dONOSTIA- En la segunda sesión de la 26 Jornadas Pedagógicas organizadas por Federación de Ikastolas Carles Parellada profundizó en la relación entre escolares, centros y familia, una relación que debe basarse en el respeto mutuo.
En la formación de nuestros hijos e hijas hay tres ejes: ellos, los padres y madres y el centro. ¿Cómo se reparten los papeles?
-Es una discusión que lleva muchos años y no está cerrada porque busca saber cuál es el lugar de las madres y los padres en el sistema educativo. La mirada sistémica les da el primer lugar. Los padres tienen hijos para toda la vida, los maestros tenemos alumnos para un cierto tiempo. Vamos a hacerlo lo mejor que podamos, pero al cabo de cierto tiempo no estarán en nuestras manos, ni tan siquiera en el sistema educativo. Los padres tienen que asumir una responsabilidad de larga duración, con el apoyo de los centros. Los protagonistas de la educación básicamente son los padres pero necesitan recursos que no tienen y que podemos aportar.
Los educadores.
-Sí. Tenemos que mirar con buenos ojos a los padres para que se sientan en confianza. Durante mucho tiempo el sistema educativo ha puesto una especie de barrera: la puerta del centro, como si lo que ocurriera fuera y dentro estuviera dividido. Hay que crear confianza entre unos y otros para que los alumnos sientan que tienen permiso de darse la oportunidad de aprender en la escuela.
¿Qué permiso?
-Sabemos que si los padres discuten sobre si el centro es bueno o no o si no hablan bien de un profesor, automáticamente los críos sienten que no pueden darle toda la confianza a la escuela o a esa persona, porque primero van a ser fieles a sus padres. Esa fidelidad no es negociable. Por eso crear espacios de comunicación, hacer que la escuela sea lo más transparente posible y generar confianza son tres condiciones básicas para mejorar la escolarización .
Habla de la importancia del respeto mutuo en esa relación a tres bandas, ¿cómo se gana?
-Primero, mirando con buenos ojos a los padres. No se les puede clasificar y decir qué esto lo hacen bien y esto mal. Los niños que más necesitan un buen acompañamiento son los que en las familias no tienen los mejores recursos.
¿Y cómo se hace?
-Las familias que de entrada nos lo ponen difícil son las que justamente tenemos que fidelizar. Esa es la tarea de los docentes y se basa en mirarlas sin enjuiciar. En los casos en los que las familias ayudan menos el que tiene el nivel de conciencia más grande, el que ve el asunto con más distancia tiene que dar el primer paso.
¿Qué pasa en el caso contrario?
-Las familias con ciertas dificultades se acaban convirtiendo en resistentes y actuarán de dos formas: o nos increparán o se retirarán. En los casos muy extremos puede que saquen al niño del centro o lo lleven a otra población para que no le sigan machacando. Esto tiene un coste para el hijo y un coste social extraordinario, porque habrá que repetir la historia y es más rentable hacer una intervención ajustada desde ese mirar con buenos ojos lo que ocurre en la familia. Eso requiere de una actitud de escucha, humillad y respeto que a veces es difícil.
¿Cómo se articula la relación ideal entre progenitores y centros?
-Hay cierto desprestigio de la docencia, porque en la sociedad hay una discusión sobre el valor de la educación. Otra cuestión es la forma en la que los maestros crean situaciones que permitan escuchar a las familias más que decirles qué es lo que tienen que hacer. Los padres tienen que sentir que las puertas de la escuela están abiertas, percibir que se escucha lo que necesitan y el centro también sentir que le atienden.
La respuesta no es uniforme.
-Hay padres que pueden hacer muy poco, pero la escuela les puede comprometer con ese poco. No se puede tener la misma respuesta por parte de todos y hay que generar programas adaptados a cada realidad, para lo que hay que conocer bien a alumnos y familias. Para eso es imprescindible crear espacios de comunicación a distintas escalas.
