donostia - Seis personas en situación de exclusión social severa y con importantes deterioros mentales disponen desde el pasado 1 de julio de una plaza en el centro residencial de Uba, en Donostia, que está gestionado por Emaús. Se trata del proyecto Ustez, un servicio pionero en Gipuzkoa, ya que es la primera vez que un recurso de este tipo ofrece atención especializada a personas con un perfil tan complejo. Y además, se trata de la primera iniciativa que se enmarca dentro del Programa de Inclusión Social de la Diputación Elkar-Ekin (que sustituye a la Ayuda de Garantía de Ingresos AGI), una apuesta que la Diputación hace por la inclusión social desde una perspectiva distinta: cambiando las prestaciones económicas por una atención especializada en función de las necesidades de los beneficiarios.

“En esta unidad, lo que buscamos es el bienestar psíquico, físico y social de estas personas, no que encuentren un trabajo a corto plazo o que tengan una casa, un coche, una familia y un perro. Se les ofrece atención especializada para que desde ahí, puedan desarrollar sus proyectos de vida”, precisa la directora del centro, Nerea Kortajarena, quien añade que, el objetivo último es que los usuarios del centro “se sientan cuidados, sepan que esta es su zona de confort”.

Un equipo de profesionales especializados atenderá a estar personas y controlará algunas de las pautas básicas de su vida diaria, como el cuidado personal, la higiene o la limpieza y el orden de sus habitaciones. Además, recibirán atención psicológica, de tal forma que dispongan de herramientas para “ser responsables con su tratamiento” o apoyo para “llevar adelante sus proyectos de vida, tomando conciencia de la situación en la que están y aprendiendo a resolver los problemas que se van dando en la convivencia”, explica Kortajarena.

jornadas estructuradas Además, el plano ocupacional tendrá un papel fundamental en el día a día. “Algunos tendrán actividades en centros especiales de empleo o empresas de empleo protegido; otros participarán de actividades que, aunque no son remuneradas, les van a permitir estructurar su día a día, estar ocupadas”, indica la responsable del centro.

La experiencia no ha hecho más que echar a andar. Los usuarios han comenzado a ocupar las que a partir de este momento serán sus habitaciones y cuatro de las seis plazas disponibles ya han sido cubiertas -las dos restantes se cubrirán en las próximas semanas-. Además, han tenido la oportunidad de conocer cómo es el funcionamiento de la casa, así como al resto de sus compañeros.

Y es que en este centro residencial, además de las seis personas que conformarán el programa Ustez, conviven otras 30 en dos módulos: Doce en el programa polivalente, “personas que no se sabe muy bien cuál va a ser su recorrido y que necesitan un tiempo para regularizar situaciones, sobre todo administrativas”, precisa Kortajarena; y otro denominado de alta intensidad, para aquellas personas que “con un apoyo intenso entendemos que pueden tener buenas perspectivas de inclusión a medio plazo”.

La experiencia del programa Ustez, por el momento, es positiva. “Estoy muy contento y me han tratado muy bien”, asegura el donostiarra Esteban Garayalde. Él ha sido derivado del centro Portuene de Trintxerpe, en Pasaia, a Uba, un cambio “muy importante” para este usuario, ya que es la primera vez que le ofrecen cambiar de centro.

Con la habitación como quien dice recién estrenada, Esteban nos invita a entrar y nos enseña la estantería, todavía semivacía, y su baño particular: uno de los espacios que más agradecen los usuarios del centro. Todavía pasa muchas horas en esta estancia privada, ya que, según explica, esta semana le han dado “vacaciones”. Ocupa el tiempo creando canciones que él mismo cuelga en youtube, hasta que en unos días comience con los talleres ocupacionales y las terapias de grupo, así como otras actividades. Reconoce que, además de cantar, le gusta mucho jugar al juego de palabras el ahorcado. “Estoy a gusto aquí”, sentencia.

convivencia Esteban es la cara nueva de la casa, pero en el jardín, adornado con una bonita pérgola que alberga un acogedor salón exterior, algunos de los residentes más veteranos charlan animados. Es el caso de Samir, un marroquí que hace nueve meses llegó al centro; y José Ramón, un portugués que lo hizo hace tres años. Ambos reconocen que el ambiente, así como la relación entre los compañeros es “bueno”.

