donostia - Su voz a menudo queda ahogada en el mare magnum informativo y la dictadura de las redes sociales, pero su trabajo “tiene salida” en pleno siglo XXI, cuando el futuro apunta hacia una revolución de la inteligencia artificial y la robotización. “Nosotros somos los que producimos los alimentos. Si no lo hacemos nosotros, ¿quién lo va a hacer?”, se preguntan. “Los consumidores demandan productos de cercanía, kilómetro cero”, insisten, pero “hace falta una mayor concienciación”. “La responsabilidad es de todos”, añaden.

Cinco jóvenes baserritarras compartieron sus experiencias ayer en Donostia, en el segundo foro Gure Lurra Sembrando Futuro, impulsado por la Diputación Foral de Gipuzkoa y agentes del primer sector del territorio. A la cita del Kursaal acudieron más de 500 personas, entre ellas, representantes de instituciones vascas.

Los cinco protagonistas han sido beneficiarios de las ayudas contempladas en el proyecto Gaztenek, creado en 2004 para garantizar la continuidad de las explotaciones agrarias en el territorio. Una especie de beca de hasta 70.000 euros destinada a menores de 40 años que en un plazo de cinco años ejecuten un plan empresarial en el sector primario.

De los 232 guipuzcoanos que en los últimos quince años se han beneficiado de estas ayudas -solo 16 de ellos terminaron abandonando su negocio-, algunos ya venían del mundo del caserío, pero otros han dado el salto y ahora tratan de labrar su futuro. “Se puede”, coinciden. El 40% son mujeres. Una treintena de estos jóvenes se dieron cita ayer en Donostia, donde afloraron sus dudas, ilusiones y también sus reivindicaciones. No quieren ser los últimos de una especie. Luchan por ganarse la vida en una profesión venida a menos y que, admiten, implica “otra filosofía de vida”. Pero “ganarse la vida en el caserío es posible, con esfuerzo”.

El propio diputado general de Gipuzkoa, Markel Olano, aseguró que “hoy en día uno de los mayores retos del sector agrícola en Gipuzkoa es el relevo generacional, incorporar nueva savia en el primer sector; y para ello, sin duda, hay que demostrar que las actividades de este sector resultan rentables, es decir, que se puede tener un modo de vida digno viviendo del caserío o de la actividad agrícola”.

Olano precisó que “la Diputación Foral de Gipuzkoa no concibe una Gipuzkoa del siglo XXI sin la existencia del sector agrícola, por su influencia tanto en el paisaje, como en la cultura, en la economía, en nuestra idiosincrasia? pero hay que reconocer que puede estar en peligro”, añadió. El presente año los beneficiarios de estas ayudas han sido 22 (6 mujeres y 16 hombres) y el montante medio es de 39.455,91 euros. La Diputación ha destinado a este programa 868.030 euros.

dar el salto Jon Harreguy (Usurbil) y Martina Urbistondo (Sara) son un ejemplo claro de “vocación”, superando las “dudas” y “miedos” iniciales. “¿Por qué no pastora de ovejas?”, se preguntó ella. A ninguno le venía de casa. Eran cocineros, pero, como afirma Jon: “No me veía trabajando entre cuatro paredes”. Probaron primero a renta en un caserío de Aia, y luego les surgió la oportunidad de comprar su quesería a un pastor de Zerain. “No eran buenos años, pero queríamos algo nuestro”, dice Martina.

Al principio “había muchas inversiones que hacer. Las hemos ido haciendo poco a poco, algo importante”, insiste ella. Para ello contaron con las ayudas de Gaztenek. Hoy tienen 280 ovejas y producen queso Idiazabal. Tienen dos hijos de 12 y 8 años y “el mayor ya ha empezado a interesarse y ayudarnos. Luego si quieren, se harán kalekumes (los que viven en la calle, fuera del caserío) pero ahora son baserritarras”, dicen.

Aunque el trabajo de pastor requiere estar “muy encima de su negocio” y algunos dicen que es esclavo, Jon asegura que “a mí no me lo parece tanto”. “Para nosotros es una vida de libertad. Estamos trabajando por la naturaleza, somos parte de ella, y seguimos manteniendo la ilusión del principio”, defendió Martina.

el legado de los ‘aitas’ A Joxe Ramon Arsuaga le venía de casa. Ya había comenzado de niño a ayudar a sus padres en el reparto de leche a los “nueve o diez años”. Lo tuvo claro de pequeño. Cuando en 2006 le tocó coger las riendas del negocio familiar en solitario, vio que no podía abarcar todo y tuvo que elegir. Se quedó con las vacas de leche, aparcando ovejas y quesos.

