arrasate - Josemari Velez de Mendizabal, escritor y exviceconsejero de Cultura del Gobierno Vasco entre 1983 y 1985, es, por designación de Eusko Ikaskuntza, el presidente de Barandiaran Fundazioa, una asociación que desde 1995 cuenta en su patronato con los Ejecutivos vasco y navarro, las diputaciones de Gipuzkoa, Bizkaia y Araba y el Ayuntamiento de Ataun, el pueblo natal de Aita Barandiaran. La fundación lleva más de dos décadas protegiendo y gestionando el patrimonio cultural que dejó este arqueólogo y etnólogo vasco, que hoy recibe un reconocimiento póstumo con motivo del 25º año de su fallecimiento.
¿Cuál es el objetivo de Barandiaran Fundazioa 25 años después de su fallecimiento?
-La crea el propio José Miguel (1889-1991) en 1988 y lo hace porque veía que el final de su vida estaba cerca y pensó qué pasaría con todo su trabajo y sus investigaciones después de su fallecimiento. Temió que cayesen en manos de aves de rapiña.
¿Cree que 25 años después se sigue cumpliendo lo que él buscaba?
-Él quería una gestión buena y honesta de su trabajo, de lo que quedaba por publicar, que aún queda mucho. Y, en la media de los recursos que tenemos, sin prisa, lo hacemos cuando podemos; y si no se puede, no se hace. Pero lo que perseguimos es preservar su nombre y su ser. Gestionar ese tesoro que ha dejado, no solo el trabajo físico, sino todos los valores que él ha representado durante tantos años, porque él ha irradiado un encanto especial en toda la sociedad vasca y creo que todas las épocas son buenas para que volvamos a saber que hubo una persona aquí, en el siglo pasado, que puso en primera línea los valores de la sociedad vasca y de la humanidad.
No es poco.
-Este año nos hemos dirigido a los jóvenes. Hemos ido municipio por municipio a explicar qué trabajo hizo Barandiaran, qué valores nos enseñó, qué mirada tenía hacia Europa, qué trajo del continente a Euskadi, qué perspectiva tenía de la ciencia y la religión, ya que no debemos olvidar que era abad, ante todo, y explicar cómo unía la fe y el desarrollo de la ciencia. Cómo supo hacer eso con toda la libertad y equilibrio. Qué tratamiento le dio al euskera, muy especial. Por ejemplo, fue quien escribió el primer libro en euskera de antropología.
¿Era un hombre con raíces profundas pero abierto al mundo a la vez?
-Era un europeísta declarado. Decía que teníamos que mostrar que éramos una cultura. Rechazaba el término raza, él decía que éramos una etnia y esos conceptos los manejó desde principios del siglo XX, desde que empezó participando en congresos en Europa. Cuando fue al seminario, de joven, le dijeron que tendría que aprender algo de castellano porque solo sabía euskera y latín. Y de ahí a algunos años, ¡le eligieron académico de la Real Academia de la Lengua española!
Un ejemplo de su capacidad.
Sabía francés, inglés, alemán, italiano, y eso le daba la oportunidad de enriquecerse permanentemente de un montón de ideas y culturas. Era un motor para el conocimiento y la cultura y para la sociedad vasca. ¡Y qué humilde era!
¿Los centros escolares y calles que llevan su nombre son ya un logro para preservar su figura?
-Con eso se mantiene el nombre. Yo muchas veces digo que la Fundación Barandiaran es una matriz y luego vienen Ikastola Barandiaran, Lizeo Barandiaran, calle Barandiaran, Museo Barandiaran... esas son franquicias. Y la fundación tiene que cuidar que los que pasan y viven por la calle José Miguel Barandiaran sepan quién era y mantener su ser.
¿Cómo se le explica a los jóvenes de hoy en día, que viven con el móvil en mano, quién era Barandiaran?
-A lo mejor los chavales de trece años no saben ni lo que es un abad, pero ante todo él era un abad, luego arqueólogo, etnógrafo... Él decía: me han puesto muchos títulos, pero al menos uno, no lo tengo; es el de aita, al menos que yo sepa, no sé porqué me llaman Aita Barandiaran.
Un hombre con sentido del humor.
