El colectivo se creó hace cinco años, periodo durante el que ha tramitado unas 500 adopciones, 150 de ellas durante 2013. "Y la cosa cada vez va a más", expresa Sara respecto a una actividad que sorprende a muchos. "Por su tamaño y por la fama que tienen de ser muy activos y de correr mucho, hay gente que nos pregunta si de verdad los galgos son una raza de perro como para tener en casa. La respuesta es que sí, sin lugar a dudas. Se trata del perro ideal para un hogar, porque es muy tranquilo, dormilón y muy dócil", asegura la integrante de Galgoleku, agrupación que, pese a su volumen de trabajo, carece de infraestructuras como pabellones donde mantener a los galgos hasta que llega el momento de su adopción.

Una labor altruista

Ahí es donde entran en juego las distintas familias de acogida que colaboran con el colectivo. De forma absolutamente altruista, y simplemente a cambio de compensaciones para sufragar la manutención del animal, reciben en sus domicilios a los galgos, a la espera de que se tramiten sus respectivas adopciones. Mikel Zabalbeaskoa, tolosarra residente en Anoeta junto a su mujer y sus hijos de siete y diez años, es una de aquellas personas que, por amor al arte, se dedica a "estabilizar a los perros".

Algunos llegan tras ser rescatados, después de resultar abandonados. Otros simplemente son entregados por sus galgueros. Pero casi todos llegan "hechos un Cristo", según Mikel. "Los hay con secuelas físicas, pero sobre todo vienen muy tocados de cabeza. Durante los primeros días te observan con miedo, como pensando: ¿Y ahora es cuando me pegas? Mi labor consiste en estabilizarlos, en que se den cuenta de que no les va a ocurrir nada malo, en que aprendan a orinar... En definitiva, en que encuentren su sitio", sostiene Zabalbeaskoa, que cuida de los galgos en condiciones muy diferentes a las que, en un principio, pudiera imaginarse.

En primer lugar, porque su labor profesional no tiene nada que ver con los animales. "Trabajé como fontanero durante catorce años. Luego estuve cerca de dos en el paro. Y ahora estoy en un taller". Y segundo, porque no reside en una villa, sino en un piso como otro cualquiera. "Para vivir en 80 metros cuadrados, el galgo es el mejor perro, sin duda. Cuando tenemos alguno, compartimos casa él, mi otra perra, mis dos hijos y mi mujer. Y no da ningún problema". Ahora mismo, en el domicilio de Mikel no hay ningún galgo. "Ya hemos tenido cinco o seis. Pero de vez en cuando pido un tiempo de descanso. Esta labor me ha supuesto noches enteras en vela, con la luz apagada, la puerta de la cocina abierta y yo sentado en la entrada mirando al perro. Se trata de que adquieran una base estable, para que luego puedan ir a otras casas. ¿Pena? No. Cuando encuentran quien les adopte y se van, te alegras mucho por ellos".

Un proceso necesario

Cuando llega a Galgoleku una solicitud de adopción, suele concertarse una entrevista con la familia que recibe la petición. "Solemos ser nosotros quienes nos desplazamos. Queremos ver el entorno donde va a vivir el galgo, el entorno en el que se va a mover, tomar nota de algunos aspectos para designar también al perro adecuado... Es algo necesario", indica Sara Piedra, que reconoce que casi todas las demandas quedan en disposición de poder ser atendidas. "Hemos tenido casos como el de una señora mayor discapacitada que seguía en sus trece de adoptar un galgo, y a la que le tuvimos que explicar que no iba a poder hacerse cargo de él", añade la representante en Gipuzkoa de Galgoleku, quien subraya que, en cualquier caso, ocuparse de un galgo tampoco supone una tarea excesivamente complicada. "Son perros que pueden convivir con gatos sin ningún problema", añade a modo de ejemplo.

