- ¿El abuso sexual infantil es una de las formas más extremas de maltrato?

-Evidentemente, porque antes de abusar sexualmente de un niño has tenido que maltratarlo emocionalmente mediante engaños. Además, hay una planificación. Una persona puede llegar a maltratar físicamente por descontrol, pero no ocurre así con los abusos. El cómo y dónde es algo que se planifica, buscando el momento en el que ese niño esté a solas e indefenso. Hay una conciencia en el delito por abuso sexual que no la hay en el maltrato físico y emocional.

¿Qué papel juega la propia educación que recibe el menor?

-Una de las claves es entender que proteger no es controlar a dónde va y qué es lo que hace. Proteger es generar una fortaleza emocional interior en el niño que le permita identificar una situación de riesgo, le llegue de quien le llegue. Como el abuso le va a venir casi siempre por parte de quien respeta y quiere, es importante que lo sepa identificar. Que exista una conexión interna con sus sensaciones corporales, que son las que le van a permitir localizar el riesgo. Es importante, por ejemplo, identificar el asco, que es una sensación corporal específica. La comunicación con su familia es esencial, de manera que esta realidad se convierta en un tema de conversación sobre el que se pueda hablar en casa. La gente tiende a pensar que proteger a un menor es mantenerlo en una burbuja, pero no se trata de eso. Es permitirle que se pueda caer, que salga y explore para que se haga fuerte. Todo ello sin olvidar que, por definición, un niño o niña depende de otros para que le protejan.

"Cuando te hagan algo que no te guste, como cuando tomas un plato de lentejas, dímelo". Hay frases que lo dicen todo...

-Sí, en mi caso serían las cucarachas, que no las soporto. Este tipo de comunicación se convierte en una herramienta de prevención eficaz para niños de dos a cinco años, porque a esas edades no se sienten abusados. Cuando son muy pequeños pueden llegar a creer que lo que le hacen es normal, y por eso hay que enseñarles a reconocer esas sensaciones físicas les vengan de quien les vengan. Hay que orientarles para que aprendan a decir que no y a pedir ayuda.

¿Las familias están preparadas?

-En realidad, sin echamos la mirada hacia atrás, ¿a cuántos de los que hoy en día son padres y madres les han enseñado a pedir ayuda? Se predica con el ejemplo, pero los niños crecen con padres y madres acostumbradas a salir adelante solas y a no quejarse. A la gente se le ha educado para que sea buena y obediente, por lo que resulta complicado romper el silencio para personas acostumbradas a obedecer y no protestar.

No se puede educar bien si no se está bien. ¿Hasta qué punto la pandemia está suponiendo un inconveniente?

-Soy de las que creen que la pandemia a medio y largo plazo va a producir cosas buenas. Pero ahora mismo está teniendo un efecto nocivo en la salud mental. Entre otras cosas, por el aislamiento. La gente se ha metido en casa, tiene miedo a salir y ha dejado de tener contacto con su gente. La fortaleza viene de la red. Unas de las cosas que hay que enseñar a los niños es que tengan contactos más allá de sus padres. Es importante la relación con sus tíos, abuelos, los padres de sus amigos, los amigos de sus padres... Que conozcan a gente a la que pueden recurrir porque el aislamiento es un factor de riesgo, y la pandemia nos ha llevado al aislamiento.

¿Qué otras secuelas observa?

-La pandemia también ha generado mucho agotamiento emocional. Las familias están muy sobrepasadas porque han tenido que trabajar y cuidar de los hijos. Ha sido una vivencia traumática colectiva sin tiempo para sentir. Las familias están muy cansadas. Por eso recomiendo a todo el mundo que descanse mucho durante este verano. El cansancio y agotamiento emocional conducen a estados de estrés y depresión que luego hacen muy difícil cuidar adecuadamente.

¿No cree que hubo "tiempo para sentir" durante el confinamiento?

-Es una situación paradójica porque muchas personas, de hecho, se encontraron a sí mismas. Hubo familias que tras vivir separadas todo el día de repente se vieron en convivencia, para bien y para mal. Aumentaron los conflictos, es verdad, pero también las relaciones positivas. Quizá lo mejor de la pandemia sea la consciencia de la vulnerabilidad. Antes lo sabíamos pero vivimos en una falsa sensación de control. Creo que esa consciencia de nuestra vulnerabilidad va a cambiar muchas cosas para bien, teniendo en cuenta además que se ha despertado una dimensión colectiva que no la habíamos sentido nunca. Es algo que va más allá de comunidades autónomas y de países. Es decir, si no conseguimos erradicar el virus en el mundo, volverá. De ahí que haya surgido una vivencia comunitaria que es nueva para el ser humano. Está por ver de qué manera seremos capaces de incorporar todo ello a partir de ahora de una manera cotidiana y real.