los Pirineos.

Las mediciones para la cordillera pirenaica, aseguró, es que un aumento de tres grados centígrados en la temperatura media (el objetivo de cambio climático es que aumente menos de dos grados para final de siglo), situarían a las masas forestales en una situación de estrés que les llevaría a prender con cualquier chispa. Es decir, llegará un momento en que esas masas que hoy no prenden con facilidad ante pequeños elementos de ignición, lo hagan a la mínima, desatando lo que sería una catástrofe de dimensiones impredecibles.

El problema, insistieron tanto Resco como Larrañaga, “no es el clima, sino la estructura de las masas forestales que tenemos” y la “continuidad de las mismas”, que abonan el terreno a fuegos que son capaces de devorar miles de hectáreas por hora. Según Resco de Dios, megaincendios como los que hemos visto en Canadá o Australia arrasarían una superficie equivalente a Gipuzkoa “en un día”.

Ferrán Dalmau-Rovira, ingeniero forestal y experto en gestión integral de incendios forestales, que es asesor de varias administraciones, asociaciones forestales y grupos ecologistas como Greenpeace, aseguró que “tenemos que aprender a pastorear los incendios”.

Dalmau-Rovira es partidario de recurrir a los fuegos controlados y autorizados como elemento de gestión de las masas arboladas. Según sus cálculos, “el coste de extinción por hectárea oscila entre los 10.000 y los 19.000 euros, mientras que el coste de una gestión preventiva ronda los 2.200 euros por hectárea”, incluyendo fuegos preventivos, podas, claras y talas. Según este experto, sale más barato prevenir que extinguir incendios que “ya no podemos controlar” debido a su tamaño.

“Lo que no gestionemos nosotros lo gestionará la naturaleza y el fuego es para ello una herramienta natural”, sostuvo Resco de Dios. En su opinión, las masas forestales de Europa se reducirán de un modo u otro; es decir, de forma controlada, si se acomete una gestión preventiva adecuada, o de forma abrupta con incendios cada vez más violentos. “Sin gestión, la naturaleza se autogestiona”, explica.

De hecho, los primeros incendios del planeta se produjeron hace 420 millones de años. Justo cuando floreció la primera vegetación. Y la ciencia puede constatar que uno de los más catastróficos se produjo en la época conocida como el carbonífero, hace 350 millones de años, debido a la gran capacidad de vegetación que había. Las cenizas, arrastradas por el agua, acabaron con la vida de la microfauna, según explicó este investigador.

El problema, advirtió este experto, son las dimensiones que están adquiriendo los nuevos incendios que “no podemos apagar”. Y puso como ejemplo 2022, un año con valores récord de sequía en España que terminaron por arrasar espacios como la sierra de La Culebra, en Castilla y León.

Esos valores anómalos “serán la norma en 2035” debido al cambio climático, que ya está “desestacionalizando” las temporadas de incendios, haciéndolas más largas; y también está rompiendo el “cinturón de seguridad” que protegía a zonas húmedas como Gipuzkoa. Según Resco de Dios, las cifras récord de superficie quemada que manejamos ahora podrían resultar incluso “benignas” en 2050 si no se actúa debidamente.

Según este experto, “el 75% del área quemada el año pasado en la UE eran espacios protegidos”, justo cuando la “propuesta de la UE es aumentar la protección estricta de las áreas protegidas. Es decir, generar más leña”.

Cristina Montiel , catedrática de la Universidad Complutense de Madrid, experta en ordenación del territorio y geografía y responsable de líneas de investigación sobre incendios forestales, también defendió los fuegos controlados como herramienta de gestión. Montiel aseguró que gran parte de la literatura científica en el ámbito de la conservación está sesgada por la ideología, situando al hombre como elemento dañino para la naturaleza, y abogó por la corresponsabilidad social en este sentido. En su opinión, “durante siglo y medio, llevamos una avalancha de desinformación” que hay que revertir mediante la “educación”, algo que lleva mucho tiempo”, dijo.