EL barrio donostiarra de Martutene y, sobre todo, la zona de la Colonia de El Pilar, presentaban ayer un aspecto desolador. Barro por doquier y kilos de muebles, electrodomésticos y alimentos convertidos en desechos y basura. Los peores temores se confirmaban: el desbordamiento el domingo del río Urumea alcanzó todos los bajos de esta castigada zona y, una vez más, los vecinos se preguntaron qué está haciendo la Administración para solucionar un problema que viene de lejos.

Comercios y viviendas. Nadie se libró del embate de las aguas. Para Iñaki del Orden, tercera generación al frente de una tienda de alimentación, el agua llegó a superar incluso el registro de las inundaciones de 1983. "Habrá entrado unos diez centímetros más que ese año, alcanzando el metro ochenta de altura", señalaba mientras acumulaba en el exterior del establecimiento una montaña de productos inservibles. "No se han salvado más que las dos baldas superiores; lo demás, arcones, frigoríficos, balanzas, cortadora..., todo es un desastre", añadió apesadumbrado, calificando de "puntilla" una inundación que, probablemente, ponga punto final al negocio. "Esto es muy difícil de retomar. Sería empezar de cero ,y tal y como están ahora los negocios, no es aconsejable", justificó.

Como él, ayer por la mañana el resto de propietarios de los comercios y los vecinos trataban de limpiar los restos de barro que unificaron el color de las calles, los bajos de la Colonia y también de algunos primeros pisos. Como Juani Pérez, quien desde la ventana iba pasando los muebles "para tirar" a sus hijos. Aunque es la propietaria de la casa, en la vivienda reside solo su exmarido, quien tuvo que ser ingresado con un ataque de asma durante la inundación. "Ahora está mejor", afirmaba Pérez. Colchones, somieres... todo salía por la ventana. "Con lo que pesan, como para sacarlo por la escalera", reflexionaba la mujer en el mismo momento en el que un vecino interrumpía su labor al aparecer por la puerta con varios bocadillos en la mano. "Si no fuera por los vecinos, ni empezamos", afirmaba conmovida.

Un problema de origen

Solidaridad y críticas

"La gente está con un impulso de solidaridad inmenso. En estas situaciones duras nadie se guarda las lágrimas para sí mismo", apuntó Joaquín Sotilla, presidente de Sarroeta Elkartea, la asociación de vecinos de Martutene. Tampoco la sede de esta entidad se libró de las inundaciones. Los tambores y trajes de su tamborrada, así como las labores de bolillos y bainica, todo quedó inservible. Aún así, una docena de personas intentaba adecentar el local.

Pero los ánimos estaban encendidos. "Hay un aspecto que enerva y cabrea y es el pensar que es una situación conocida. No es imprevisible ni un desastre de la naturaleza. Es un barrio mal diseñado desde el origen en los años 50", exponía Sotilla, quien añadió: "Desde entonces, todas las intervenciones no han tenido en cuenta el carácter inundable de la zona. No se han tomado medidas preventivas ni tampoco de cara al desarrollo del diseño. Ha seguido primando la especulación y es algo triste, de lo que no podemos responsabilizar solo a un partido", criticó.

"Demasiados estudios", pero sin actuaciones concretas, como "limpiar el río" o sustituir unos puentes "obsoletos". El presidente, simplemente, se hacía eco de los murmullos que había en la calle y que se hicieron públicos coincidiendo con la visita de una delegación del Ayuntamiento de Donostia pasadas las 13.00 horas.

Fue entonces cuando varios vecino se enfrentaron con el alcalde, Juan Karlos Izagirre, para pedirle explicaciones, entre otras cosas, sobre la actuación de Aguas del Añarbe. No eran pocos los que achacaban ayer el inusual incremento del río, pasado ya el momento crítico de la pleamar del mediodía, a una inadecuada apertura de los desagües de la presa, aunque desde la entidad se destacó que este no se produjo hasta la medianoche, matiz que también refirió el primer edil.

"Me parece increíble la falta de previsión que hay y es una vergüenza que el río no se limpie. Sabiendo lo que se avecinaba, ¿por qué no se abren antes las puertas del Añarbe?", se preguntaba Arantxa Lores, mientras ayudaba a sus padres a limpiar la parte baja de su vivienda, en el número 66 del paseo Martutene.

A pocos metros, Edurne Kalonje, de 53 años, descubría con los ojos enrojecidos el estado en el que había quedado la que era su casa desde hace 14 años. Sin haber sido capaz de entrar, tuvieron que ser unos amigos los que la convencieron para ver cómo había quedado. El resultado: indescriptible.

Al igual que ella, el obrador de cocina situado junto a la vivienda y propiedad de José Ignacio Zubigarai apenas era un espectro de lo que había sido antes. "Tres congeladores, cinco neveras, los fogones, la comida... Todo está roto", aseguraba.

Otras zonas

Con el agua hasta la ventanilla

Más allá de la Colonia El Pilar la situación tampoco era muy consoladora. La hernaniarra Nerea Etxebeste, de 36 años, esperaba frente a la empresa Elektra, en la calle Apostolado, a que una grúa viniera a por su coche. "Lo saqué el domingo hacia la una del barrio de Osiñaga de Hernani porque estaba inundado y lo traje aquí, pensando que no ocurriría nada. Pero a las seis de la tarde el agua llegaba hasta la ventanilla".

Nekane y María Dolores Lete observaban con inquietud el garaje inundado de sus villas en la calle Eguzki Eder. "El agua se quedó a un escalón de entrar, aunque en el garaje ha entrado hasta el techo y ha echado todo a perder, comida, adornos de Navidad, herramientas...", repetían, mientras se encontraban a la espera a los bomberos.

Frente a ellos, sin embargo, María Jesús Ibáñez se desesperaba tratando de limpiar su casa. Con apenas tres horas de sueño, todavía se estremecía al recordar que sobre las 17.30 horas del domingo el agua entraba en su casa, un bajo situado en el número 6 de la calle Eguzki Eder, tanto por la puerta principal como por la trasera. "Se nos llenaban las katiuskas de agua, así que terminamos descalzos", relataba.

Hace apenas un año y medio que compraron la casa, por lo que todavía el dolor por lo acontecido se agudiza. Los sentimientos de "impotencia" y "preocupación" se mezclaban con la rabia. "El resumen de todo es que no se ha hecho nada. Muchas obras, muchas carreteras, y todo bien encauzado hasta Riberas, pero cuando viene un golpe de agua lo revoca en la parte más baja, que es esta", reprobaba su marido, escoba en mano.

Porque, como incidía Joaquín Sotilla: "No se puede hablar de sorpresa ni de naturaleza, todo esto deviene de la mano del hombre".