Ardua labor de edición les aguarda con su nueva publicación. Nada menos que dos horas de charla, que se han ido en un suspiro, este jueves con personas usuarias del centro residencial de UBA, que gestiona Emaús, donde un grupo muy heterogéneo de almas en riesgo de exclusión trata de recomponer su proyecto vital.

El equipo de redacción se ha propuesto editar por segundo año consecutivo una revista en la que, en esta ocasión, el periodista se convierte en entrevistado, y los residentes del centro en entrevistadores. Y surge del encuentro un interesante intercambio de vivencias y opiniones que devuelve a sus artífices un papel protagonista, tantas veces relegado.

Dice Samuel Lizaso, el psicólogo de este centro en el que actualmente residen 35 personas, que son "ellos y ellas, cada uno en la medida de sus posibilidades, quienes tienen que protagonizar su vida y dar los pasos". Y con ese espíritu de colaboración se suma NOTICIAS DE GIPUZKOA a la propuesta, en torno a una mesa redonda en la que tienen cabida todo tipo de preguntas y de respuestas.

"Me gustaría saber cómo se plasma por escrito la vida de los demás", comienza diciendo el peruano Javier Salvatierra. No parece caer en la cuenta de que no hay más misterio que tirar del hilo de su propia vivencia. Él mismo, animado por los educadores del centro, así lo hizo un colegio de Errenteria.

Les contó entonces a escolares boquiabiertos que cuando cumplió 18 años se marchó de su país natal a Estados Unidos. Y les dijo que, por si fuera poco, lo hizo a pie. "Tardé meses en llegar a mi destino, después de pasar por nueve países", rememoraba este jueves. Y esbozaba media sonrisa al reconocer que, al cabo de los años, de tanto ir y venir por la vida, su particular sueño americano en realidad lo iba a encontrar en el País Vasco.

Aunque quizá sea mucho decir. Sabe lo que es dormir al raso por estas fechas. "Lo hice durante un año en el barrio donostiarra de Aiete". Y quiere pasar página. Y cerrar con su testimonio una etapa: abrazar el futuro con esperanza. Y en ese juego de ida y vuelta en el que se convierte la charla, pasa de ser entrevistador a entrevistado.

- "Javier, ¿qué le gustaría hacer con su vida?". Tras haber cumplido tres años de empadronamiento, responde sin titubeos. "Quisiera ir a Perú, donde está mi hijo al que no veo desde hace seis años".

ACTIVIDADES Y TALLERES

Le acompaña Sheila Padrones, técnica de Educación en Emaús Fundación Social. Tras escuchar el relato de Javier, reconoce que el proyecto de la revista "es la excusa perfecta para propiciar la relación de todas estas personas con la comunidad, con el entorno". Y asiente Ibon Yerobi, de 31 años, educador de actividades y talleres del centro.

Está convencido del potencial de cada residente, y comparte su empeño de sacar lo mejor de ellas y ellos con Sara Sánchez, integradora de 35 años. "La activación y ocupación es fundamental", y dicen que más aún por estas fechas de espíritu navideño convertido en una ceremonia de consumo hueco. "Las Navidades suelen ser complicadas, es cierto. Parece como que nos empeñamos en que sea una época especial cuando aquí, por ejemplo, hay personas de diferentes culturas a quienes estos días no les dicen nada, o sienten aún más soledad", describe Sánchez.

A diferencia de su compañero peruano, Kepa, otro de los residentes, no viene de otras latitudes. Revela en euskera que tiene a su familia cerca, pero que a su vez ocupa plaza en el centro desde hace año y medio. Tiene estos días un sentimiento ambivalente, "como si no quisiera estar aquí, pero tampoco con ellos", acierta a decir.

El hombretón que hace dos horas ha saludado campechano a la entrada del centro, es en esos momentos un niño que pone palabras a su dolor. "Es un sentimiento que siempre me ha acompañado", admite. Un cóctel de pastillas y alcohol estuvieron a punto de costarle la vida.

Despertó a los dos días, entre psiquiatras y mucho desconcierto. "Bastante he sufrido, la verdad. No sé, es el entorno que me ha rodeado desde txiki", resopla, sin quedarse de brazos cruzados. "Una cosa me enseñaron bien en casa: si no estudias, trabajas". Y no es casual que sea uno de los miembros más activos del centro a la hora de organizar actividades deportivas y salidas al monte, "con algún susto incluido", como bromea con la integradora Sánchez.

EL BIDÓN Y LA MANO DE HOUCINE

Houcine, en un discreto segundo plano durante toda la charla, rompe finalmente su silencio para explicar que llegó desde Argelia en patera. Fueron 22 horas a bordo de una embarcación sin rumbo. No fue más que el punto seguido de una vida, a sus 32 años, jalonada de dificultades. A Houcine le faltan los dedos de la mano derecha.

"He vivido mucho tiempo en la calle. Me ocurrió en un pabellón, en compañía de un amigo. Quería lavarme la mano y cogí un bidón sin saber que era ácido lo que tomé por agua". Perdió los dedos de su mano y cuatro meses de su vida en el Hospital de Cruces, donde se recuperó de sus graves heridas.

Después de pasar por un albergue temporal, vivió en uno de los edificios ocupados del Infierno, en la zona situada en el barrio de Ibaeta de Donostia, de donde fue desalojado como el resto de sus compañeros. "Ahora estoy bien. Quiero mejorar mi castellano y buscarme la vida", sonríe, agradecido por haber encontrado un centro con un equipo multidisciplinar.

"Una cosa es que hayan atravesado dificultades, pero otra bien distinta que no puedan elegir hacia dónde orientan sus vidas", insiste Lizaso, coordinador del centro y psicólogo de 46 años. "Lo importante es que sean ellos y ellas quienes recuperen el control de sus vidas". Y en eso están Javier, Kepa, Houcine y el resto moradores de esta gran familia.