el 14 de julio del año 1866, tres religiosas de la Congregación de las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paul llegaban a Hondarribia para poner en marcha el asilo de San Gabriel. Una institución que luego pasó a ser hospital, como todavía lo llaman tantos y tantos hondarribiarras y luego, se convirtió en residencia.
Ayer, 152 años después, y tras la decisión irrevocable tomada por esta orden de no renovar el convenio con el patronato de la residencia, Hondarribia despedía con emoción y lágrimas a las cinco últimas religiosas, que abandonarán la ciudad en los próximos días.
Los propios residentes, sus familias, los trabajadores de la residencia, los voluntarios que colaboran en ella y el patronato, que preside el alcalde de Hondarribia, Txomin Sagarzazu, quisieron despedir y homenajear a estas cinco mujeres y con ellas, a quienes las precedieron.
cinco, y una en el recuerdo Se trata de las hermanas Belén Eceiza, Mirari Galarraga, Cándida García, María Peña y Esther Arrieta. Y también de una sexta, sor Ángela Corcuera, alavesa de Salcedo, que llegó a San Gabriel con 21 años, en 1955, y fallecía el 16 de marzo, a los 84 años.
Una misa, la música que puso el coro Eskifaia y las palabras de agradecimiento del alcalde de Hondarribia y presidente del patronato de la Residencia San Gabriel, Txomin Sagarzazu, junto a las de Mila Aranzasti, Leticia Olano, Lupe Artola y Pilartxo Bandrés (en nombre de los trabajadores, voluntarios, residentes y familiares de San Gabriel), hicieron emocionarse a las cinco religiosas.
“Una ciudad la hacen habitable, hermosa y mejor quienes conviven en ella. Con vosotras y todas vuestras antecesoras, trabajadoras abnegadas y entregadas a los más débiles, Hondarribia ha sido más hermosa y mejor. Esta es vuestra ciudad y San Gabriel vuestra, y haremos que vuestro aliento perdure aquí para siempre”, les decía el alcalde.
Emocionadas y sin poder contener las lágrimas en algunos momentos, las hermanas Belén, Mirari, Cándida, María y Esther, con la emblemática sor Ángela en el recuerdo de todos, recibieron flores, una placa de recuerdo que decía Eskerrik asko, Eskerrik asko, Eskerrik asko y la insignia de oro de la Sociedad Klink.
En nombre de todas ellas, sor Belén Eceiza señaló que siempre se han sentido “queridas por esta ciudad” y agradeció “todo lo compartido y vivido en estos años”. La religiosa recordó que “San Gabriel es un barco que tiene en el centro a sus residentes” y animó a autoridades, trabajadores y voluntarios “a seguir esforzándose por llevarlo a buen puerto”.