Cada curso escolar, más de una centena de jóvenes guipuzcoanos con ceguera o baja visión acceden a aulas que no están adaptadas, a colegios con infraestructuras llenas de obstáculos y barreras, y a materiales escolares que no se ajustan al modelo DPT (Diseño Para Todos). “Cuando llega un niño ciego, los primeros que se asustan son los profesores y directores”, revela Merche Andrés, directora del CRI Donostia. Este servicio de apoyo del Gobierno Vasco lleva desde hace 40 años acompañando a los menores con problemas de visión del territorio en toda su etapa formativa, desde los tres meses hasta que empiezan en la universidad, pero también a las familias, necesitadas muchas veces de una tranquilidad y una garantía con la que poder saber educar a sus hijos, y a los centros escolares.

En torno a 160 niños se apoyan en la actualidad en el servicio del CRI en Gipuzkoa. Hasta diecisiete profesores y dos transcriptores, encargados de la adaptación del material, enseñan, guían y orientan a cada menor y a sus respectivas familias. “Por aquí pasan menores desde los tres meses hasta que tienen edad de ir a la universidad. Somos los encargados de darles el apoyo en todo su proceso educativo”, explica Esther Reoyo, jefa de estudios del servicio. Los más pequeños, los que tienen edad de ir a preescolar, aprenden a jugar en la misma sede del CRI en Donostia, mientras que a partir de los tres años son los propios profesionales del servicio los que se desplazan a los colegios.

“Los niños pueden llegar aquí de diferentes maneras. Muchas familias acuden a la ONCE y desde allí los reenvían aquí, pero también puede ser desde Osakidetza mismo, cuando nace un bebé que tiene problemas de visión, o desde los propios colegios, desde donde también se detectan casos al comprobar que un menor no ve bien”, cuenta Andrés. Una vez que el joven ha sido identificado, lo primero de todo es hacer una valoración personal, ya que, como las dos profesionales del servicio avisan, todos los casos son diferentes: “No hay dos niños iguales, ni dos familias iguales, ni dos colegios iguales”.

La directora del CRI Donostia, Merche Andrés. Gorka Estrada

El abanico de jóvenes a los que dan servicio es muy amplio, desde niños completamente ciegos a aquellos con diferentes percepciones y dificultades. “Cada caso es un mundo. Puede haber un niño que necesite mucha luz para ver y otro al que le haga daño tanta claridad”, apunta Reoyo, al tiempo que explica que, por ese motivo, es fundamental conocer a cada niño antes de preparar su inclusión educativa. “También sirve para tranquilizar a las familias, porque vienen aquí sin saber qué hacer y muy preocupadas por sus hijos”, añade la directora del centro.

Una vez se ha detectado la problemática del chaval, es turno de hablar con los colegios. En la mayoría de los casos, estos tampoco saben cómo actuar ante un alumno así y desconocen cómo adaptar su programa educativo y todo el material a su discapacidad visual. Para ello, vuelven a entrar los profesionales del CRI, encargados de orientar a cada escuela y de prestar lo que necesiten. “Con cada niño elaboramos un currículo ordinario, que es el mismo que tienen el resto de compañeros, pero adaptado a su condición, y otro currículo específico, que es todo aquello que deben aprender para ser uno más, desde las habilidades sociales hasta cómo ir a las clases o incluso saber reconocerse como ciegos”, detalla Andrés.

Una antigua telelupa, ya en desuso. Gorka Estrada

De este modo, desde su sede en Donostia enseñan braille, mecanografía, las diferentes aplicaciones tecnológicas y “todas las técnicas que puedan utilizar el día de mañana”. “Nunca les obligamos a nada. Nosotros les enseñamos todas las posibilidades que hay para que tengan la opción de elegir o no. Se trata de que tengan las mismas oportunidades que el resto”, apuntan.

Adaptar el material

El trabajo más laborioso tiene que ver con la adecuación del material. Los niños necesitan tener los libros de texto, cuadernos y ordenadores adecuados a su condición, y de ello se encargan los profesionales del CRI. Además de ceder los aparatos que se necesiten, llevan a cabo toda la encuadernación en relieve de los materiales que aporten los profesores. Lo hacen en una sala llena de aparatos, desde impresoras en braille hasta máquinas que elevan los contornos de los dibujos. Todo lo que sea necesario para que el menor con baja visión pueda ser uno más en la clase.

“Les pedimos a los profesores que nos manden el material como mínimo quince días antes para poder tenerlo listo. No todos lo hacen, pero no nos aburrimos”, ríe Reoyo, mientras explica que las nuevas tecnologías han facilitado mucho el servicio. “Ahora, cada niño con un ordenador un poco más grande que el del resto se las apaña. Es mucho más fácil para ellos y también para los profesores”, observa. Esta ventaja se agradece especialmente en los libros y cuadernos de texto, ya que lo que en castellano o euskera es una novela pequeña de pocas páginas en braille se convierte en cuatro o cinco cuadernillos de gran formato que deben cargar consigo.

Biblioteca con cuadernos en braille, en la sede del CRI Donostia. Gorka Estrada

A ello hay que sumar los juguetes y los cuentos dirigidos a los más pequeños, que también deben estar adaptados al tacto. “Tocar algo es muy abstracto si no se da un contexto. Es necesario saber si está cogiendo por el lado correcto o no”, indica la jefa de estudios, quien hace una reivindicación a favor del modelo DPT, según el cual, cada objeto debería hacerse para ser utilizados por todas las personas, en la mayor medida posible, sin la necesidad de adaptaciones o diseños especializados.

“Tenemos que conseguir que se mire a los niños más allá de sus ojos. La baja visión o la ceguera no deben ser un impedimento para que no sean uno más”, indican las profesionales del CRI, añadiendo que su apoyo no es solo educativo, también evolutivo. “Les damos las herramientas y las técnicas que existen para que estén al mismo nivel que sus compañeros. Hay algo de creencia de que se les dan facilidades porque son ciegos, pero no es así. Se les da lo que necesitan para estar en igualdad”, puntualiza Andrés. Con ello, la inclusión en los colegios está sin duda más cerca.