-Tenía un humor enorme. Ante todo, a los jóvenes habría que decirles que era una persona que defendió en todos los foros posibles y por encima de cualquier barrera nuestra cultura, es decir, nuestro ser y nuestra personalidad. Y totalmente convencido. En este momento, se rasgaría las vestiduras si viese que el humanismo está desapareciendo de los planes educativos. Eso para él era imposible. Él quería encender la conciencia de las personas a través del humanismo.
¿Qué cree que pensaría de la sociedad actual si aún viviese? ¿Se lo imagina con una tablet?
Él era de los primeros en todo. Explicaba física y química en el seminario. Fabricó un aparato de radio en el seminario, específicamente para poder escuchar lo que se decía en Europa y para poder dar clases, para emitir. Sin duda, él utilizaría las nuevas tecnologías, otra cosa es el análisis que haría de la sociedad actual.
No cree que le gustase esta sociedad tan... ¿virtual?
Él era flexible, pero tampoco estaba de acuerdo de ninguna manera con la Euskal Herria de hace 35 años. La realidad de la violencia que vivía Euskal Herria. La rechazaba, creía que era una sinrazón. Ese sentido crítico y ético, creo que también lo plantearía. Pero seguiría siendo, sin duda, un motor de conocimiento y de la cultura. Tenía autoridad moral porque era muy meticuloso.
¿Qué destacaría de sus trabajos de investigación? ¿Con cuál se queda?
En todos sus trabajos de investigación estaba primero el ser humano que su tesis científica. Es decir, no haría una sola tesis sin mencionar al ser humano y la persona, sin dirigirla hacia la persona. Podía desarrollar su ciencia siempre y cuando fuera aplicable al desarrollo del ser humano; en eso era crítico. Por ejemplo, no tenía ninguna prisa por sacar tesis. Él decía, tenemos que usar los pies antes de poner en marcha la cabeza; tenemos que trabajar mucho y obtener información. Hoy en día, sin embargo, todo son prisas.
¿En qué lugar se imagina el nombre y ser de Barandiaran dentro de 100 años?
-Si nosotros viviésemos, o él mismo, esta fundación supongo que seguiría haciendo el mismo trabajo, pero como no puede ser, la idea es recuperar a los jóvenes y ponerlos en el camino. No importa tanto divulgar lo que hizo en el campo de la antropología.
En definitiva, que no van pregonando que descubrió un húmero de 164.000 años en Lezetxiki.
Por ejemplo, una Ixone Martínez de Lahidalga ha sido un gran descubrimiento, joven, rompedora, enamorada hasta las cachas de la figura de José Miguel Barandiaran. Nosotros nos vamos y desaparecemos, pero lo que hay que lograr es esa transmisión y eso es lo que buscamos en los centros escolares y ahora en la Universidad.
¿Ha sufrido su fundación la disminución de recursos por la crisis?
Nosotros somos muy humildes, como Barandiaran. La implicación es nuestro gran valor. La actitud de las administraciones, una actitud abierta, es más importante que el dinero para nosotros. Nuestro patrimonio está en Ataun, nuestra oficina en Vitoria y todo su patrimonio que gestionamos está en Sara Etxea, su casa de Ataun. Hace un par de años hemos digitalizado ese material con el Gobierno Vasco, así, si pasa algo, que en una casa así puede pasar cualquier cosa, por lo menos lo tenemos ahí. Eso es una garantía.
¿Qué queda por ver la luz?
Escribía todos los días hasta que tuvo casi 100 años, así que imagínate. Y hacía un acta de cada reunión. Cuando tuvo que emigrar por la guerra a Iparralde llegaron con él varios abades y él les decía que cuando fuesen por ahí preguntasen a la gente cómo se le decía a cada cosa en su pueblo. Les hacía rellenar un cuestionario que él preparó. Lo hizo desde 1914 a 1936. Y en época de guerra, les dice, ahora preguntad a ver qué pasó en cada pueblo durante la guerra. Son cientos de páginas de información. Eso está guardado en Ustaritz. Hay que tener en cuenta la privacidad, porque hay cosas muy sensibles, pero hay muchísimas cosas por descubrir. No tenemos prisa, pero no paramos. Todo está ahí.