En esta ecuación ¿qué papel les que da a nuestros hijos e hijas?
-A los hijos no hay que contárselo todo. Hay cosas que manejan los adultos, sobre todo cuando son pequeños. Con los adolescentes es diferente. Pero sí tienen que estar al tanto de las conversaciones que se generan entre maestros y familia. A menudo en algún momento de las reuniones podrían estar presentes los niños, sobre todo cuando hay un acuerdo que les compromete.
¿Qué pasa si no es así?
-Que los profesores lo comunican de una manera y los padres de otra y los hijos se preguntan quién tiene razón o perciben que no lo viven igual. Hay que posibilitar que sean lo más partícipes posible. Pero, repito, no lo tienen que saber todo.
¿Qué parte hay que ocultarles?
-Hablo de restringir información. Por ejemplo cuestiones que pudieran dañar su autoestima. Cuando se comunica que realmente tiene grandes dificultades de aprendizaje no lo puedes compartir con el niño, tiene que escuchar la parte de cómo lo vamos a reforzar.
Tendemos a sobreproteger a nuestros hijos ¿lo hacemos mal?
-Es coherente con el deseo de estos tiempos de que a nuestros hijos les vaya muy bien, pero cuando se convierte en un exceso es un problema. A veces cuanto más miras a tu hijo menos lo miras como sujeto y más como una proyección de lo que crees que debería ser o de lo que no tuviste. Y el hijo piensa que hablas mucho de él pero le miras poco. La sobreprotección tiende a crear una dificultad más que una ventaja.
La importancia de los límites.
-El tema de los límites es un debate universal y cada padre y madre lo entiende de forma distinta. Las familias tienden a poner pocos límites, pero la vida tiene riesgos y normas. Vemos familias muy laxas en límites y otras muy restrictivas. No es muy importante. Lo importante es que existan límites.
¿Qué es la pedagogía sistémica?
- Hay que entender cómo se manejan las interacciones entre padres, centros y escolares. Se intenta comprender porqué no fluye la interacción entre las distintas partes para intentar que funcione de otra manera. Dentro puedes tener la imagen de que ocurre una cosa y fuera otra y en medio están los hijos. La mirada sistémica observa que las informaciones no tan visibles, si no se manejan de forma abierta, acaban siendo un problema.
¿Cómo se trabaja?
-En tres grandes direcciones: la relación con las familias, el trabajo en equipo, y la intervención en el aula. Un ejemplo. En las aulas hay niños y niñas con una posición de liderazgo. La mirada sistémica quiere trabajar la forma en la que se conversa para que eso se pueda explicitar, para que no sea una información oculta. La mayoría de los conflictos pasan porque barremos bajo la alfombra. La sistémica dice que lo que no se mira acaba convirtiéndose en un problema.
Esa comunicación, ¿podría reducir los casos de ‘bullying’?
-Hablamos de agresor y víctima. La sistémica dice que no hay agresor sin víctima. Hay que ver qué ocurre en las dos partes. Normalmente sancionamos al agresor y protegemos a la víctima y los hacemos más agresor y más víctima. La idea es ver qué hay en esa relación que haga que uno viva como agresor y otro como víctima. Es complejo, y nuestra sociedad aún no está del todo preparada para mirar esto. Pero en situaciones concretas podemos empezar a hacer pedagogía.
De lo contrario...
-Hay familias que ven que a su hijo le hacen bullying y le sacan de la escuela. Eso no tiene ninguna garantía, porque si lo que ha movido que le hagan bullying es algo que trae él se lo va a volver a encontrar en otro lugar. Porque es algo que tiene que ver con la relación, no solo con el individuo. La pedagogía sistémica quiere poner sobre la mesa cómo se dan las relaciones y lo que no se mira en esas relaciones. Es una mirada circular, de cómo se retroalimentan las cosas, observar lo que normalmente no vemos.