Este Dembélé no lleva botas de fútbol, sino de trabajo; no se pone gomina, sino casco, pero recorre la banda de Anoeta a diario. Mamadou no tiene el aura de Ousmane, el extremo del Barcelona, ni se le parece, aunque se apellide igual. Pisa la misma hierba que las estrellas que ganan millones de euros, pero lo hace a horas en las que nadie mira. La cuestión es que no es futbolista, sino operario de la construcción. Después de vivir de todo durante los 19 años que lleva trabajando en el Estado español, Mamadou se siente feliz. Acaba de disfrutar de unas vacaciones pagadas por primera vez en su vida. Nunca antes había viajado a su país, Malí, sabiendo que el puesto de trabajo le esperaba a la vuelta. Sin miedo a perderlo, Mamadou ha disfrutado también por primera vez de un permiso de paternidad y lo ha aprovechado para conocer a su cuarto hijo, Saran, un varón de siete meses al que no conocía y que en abril pudo abrazar por primera vez.
Todo ha cambiado en cuestión de meses para este hombre de 37 años que come su bocadillo del almuerzo, tranquilo, mientras habla con NOTICIAS DE GIPUZKOA. Le acompaña John Freddy, un colombiano de 45 años que un año antes pasó por una experiencia similar y a día de hoy es delegado sindical de ELA en las obras del estadio de Anoeta. Es el único representante legal de los trabajadores que hay. Ambos han pasado de trabajar en las obras del campo de fútbol a través de una subcontrata que les pagaba mucho menos de lo estipulado, a estar en nómina de la Unión Temporal de Empresas (UTE) que se adjudicó esta obra de telediario y portada de periódico.
Dembélé y Freddy son ahora trabajadores de primera, al menos con todas las garantías que ofrece el convenio de la construcción de Gipuzkoa, después de que el sindicato ELA denunciase su situación y la Inspección Laboral corroborase que este joven africano y su compañero colombiano debían cobrar 16 euros por hora y no los ocho que les abonaban sus respectivas empresas, ya fuera de la obra de Anoeta, expulsadas. A Freddy tuvieron que pagarle 8.000 euros por las diferencias salariales, aparte del finiquito, solo por las horas extra y las dietas desde marzo hasta agosto de 2018. A Dembélé ya le han pagado más de 10.000 euros por las horas extras metidas el año pasado.
El bocata de chorizo, a las diez menos cuarto de la mañana, es para Mamadou Dembélé un manjar. Su encargado dice de él que es un “chaval bien mandaú” y en la obra, “tanto Dembélé como Freddy son dos personas muy queridas”, asegura otro compañero. Llegaron a la obra casi a la par. El colombiano John Freddy, que ya participó en la construcción del nuevo San Mamés, en Bilbao, llegó a las obras de Anoeta en marzo de 2018 y en agosto de ese mismo año ya pasó a tener las condiciones que debió tener desde el principio. Mientras que Mamadou Dembélé ha tenido que esperar un año, hasta el pasado abril, para tener el nuevo contrato con el primer equipo: la UTE.
No conocía a su hijo
Cuando llegó a Madrid, de la mano de un primo que le había conseguido un precontrato con una empresa, aún con 17 años, Mamadou Dembélé no tenía ni idea de castellano. Solo quería salir de su país, donde aún vive su familia, a salvo, en un piso de la capital, Bamako, alejada de las matanzas y la guerra étnica que ya se ha cobrado centenares de vidas en la región del Sahel. “En el norte, problemas”, resume Mamadou. Su primer trabajo fue en unos invernaderos de Almería, durante tres meses, y luego ya se alistó en la construcción. Un mundo con sus propias reglas.
Pasaron cinco años hasta que pudo volver a su país por primera vez y fue entonces cuando conoció a su esposa, con la que ahora tiene cuatro hijos. “Es duro tener a la familia lejos”, reconoce, “pero mucho más antes, cuando no había móviles”. Durante la charla, casualmente, le llama su mujer.
Dembélé ha visto mucho a lo largo de su vida, pero nunca unas vacaciones pagadas, ni una paga extra. Hasta ahora. Recién llegado a la obra de Anoeta, en abril de 2018, “no tenía ni ropa y se la tenían que dejar los compañeros”, asegura su compañero John Freddy. Dembélé está acostumbrado a ganarse el pan día a día. Sin visibilidad, pero con la determinación del que solo trabajando puede garantizar una vida en paz para su familia. “Ahora sabe que aquí tiene al menos un año más de trabajo y con unas condiciones dignas, buenas”, asegura Igor San José, responsable de la construcción del sindicato ELA.
Dembélé, que ahora vive de alquiler en Iruñea con otros dos compañeros y se desplaza a diario a Donostia, ha recorrido casi toda la península de obra en obra. Cuando le echaban a la calle porque se había terminado una construcción, aprovechaba para regresar a su país y ver a su familia. Y así durante 19 años. Tiene tres hijas de 12, 8 y 6 años, y un varón de siete meses al que acaba de conocer. “Cada vez que va a su país la lía y deja embarazada a la mujer. ¿No la habrás vuelto a dejar?”, bromea su compañero. El aguanta el chaparrón, con un esbozo de sonrisa. Es muy tímido.
Seis años sin ver a su hijo
Nada que ver con Freddy. Este fornido colombiano mira a la vida de frente. “Yo siempre he tenido personalidad y confianza. No he tenido pelos en la lengua”. A lo largo de su vida, asegura haber trabajado “de todo”. En Colombia, estuvo empleado en diferentes empresas, pero la situación de su país empeoró, “con las guerrillas”, y John decidió marchar a Madrid en el año 2000. Tiene un hijo de 25, al que estuvo “seis años y tres meses sin ver. Eso ha sido lo más duro”, asegura.
Forjados de obra en obra, Dembélé y Freddy también vivieron años difíciles con el crack de la construcción durante la crisis. Mamadou estuvo un buen tiempo en su país, aumentando la familia, y John se tuvo que ir dos años y medio a Colombia y alquilar el piso que había comprado en Barakaldo y que aún le tiene hipotecado.
Hoy ven las cosas de otra manera. Les gusta la Real, aunque son del Barça y a Freddy también le gusta el Athletic. Dembélé no sabía quién era Rulli, hasta que un día su sobrino le llamó y le preguntó por él. Era su ídolo. “¿Le sueles ver?”, le preguntó el joven a Mamadou. “Claro”, respondió este. Hoy, Rulli es el jugador favorito de Dembélé. Y el de Freddy. Y además, coinciden, “este es el mejor trabajo que he tenido nunca. Con las mejores condiciones”.
“Lo que hemos conseguido en el caso de Mamadou, John y otros trabajadores que también han sido subrogados después de reconocer que había cesión ilegal de trabajadores, es la situación que tenía que haber sido desde el principio, porque no hay que olvidar que aquí ha habido muchos trabajadores cobrando menos de lo que deberían. Hemos llegado a sindicalizar la obra y hay que reconocer que se han puesto las cosas bastante bien en este sentido, aunque aún quedan cosas por hacer”, asegura con cierta satisfacción el responsable de la construcción de ELA, Igor San José.