EL marido está en la terraza de un tercer piso. Junto a él su mujer y la pequeña de la familia. La siguiente conversación coronó uno de los momentos álgidos de aquel descenso a los infiernos:

- Tú no me quieres, porque si de verdad me quisieras harías lo que yo te dijera.

- ¿Qué quieres que haga?

- Si de verdad me quieres, tírate por el balcón.

María no podía dar crédito a lo que acababa de escuchar, con su pequeña al lado, pidiéndole a la amatxo que no lo hiciera. Esta donostiarra, de 48 años, es consciente de que nunca superará por completo las secuelas psicológicas de su tormentosa relación de pareja. Un matrimonio que le abrió las puertas del infierno, con la humillación y el menosprecio alimentado aquellas llamas: "Eres una mala madre". "Tu cuerpo me pertenece". "Eres mía…".

Un estudio del Gobierno Vasco alertaba hace unos días de las formas invisibles de maltrato que existen. Agresiones bautizadas como "micromachismos", infinitamente más sutiles que un tortazo o un empujón, pero tanto o más dañinas. Relaciones que, a fin de cuentas, persiguen el "control absoluto" de la pareja y su aislamiento.

Hasta ayer, María no conocía el término micromachismo. A partir de ahora, tiene grabado a fuego el calvario que en él anida. "Tú ni pienses, que para eso estoy yo". Embarazada de ocho meses, esta donostiarra comenzó a sentir que algo raro pasaba. No era normal que su marido le dijera ese tipo de cosas. El hombre del que se había enamorado parecía un extraño. Ni siquiera reconocía al hijo que la mujer había tenido de un matrimonio anterior. "Él no es de la familia. La familia la formamos la niña que vas a tener, tú y yo", replicaba el maltratador. El chaval, en su deseo de hablar unos minutos con su aita, se veía obligado a salir a la calle a hurtadillas, cogiendo el móvil de la ama y escondiéndose en el coche para mantener una breve conversación.

La vida familiar de María se iba torciendo, y su mundo interior comenzó a crecer, de manera inversa a su autoestima. ¿Qué me está diciendo este hombre? ¿Qué ocurre? ¿Será algo normal? Su cabeza no dejaba de funcionar. Se esforzaba por querer a un hombre que trataba de meterle a empujones "en un mundo rarísimo". Un mundo que ella no compartía.

darse un tiempo

Continúa la espiral

El primer matrimonio de María había fracasado por lo que ella entiende "falta de madurez" de su ex. Pero esta nueva relación incorporaba otros matices. En cualquier caso, era el segundo matrimonio fallido, por lo que decidió darle tiempo al tiempo para evitar mayor quebranto en la familia.

María solo consiguió así que la diabólica espiral continuara su curso. "Eres una mala esposa. No sabes llevar un hogar…", continuaba recriminándole él. "Lo peor llegó tras el nacimiento de la niña. Aquello ya fue horroroso. Hubo un episodio de violencia física contra mi hijo a partir del cual le dije que lo nuestro se había acabado", relata la mujer.

Lejos de dar su brazo a torcer, comenzaron a llegar a su buzón "muchas cartas pidiendo el perdón". Su marido reclamaba una segunda oportunidad, escudándose en "esos momentos de enajenación en los que pierdo los nervios". María volvió a abrirle la puerta de casa tras unos meses. Sin ella saberlo, el maltrato psicológico se coló de nuevo: "No vales nada". "No quiero ver a ese niño en mi casa", continuaba él.

El marido, que ha sido juzgado por maltrato, abuso y violación, dio un paso adelante en su deriva y comenzó a encerrar a su mujer en la habitación, abusando de ella sexualmente. "Ni siquiera podía ir a hacer la compra. No quería que tuviera trato con otras personas. Cuando me iba a la calle con la niña, me venía a buscar montándome unos follones de miedo, llevándome a casa a rastras", rememora María, que logró el divorcio a los 42 años, cinco después de contraer matrimonio.

ansiedad

El principio del fin

Pero salir de aquel tormento no fue fácil. "La gente me decía que todo aquello no era normal, pero yo aguantaba. Un día subí al hospital con mucha ansiedad. Si el médico me hubiera preguntado qué me ocurría, se lo habría contado todo, pero no me prestó mayor atención".

Poner tierra de por medio no fue fácil porque su marido se encargó de repetirle machaconamente que "la rara era yo, que sin él yo no era nada. Incluso mi cuerpo era de él, era de su propiedad, me llegó a decir…".

Y después de tanto sufrimiento, las cosas cambiaron casi por casualidad. Fue aquel día que esperaba en una parada del autobús de Donostia, cuando reparó en aquel cartel: "Si tienes miedo en volver a casa, llámanos", aparecía sobreimpresionado en el anuncio. María veía el rostro desencajado de aquella mujer del cartel y se reconocía a sí misma. "Así es como me puse en contacto con los servicios Sociales del Ayuntamiento de Donostia, y conocí a un psicólogo encantador. Gracias a él a y su equipo estoy aquí, estoy viva".

La donostiarra echa la mirada atrás, y siente que se ha escapado de una buena. Sobre todo cuando ve por la tele esas imágenes de mujeres asesinadas, que abandonan sus domicilios en una camilla y con una manta encima. "Siento rabia, dolor e impotencia cada vez que ocurre. ¿Por qué no se matan ellos y nos dejan en paz?", se pregunta. María no ha sido capaz de rehacer su vida sentimental. A pesar del tiempo transcurrido, sigue teniendo miedo, "como esos perros apaleados que salen corriendo cuando les vas a dar una caricia".

Dice estar viva, aunque "con un ala rota". Para que vidas como la suya no vuelvan a quebrarse, sostiene que hay que "reforzar el mensaje en la escuela". "Hay que educar a los menores de modo que no se acostumbren a este tipo de situaciones. Decirles a ellas que reaccionen y no aguanten, porque no somos propiedad privada de nadie".