2 Virginia Hebrero/ Efe

Kiev-Desde hace tres décadas, la noche del 25 al 26 de abril los vecinos de un barrio de Kiev se reúnen junto a un monumento erigido en el patio para recordar un pasado que ya no existe: son los evacuados de Pripiat, la ciudad que abandonaron por la catástrofe de Chernóbil. "Aquí nos reunimos y hablamos, compartimos y recordamos lo bueno, porque ahora solo hay enfermedad en nuestras vidas", dice a Efe Liudmila Vasilevna Yulai, antigua enfermera en un hospital de Pripiat, la ciudad situada a tres kilómetros de la central nuclear de Chernóbil que vio la vida pararse con la terrible catástrofe de 1986.

Su vecina, Liudmila Petrovna Bieloucraínskaya, extrabajadora de la central, se ocupa con energía de conseguir del Ayuntamiento mejoras para el barrio, reparaciones en las viviendas, alguna cancha de baloncesto, columpios para los niños. "Me doy prisa, porque hay poco tiempo, cada día prácticamente muere gente de Chernóbil. Todos los meses voy a un funeral. Y por eso corro, tengo muchas cosas que hacer todavía", afirma. En los bloques que rodean el patio, en la calle Yakuba Kolasa, solo viven antiguos vecinos de Pripiat, la ciudad modelo construida para los trabajadores de la planta atómica que tenía 50.000 habitantes en el momento del accidente y que fueron evacuados al día siguiente.

"Nos dijeron que cogiéramos solo el pasaporte y algo de comida para tres días. Yo cogí los documentos y algunas fotografías, pero no nos permitieron llevarnos nada más porque todo estaba contaminado", cuenta Liudmila Petrovna. "Y nos fuimos, pero resultó ser para siempre. Nunca voy a olvidar ese momento, nunca. Estos 30 años no he dejado de acordarme, y no lo olvidará toda mi generación, todos aquellos que en ese momento fuimos arrancados de la ciudad de Pripiat", asegura. Y la define como "una ciudad preciosa, la ciudad de las rosas, de la alegría, hacíamos barbacoas, había conciertos, venían muchos artistas...".

Liudmila Petrovna dormía en su casa la noche de la tragedia cuando escuchó una terrible explosión. "Como vivía cerca de la estación pensé que habían chocado dos trenes", afirma. Su jefe la llamó por teléfono y le dijo: "Ha habido un accidente en la planta. Llame a sus dos adjuntas y vengan. Tienen que abrir el almacén donde se guarda la ropa especial". "Y fuimos andando las tres, y cuando ya estábamos cerca, vimos el horror. Había fuego y humo. Aún recuerdo el olor a quemado, y cuando paso las revisiones médicas, me preguntan si me queda ese regusto, y sí, lo sigo teniendo, incluso cuando duermo", afirma. Tras el accidente, siguió trabajando en la central hasta 1994, como varios miles de los empleados. "Veía pasar a los mineros, los militares, los liquidadores. Había chicos recogiendo con las manos el grafito del reactor siniestrado. Se sentaban en el suelo, agotados. Pocos de ellos quedan vivos", lamenta.