José Ramón llegó al Estado español hace “trece o catorce años”. Abandonó su Portugal natal, país que no cambia “por nada” por España y, tras años de ir de un sitio a otro, acabó en Donostia. “Estoy muy contento aquí. En el centro me han ayudado mucho, pero esta no es mi casa. Yo no quiero quedarme aquí, quiero hacer mi vida por mi cuenta, volver a mi vida de antes”, reconoce sin reparos.

Habla con pasión de su profesión de pintor, “de casas” matiza, aunque a lo largo de los años ha cogido el gusto a otras actividades como las manualidades o la costura. De hecho, él ha sido muy protagonista en la construcción de la gran pérgola del jardín, de la que se siente orgulloso.

Samir escucha atento. Él tiene “grabada” la fecha en la que aterrizó en España, a los 24 años de edad. “El 24 de abril de 2004”, recuerda como si fuera ayer. Desde entonces, ha recorrido gran parte del país, desde Catalunya hasta Galicia, pasando por Madrid y Euskadi. “Conozco todo menos Andalucía, que es lo que más cerca está de mi país”, bromea este marroquí, que ha descubierto aquí su gran pasión: la horticultura. “Me encanta la huerta. Yo nunca había cultivado nada. Me encanta, tenemos plantado de todo: pimientos, tomates, guindillas, muchas plantas aromáticas...”, describe.

Estos tres hombres son un ejemplo de cada uno de los programas que cohabitan en Uba y que conjugan apoyos especializados para cada una de las situaciones con la convivencia grupal. “Esto es como una casa normal, solo que en vez de ser cuatro o cinco personas somos 36, con las dificultades que ello acarrea”, explica la directora del centro, quien añade que “las normas, precisamente, van dirigidas a respetar una serie de horarios y tener una buena convivencia”.

La jornada está claramente definida. Entre las 8.00 y las 8.30 horas se desayuna, entre las 13.00 y las 13.30 se come y entre las 20.30 y las 21.00 se cena. El resto de la jornada, muchos de los residentes acuden a los centros ocupacionales donde trabajan -gran parte lo hace en Gureak-, y también hay actividades y dinámicas grupales. “Es falsa la idea que tiene mucha gente de que este tipo de personas están todo el día sin hacer nada -desmiente Kortajarena-. Aquí no paran. Tienen muchas actividades y, además, suelen tener muchos trámites administrativos y muchas gestiones que hacer. Intentamos organizar todas esas rutinas con la organización del propio centro y las atenciones específicas que recibe cada uno”, añade.

sensación de éxito Pero también las preferencias y aficiones de cada usuario cuentan un papel protagonista a la hora de elaborar la rutina diaria. Así, si Samir es un amante de la horticultura, se le dan responsabilidades en el huerto comunitario, mientras que si José Ramón prefiere la costura, se le encargan proyectos como el de la pérgola del jardín. “Estas personas tienen muchas ganas de aportar algo, de sentirse útiles y parte de algo. Tienen muchas ganas de vivir la sensación del éxito de haber hecho las cosas bien y, para ello, vamos marcando con ellos pequeños objetivos para lograr una meta más amplia”, manifiesta la responsable del programa.

Y tan importantes como las labores ocupacionales son las actividades grupales, ya que, pese a que cada persona cuenta con una experiencia personal que le ha lastrado de uno u otro modo, todos comparten un denominador común: la soledad. “Por eso tratamos de trabajar actividades que fomenten el relacionarse y el generar conexiones”, indica.

En este sentido, este año ha tenido una contribución muy importante la Capitalidad Cultural de Donostia 2016. “Parece una tontería, pero por ejemplo, conseguir unas entradas para el ballet, hace que te quieras vestir un poco mejor que de costumbre, que salgas del centro en grupo para pasar un buen rato... Y todo eso les hace sentirse especiales”, ejemplifica Kortajarena.

Las plazas que se ofrecen en el centro de Uba son permanentes, si bien son los responsables de los servicios sociales quienes determinarán si una persona ha completado o no el itenerario previsto y puede continuar su proyecto vital por su cuenta o necesita de otro tipo de recursos.

36

Es el número de plazas que a día de hoy dispone el centro residencial de Emaús. Estos usuarios están divididos en tres módulos, en función de la situación personal en la que se encuentran. Este recurso les permite estructurar su día a día de tal forma que puedan ir cogiendo las riendas de su vida.