A pesar de que el 90% de los casos de deficiencia visual son evitables, 1.100 millones de personas viven con pérdida de visión en el mundo. Para sensibilizar sobre ello, con motivo del Día Mundial de la Visión que se celebra hoy, la iniciativa Munduko Begiak ha preparado una serie de actividades que tendrán su colofón el día 22 con un concierto solidario en Musikene.

¿Cómo surge Munduko Begiak?

El proyecto nace en Barcelona en 2001 fruto del viaje que hicieron Rafael Ribó y Borja Corcóstegui a los campamentos de refugiados en el Sáhara para ver las necesidades que había en la mejora de la visión. Se dieron cuenta de que se podía hacer mucho con poco presupuesto, como curar a la gente de cataratas, algo por lo que aquí no nos quedamos ciegos, pero allí sí. Se lanzaron en esa aventura y poco a poco se fueron abriendo nuevas delegaciones en todo el Estado. La de Euskadi llegó en 2004.

Imagino que todas las delegaciones trabajarán en común.

Formamos una misma Fundación, pero las de Euskadi y Navarra son las que más actividad tienen y las que mayor apoyo cuentan de la sociedad y de las instituciones.

¿En qué países trabajan?

Mantenemos proyectos permanentes en los campamentos saharauis en Tinduf y en Malí, Mozambique y Bolivia. La Fundación tiene como objetivo principal erradicar la ceguera que se puede evitar, pero hacerlo con estructuras permanentes, de forma que se atienda a las personas las 24 horas del día los 365 días del año. Estas estructuras nos han permitido que durante la pandemia se mantuviese la atención a las personas. Hay entidades que actúan con proyectos concretos para paliar una necesidad. Nosotros incidimos en la formación de personal local, porque es la forma de que las estructuras sean a largo plazo y la atención sea de calidad.

Una de sus máximas es que luchar contra la ceguera es luchar contra la pobreza. ¿En qué condiciones sanitarias se encuentran estos países?

Son países con unas necesidades vitales y de emergencia en muchos casos muy fuertes. La dotación para salud ocular puede ser nula. En Mozambique, por ejemplo, no se utilizaba ni un solo dólar. La redes sanitarias son reducidas y lo poco que hay está agrupado en las ciudades, por lo que hay extensísimas zonas en las que no existe. Con todos los problemas que hay de transporte. Tratamos de trabajar con las autoridades sanitarias locales y conseguir que todas estas estructuras acaben integradas en los sistemas públicos de salud. Primero con el apoyo y la colaboración de la Fundación, y a medio o largo plazo con la integración. Por eso es tan importante la formación de personal local.

¿Las personas que viven allí son conscientes de que tienen un problema de visión?

Es curioso. Muchas personas sí, pero existe un sentimiento fatalista de su salud. Piensan que, cuando pasa cierto tiempo, las dolencias que tienen son inevitables e irreversibles, por lo que no intentan poner remedio. Sin embargo, en la mayoría de los casos la ceguera que padecen es evitable. La mayoría no sabe que existen recursos para solucionarlo y no tienen ni idea de a dónde deben acudir o, si lo saben, no tienen medios de transporte para poder hacerlo.

Imagino que esa incosciencia afectará al desarrollo de los territorios.

Claro. La falta de visión afecta a todos los ámbitos de la vida. Un niño que no ve bien correctamente no puede estudiar y, por lo tanto, pierde oportunidades, mientras que un adulto pierde la capacidad de trabajar y de integrarse en la comunidad. Dejan de ser personas valiosas y quedan relegadas. Eso pasa mucho con las personas ancianas, que se convierten en un lastre para el progreso. Una persona que recupera la visión, recupera una cantidad de potencialidades tremenda.

Unas gafas pueden cambiarlo todo, ¿no?

Aquí nadie pierde la capacidad de trabajar porque necesite unas gafas. Parece una tontería, pero yo misma, si no las tuviese, no podría estar trabajando en lo que hago. Allí tener unas cataratas es estar perdido. La ceguera evitable se evita con poquísimo dinero y con mucha facilidad.

Todo este material, ¿lo mandan o se intentan fabricar allí?

Si hay que comprarlo siempre se procura que sea allí porque mejora el mercado local. En el tema de las gafas es delicado, porque deben ser adecuadas a cada persona. Por eso no hacemos campaña de recogida. Desarrollamos proyectos de creación y mantenimiento. En Mozambique, concretamente, tenemos dos iniciativas para ello. Una es una óptica móvil, una furgoneta que va yendo de aldea a aldea viajando para hacer las revisiones.

Esta accesibilidad está especialmente limitada para las mujeres. ¿Por qué?

Si ya en el mundo desarrollado en el que vivimos tenemos obstáculos, imagínate en estos países. Las mujeres son las más pobres porque no tienen recursos propios y porque muchas veces están sometidas al marido, pero hay más problemas. Las mujeres no tienen a nadie en quien delegar los trabajos de casa y el cuidado de los animales, por lo que no pueden viajar para ir a tratarse. Esas responsabilidades las cargan encima. Además, en los centros de salud no se les trata en términos de igualdad y hay lugares en los que se le exige que vayan con un acompañante. Luego hay otra cosa que para mí es sangrante, que son las niñas que abandonan la escuela para atender a las personas discapacitadas. Una persona con mala visión necesita a alguien casi de forma permanente y esa persona suele ser una niña que tiene que abandonar la escuela. Hay un problema de visión que le afecta de forma indirecta.

Esta labor será la más complicada de cambiar.

Es un proyecto a más largo plazo. Se trata de incentivar dando oportunidades para que puedan viajar incluso con sus hijos a los centros de salud, se hacen charlas y formaciones y también se trabaja con los hombres. Hablamos de la transversalidad y del trabajo en género. Es un asunto menos visible, pero igual de necesario.