Quizás esa docilidad resida en lo que muchos galgos pasan antes de ser acogidos por una familia. "Principalmente son utilizados para carreras o como ayuda para tareas de caza. Una vez que sus facultades físicas empiezan a ir a menos, se les suele desechar. Por mucho que hayan sido unos campeones, pueden acabar en una perrera", relata Sara, que subraya que "hay galgueros que les cuidan bien", pero que también conoce de primera mano auténticas barbaridades.

"Existen perros de esta raza que acaban colgados con la postura que se conoce como tocar el piano, y que consiste en dejarles suspendidos desde las patas delanteras pero permitiéndoles apoyar las traseras en el suelo, lo cual prolonga su agonía. También hay quienes simplemente los abandonan, pero amputándoles los dedos. Así, si los encuentra otro cazador, no puede utilizar al perro. Son cosas que dan mucha pena". Por todo ello, Sara estima que la calidad de vida que espera a los galgos una vez que son adoptados supera en mucho a la que son susceptibles de tener. "No dan ningún problema y, además, hacen todo el ejercicio que necesitan. Puede parecer que un galgo querrá estar todo el día de aquí para allá, pero no son tan activos, simplemente son explosivos. Corren mucho, pero durante poco tiempo. Se desfogan y luego son muy tranquilos. Igual un pastor alemán necesita una estimulación más continua", señala.

"Dormir y dormir"

Iosune Plaza reside en Andoain. Está casada y tiene una hija de seis años, que en poco tiempo disfrutará de la compañía de un hermano. Vive además con dos gatos y con Owen, el galgo que adoptó hace poco más de un año. Se está pensando acoger otro más. "La gente se sorprende mucho. Empezando por mi padre, que es cazador y tiene la idea de que el galgo es un animal muy enérgico, de mucho correr. ¿Cómo vas a meter uno en casa?, me preguntó. Luego resulta que ni te enteras. Owen es muy tranquilo, no hace más que dormir y dormir", relata Iosune sobre un perro que, de este modo, no hace honor a su nombre, que le pusieron con el mítico atleta estadounidense Jesse Owens como referencia.

Esta andoaindarra siempre miró con curiosidad a los galgos. "De toda la vida me han gustado, pero me llamaba la atención no ver ninguno por la calle. Empecé a curiosear en Internet y di con un montón de casos gestionados por Galgoleku. Contacté con ellos y en un mes ya tenía a Owen en casa", indica Iosune, encantada con la experiencia. "Vivimos en un piso y, para eso, los galgos resultan ideales. Y eso que el mío es especialmente grande". El carácter de Owen se demuestra incluso en lo que se refiere a su actitud respecto a los gatos de la casa. "Se respetan. Conviven. Pero ni se miran. Se ignoran mutuamente. No tenemos ningún problema, ni en casa ni fuera".

Iosune Plaza recomendaría la experiencia a cualquier persona que esté dispuesta a adoptar un galgo. "Yo misma estoy pensando en acoger otro. Se trata de una raza muy tranquila, que no da quebraderos de cabeza y que encima es muy sana. En un año solo hemos tenido que llevar una vez a Owen al veterinario. Ni siquiera nos tira de la correa, no ladra... Quizás eso sea lo único malo, que para cuidar la casa y protegerla de extraños los galgos no sirven", concluye Iosune en tono jocoso.

Relación permanente

Uno de los aspectos que incrementan el grado de satisfacción de los adoptantes de galgos a través de Galgoleku es la relación que se establece tras el proceso de acogida con los miembros del colectivo. "En Gipuzkoa somos cinco y solemos organizar paseos y quedadas. Nos gusta mantener el contacto y conocer de primera mano cómo les va a los perros y a las familias", indica Sara Piedra respecto a los procesos que se dan en el territorio.

Así lo reconoce Mikel Zabalbeaskoa. "Te mandan fotos y te cuentan cómo les va con los perros. Y, además, durante las primeras semanas recurren a ti para consultarte algunas dudas. A ellos les sirve como ayuda y a mí para no perder el contacto con el galgo", reflexiona el tolosarra, quien, como Iosune y Sara, también anima a todos los interesados a dar el paso definitivo y a decidirse por iniciar el proceso de adopción.