Doce años después, el negocio “me da para mantener a mi familia”. Se siente arropado en la cooperativa Kaiku, a la que vende su leche, y también por las organizaciones agrarias, en su caso Enba, que le asesora en las las cuestiones de mayor complejidad. “Mi mayor proyecto se ha consumado. Tengo tres hijas y ahora el objetivo es a ver si convenzo a alguna para que siga este camino”.

Arsuaga tuvo la oportunidad de trabajar en la industria, pero no lo hizo. “Creo que he acertado. No me arrepiento; estoy orgulloso de ser baserritarra porque es lo que he soñado”.

segunda oportunidad Sus tíos le habrían recordado hoy a Leire Lizeaga que “al principio no quería saber nada del caserío”, pero luego conoció a Andoni, su actual pareja, baserritarra, le reenganchó. Recuerda los años duros en los que había que “producir leche y producir leche” en grandes cantidades para poder mantener la cabeza a flote y estuvieron a punto de tirar la toalla. “No veíamos salida”, recuerda, pero finalmente en 2013 apostaron por producir lácteos y venderlos directamente.

“Ese momento fue clave. También nos formamos porque éramos nuevos. No sabíamos qué era el PH, ni cómo hacer un yogur. Y un año después, en 2014, salimos con nuestra furgoneta a vender nuestro producto. Hoy -añade-, nos hemos hecho un hueco en el mercado, económicamente no estamos ahogados, estamos a gusto, mantenemos la ilusión y miramos hacia adelante”, asegura.

“Pero es cierto -añade-, que la situación nos preocupa. ¿Va a seguir nuestro camino la siguiente generación?”, se cuestiona. En su opinión, en la sociedad actual hay un “menoscabo” hacia el sector primario” dentro de esa “tendencia hacia las ciudades, hacia la fábricas. Creo que todos tenemos parte de responsabilidad en esa situación”. “Los caseríos deberían tener capacidad para sacar una vida digna y no mantenerlo con ayudas”, añade.

baserritarra en construcción Aintzane Garmendia aún no se siente baserritarra. “Solo llevo un año”, asegura, pero su pareja sí que lo es, en su opinión. Es él quien “hace el trabajo duro ahora”. Ambos saben lo que es trabajar ocho horas diarias fuera de casa. En su caso con jornada partida, y ahora agradece a su aitona la oportunidad que le brindó al dejarle en herencia el caserío. “Teníamos claro que no lo queríamos solo para vivir”, así que buscaron una salida. Empezaron con algunas vacas y yeguas, hasta que un día oyeron hablar de las ayudas Gaztenek. Fue un descubrimiento. “Creo que tendrías que informarte”, le dijeron. Y así lo hizo.

Pero, “¿qué pongo?”, se preguntó después. “Las ayudas nos cubrieron casi todos los gastos iniciales” para su explotación de cría de cerdos para la cooperativa Basatxerri. A Aintzane se le abría otro mundo de oportunidades, un modo de vida en el que se siente “menos atada”. No entiende que el 90% del cerdo que se consume en Euskadi venga de fuera y hace un llamamiento a apostar por el sector agrario y quitar los miedos de dar el paso.

En retroceso. Entre 1999 y 2009 el número de explotaciones agrarias se redujo a menos de la mitad en Gipuzkoa, de 12.400 a 5.800. Y el volumen sigue cayendo, a la espera de conocer los datos del nuevo censo agrario de 2019.

Formación. De todos esos productores, una inmensa mayoría, 5.446, no tenían ningún estudio agrario. Un total de 140 tenían formación profesional agraria, 21 formación universitaria agraria y 192 otras formaciones. Los jóvenes ahora se forman más.

Proyecto Gaztenek. En 2004 el Gobierno Vasco y las diputaciones forales pusieron en marcha el plan Gaztenek para jóvenes agricultores y se incluyó en el Programa de Desarrollo Rural que la CAPV presenta a la UE para poder beneficiarse de las ayudas europeas.