Daniel Muñoz. Hacía unas semanas que recorrimos aquel paraje de la mano del amigo Óscar Puente, que ahora ha perdido sus pastos y sembrados, y almorzamos en Casa Pepa de Ferreruela de Tábara. No dejen de ir, cuando visiten la sierra de la Culebra. De esa misma localidad era Daniel Muñoz, brigadista fallecido en el incendio de Losacio. Ahora sus vecinos lloran su ausencia y se lamentan de la escasez de medios de los que disponen y la poca consideración que les dispensa la Junta.

Angel Martín Arjona

Es el heroico voluntario bilbaino que, con una excavadora, intentó crear un cortafuegos para proteger la localidad de Tábara y resultó con el 80% de su cuerpo quemado. Desde aquí le animamos y deseamos su pronta recuperación. También los de Zamora nacen donde quieren.

Incendios forestales

De mi estancia en el parque de bomberos donostiarra, investigando en sus archivos para escribir su historia, aprendí, con buenos maestros, una serie de rudimentos. Los tres elementos para que exista el fuego son el combustible (hierba seca, ramas, zarzas, árboles caídos), calor (energía de activación) y oxígeno (comburente), y todo esto se vuelve peligroso cuando la temperatura excede de 30 grados, la humedad relativa baja del 30% y la velocidad del aire supera los 30 km/hora.

El régimen de incendios forestales se modificó bruscamente a partir del “segundo franquismo”, entre 1959 y 1975, que pomposamente se denominó el “milagro económico español”, la gran transformación económica y social que, lamentablemente, no fue acompañada por cambios políticos. Se incrementaron los usos agrícolas frente a los aprovechamientos forestales y la mecanización del campo, a la que accedieron las explotaciones agrícolas de tamaño medio o grande, provocando la desaparición de las pequeñas y forzando el éxodo rural hacia las ciudades. Se sustituyó el combustible vegetal (leña) por el fósil.

En este preciso momento, debido a la actividad humana, los niveles de CO₂ en la atmósfera son ya un 50% más altos que en la época preindustrial y, como consecuencia, el mundo se ha calentado 1,1ºC en promedio, con tendencia al alza. A medida que aumenta la temperatura, los episodios de sequía, olas de calor y descenso de la humedad se hacen más frecuentes y extremos, elevando el riesgo de incendios forestales y ampliando el periodo propicio para su aparición. Además, estos nuevos incendios son más grandes, intensos y difíciles de controlar. Se denominan incendios de sexta generación, que ocasionan mayores impactos en los ecosistemas y, además, emiten más CO₂ a la atmósfera.

Los recursos humanos y materiales no se improvisan en una situación de emergencia. Es necesario disponer de una estructura profesional de gestión del territorio y del riesgo, permanente y estable, que permita diseñar estrategias, anticipar dispositivos, prepararse para enfrentar el peligro y mitigar la vulnerabilidad del territorio y de la población, aunque, evidentemente, cuesten mucho dinero.

El incendio zamorano de la segunda quincena de junio estaba anunciado y previsto por los meteorólogos; otra cosa es que no estuviera preparado el dispositivo para hacerle frente porque las brigadas, “desde siempre”, se contratan el 1 de julio, no antes, con el único objetivo de que apaguen incendios. Nada de medidas preventivas, como hacen en Segovia, por ejemplo. El riesgo de vulnerabilidad era total en aquella ola de calor, “fuera de la temporada oficial”. De todas maneras, hay un dato curioso. Los tres mayores incendios de la historia en Castilla y León se han producido en esta década.

De tanto repetirlo se ha convertido en un mantra, pero nadie con poder de decisión se lo toma en serio. Los incendios del verano se combaten en invierno mediante la excavación de balsas de agua para el ganado y de reserva; con las quemas controladas, la creación de zonas de pastos alternando con bosque, el mantenimiento y protección del pastoreo de pequeños rumiantes como cabras y ovejas para el consumo de pastos y ramoneo de árboles, zarzas y arbustos; la limpieza de pistas y cortafuegos, eliminando los árboles caídos y la vegetación para evitar que el fuego, que avanza por el suelo, no suba a los árboles y gane fuerza y velocidad. Ya no se estila. Hay que dejar a la naturaleza que siga su curso, dicen los ecologistas de salón y, en consecuencia, se ha incrementado exponencialmente la biomasa forestal, convirtiendo a los bosques en un polvorín, especialmente en estas épocas de calor y sequía prolongada.

Es preciso conciliar la recuperación de la cubierta forestal, sin recurrir a las coníferas, con la gestión ganadera y cinegética, que fijan la población. Solo de esta manera resultan útiles y eficaces las ayudas posteriores para la regeneración y reconstrucción del territorio quemado.

La sierra de la Culebra es una “reserva regional de caza” cuyo objetivo es conservar y promover determinadas especies para aprovechar racionalmente esta riqueza cinegética. En el período 2004-2020 se han matado por caza oficial 113 lobos, al norte del Duero. Por un macho adulto se abonan más de 6.000 euros y sin garantías de éxito, porque se trata de un animal muy listo, lo que añade un plus a su caza. Tampoco es la reserva de lobos más importante de España, sino el cuarto territorio, superado por varios enclaves de la Cordillera Cantábrica entre Palencia y León y, por lo que deduzco del trabajo publicado por el Dr. S. Lino, de la Universidad de Oporto, en Paisajismo y urbanismo, de marzo de 2019, y titulado El papel del fuego en la distribución de los lobos y la selección del lugar de reproducción, la notable resiliencia de las poblaciones de lobos ante los incendios garantiza que el lobo seguirá en aquellos parajes. Los que han desaparecido y no volverán son esos pastores, bomberos de invierno, víctimas de sus ataques, pero, sobre todo, del desamparo de una Administración incapaz de entender sus demandas.

Hoy domingo

Marmitako. Melón y helado. Sidra de Saizar. Café. A Azpeitia, que hay cartel de lujo. l