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La 'Sorpresa de Arlaban'

Hace dos siglos, un labrador convertido en líder de la guerrilla vasca puso en jaque al ejército de Napoleón

23de mayo de 1811. Puerto de Arlaban. Proximidades del pico de Isuskitza. Francisco Espoz y Mina, navarro de Idocín y máximo exponente de la guerrilla que lucha contra la ocupación de las tropas francesas en Euskal Herria, aguarda el paso del convoy que marcará para siempre su peso en la historia de Gipuzkoa. En ese destacamento no va, como esperaba en un principio, el mariscal galo Massena, pero el botín que dejará su captura no será en absoluto poco gratificante. Al contrario. La victoria superará la recompensa puntual de una batalla y su eco traspasará fronteras para dignificar la valía de sus autores y desatar la ira de los vencidos y de su líder, Napoleón Bonaparte.

Espoz no es buen conocedor de la zona pero, aconsejado por Sebastián Fernández de Lezeta, guerrillero de la comarca y al que sus compañeros llaman Dos Pelos, ha organizado la emboscada en el lugar perfecto: el paso entre el caserío Iñurrieta (situado junto a dos fortines de defensa construidos años antes por los propios franceses como zona de control) y la casa de Arbitrios, en la zona más alta del puerto. Los 347 metros de subida desaceleran el ritmo del convoy y rebajan su capacidad de reacción (la pendiente solía obligar a los caminantes a cambiar los caballos de sus carruajes por bueyes, algo que, no obstante, no está comprobado que sucediera en esta ocasión).

A las ocho de la mañana aparecen los primeros carros. No es ninguna sorpresa, toda vez que hombres de su confianza le han dado el aviso. Pero el ataque no es inminente. Espoz deja avanzar al enemigo. Y lo hace con asombro, en este caso sí, porque la largura de la caravana (cinco kilómetros de longitud) sobrepasa con creces a la prevista.

Un ejército compuesto por 1.200 militares, 100 jinetes de la Gendarmería Imperial, 500 fusileros y 400 soldados más de diferentes cuerpos escoltan a más de 150 carruajes (en los que viajan numerosas familias), un centenar de carros con heridos y más de 1.000 presos británicos, portugueses y españoles (la presencia mayoritaria de los primeros hizo que el convoy fuera conocido como el De los ingleses). Vienen de Portugal, de librar batalla en plena Guerra de la Independencia (1808-1814), y han parado la última noche en Vitoria.

Al calcular que ha pasado la mitad del grupo, Espoz da la orden a sus hombres, los de la División Navarra (se dice que llegó a acoger a 10.000 hombres). Son guerrilleros, no soldados ni bandoleros, que se han ido sumando a él desde que las tropas francesas ocuparon por la fuerza Euskadi, por su condición de enclave estratégico, en 1808. Civiles que han ido incorporándose a la guerrilla y que, ese 23 de mayo, rodean desde todos los frentes posibles y divididos por batallones el paso de los franceses. Y al mandato de su jefe, responden con contundencia.

sangría francesa

Centenares de muertos

Comienza entonces lo que después se conocerá como La Sorpresa de Arlaban. Seis horas de enfrentamiento convertidas en una "sangría terrible" para las huestes napoleónicas (se habla de entre 250 y 600 muertos y de 160 prisioneros), en palabras del historiador y colaborador de la Sociedad de Ciencias Aranzadi Javier Buces, autor de la investigación que actualmente lleva a cabo esta entidad sobre aquel episodio. Según explica, el triunfo de Espoz y Mina despertó al mismo tiempo la admiración del Ejército español, que le reconoció como estratega y militar y le nombró general de Infantería y Caballería de la División de Navarra -adscrita desde aquel momento al Séptimo Ejército-, y el odio de Napoleón, que encargó al mariscal Bessières perseguir sin descanso al líder guerrillero.

"Se dice que vino a buscarle con 70.000 soldados, que castigó a los pueblos que le apoyaban y que dispuso un férreo control de entrada y salida de la población", señala Buces. Una persecución y unas ganas de revancha que se conocen como La Furia de Bessières y que, probablemente, alimentaron aún más la leyenda de Espoz, a quien ya desde antes muchos llamaban El pequeño rey de Navarra y cuya historia pasó a ser tema recurrente de conversación en esa época. "Se hicieron poemas sobre él, obras de teatro, cantares populares... Se convirtió en alguien muy conocido", asegura Buces, a quien extraña los pocos estudios existentes sobre la ocupación francesa de Gipuzkoa durante aquellos años.

familia de labradores

Sábados en el mercado

Pero eso, el hecho de estar protagonizando uno de los sucesos bélicos más relevantes de aquellos años en Euskadi, no lo puede saber el propio Escoz mientras libra la batalla. Él, procedente de una familia euskaldun de labradores que había acudido durante años a vender fruta cada sábado al mercado de Pamplona, no puede sospechar la repercusión que tendrá la emboscada. Sí confía en que un hipotético éxito le suponga el reconocimiento de sus tropas como ejército militar -era algo que esperaba desde hacía tiempo-, pero no imagina hasta dónde llegarán los efectos de esa victoria.

Atrás quedarán los primeros meses de actividad, cuando la ocupación total de Euskal Herria por parte de Francia dio lugar a esa nueva forma de luchar -contra las injusticias de los propios soldados galos y a base de emboscadas- en la que se convirtieron las guerrillas, que aglutinaron en conjunto a cerca de 50.000 hombres. Atrás quedarán los ataques más reducidos. Atrás quedará el no reconocimiento. Desde ese día, la historia hablará de él en clave distinta. Da igual que no esté allí Massena, uno de los hombres fuertes de Napoleón. La gesta será indiscutible. Y se lo reconocerán. A él y a los suyos.

Pero, posiblemente, Escoz no piensa en ello mientras libra la batalla. No piensa más allá de las cuestas de aquel puerto. Un enclave que un año después acogerá una nueva emboscada al Ejército francés (bautizada como La Segunda Sorpresa de Arlaban y que también contó con la participación de Espoz) y que habitualmente es morada de bandoleros (hubo más de un asalto, incluido uno a un carruaje real), pero que ese día tiene una cita más relevante en términos históricos. Una cita en la que piensa, solo en ella, Espoz.

Quizás el tiempo será injusto y dos siglos después hará que su historia no sea lo suficientemente reconocida. O quizás en esos dos siglos habrá quien, como Buces y Aranzadi, trabajarán para rescatarla del olvido y devolverle su valor. Pero eso tampoco lo sabe Escoz, ese Pequeño rey de Navarra que cada semana vendía fruta en el mercado de Pamplona y años después puso en jaque al Ejército de Napoleón.