imanol querejeta y

javier Vizcaíno

JV.- Supongo que no existen dos duelos iguales. Por una parte, cada persona lo vive de un modo diferente y, por otra, cada pérdida conlleva un proceso distinto.

IQ.- Así es, y cada persona pasa por momentos muy diferentes en su vida, de modo que, según cuáles sean las circunstancias, una misma persona responde de manera diferente y a veces incomprensible a dos situaciones de duelo.

JV.- En todos los casos, imagino, el tiempo es un factor fundamental. Las heridas no se curan de un día para otro.

IQ.- No, y si se curan, es porque el vínculo con lo perdido no es fuerte. El tiempo es algo que discurre a 60 minutos la hora y 60 segundos el minuto, y cada uno lo cubrimos de manera diferente. El tiempo ayuda, pero más ayudan el acompañamiento y la comprensión de las personas. En esto del duelo no hay una regla de tres.

JV.- Es curioso que hay personas que parecen reaccionar con mucha entereza en un primer momento y que, sin embargo, luego se derrumban y no son capaces de remontar la situación. ¿Ayuda no intentar "hacerse el duro" al principio?

IQ.- Las personas se defienden como pueden y a veces pueden más al principio, no porque se hagan más duras, sino porque tienen más cerca el recuerdo de lo perdido y también más cercano el acompañamiento de las personas que te quieren. Aquí lo más difícil surge cuando cada uno de los que te apoyan tiene que volver a su rutina y tiene menos tiempo para ti.

JV.- Hay personas que, tras una pérdida importante, tratan por todos los medios de no pensar en lo que ha ocurrido. Esconden cualquier cosa que pueda recordarles a su ser querido, huyen de los lugares a los que iban juntos... ¿Es una actitud recomendable?

IQ.- Como te decía antes, esto no es una ciencia exacta y habrá de todo, pero en mi experiencia los que no guardan los recuerdos de la persona que desaparece luego suelen echar de menos esos recuerdos. Por otro lado, hay personas que conservan prendas de las personas que quieren sin lavarlas, sólo para poder mantener su olor corporal o el de su agua de colonia y te dicen que les consuela saber que siguen ahí con ellos.

JV.- También se da el caso exactamente contrario: personas que tras la muerte de alguien importante pasan las 24 horas del día embebidos en su recuerdo, sin darse tregua. Tampoco parece que sea lo más adecuado.

IQ.- A veces es inevitable. El sentido y el contenido de cada relación sí que es personal e intransferible. Yo recomiendo no juzgar ningún tipo de reacción ante la pérdida de un ser querido, porque muchas veces hay asuntos pendientes que no se han resuelto y te obsesionas con ello, y otras veces la ausencia física es tan grande, que hay una necesidad de repasar todos los momentos importantes de la vida.

JV.- ¿Qué te parecen los ritos como el de pasado mañana, cuando mucha gente acudirá a los cementerios a recordar a sus seres queridos que ya no están?

IQ.- Respetables y deseables. Creo que cada persona tiene un credo, propio o colectivo, y que todos tenemos nuestro día de los difuntos o nuestros días de los difuntos y algunos lo reviven sólo con pena y otros con pena y arrobo al recordar los momentos buenos. Cualquier ocasión es buena para hacer más presente a nuestros seres queridos a pesar de no verlos. Siempre digo a las personas a las que tengo que ayudar en este trance que las personas no mueren cuando dejamos de verlas, sino cuando las olvidamos y siempre pido a mis hijas que cuenten cosas que han aprendido de su padre, como yo lo hago de mi propia historia familiar, de la que cuento anécdotas que transmiten valores de abuelos que no llegué a conocer.

JV.- Hay pocas cosas más difíciles que tratar de consolar a alguien que ha sufrido una pérdida. ¿Cómo podemos hacerlo? Nuestras palabras no sirven de casi nada, desgraciadamente.

IQ.- Pues tú lo has dicho, muchas veces es mejor no hablar y acompañar. Los gestos, las caricias, el compartir el llanto, los abrazos, el coger de una mano... son gestos elocuentes, que transmiten cariño y que demuestran que estamos ahí a disposición del que sufre.

JV.- Llevamos un rato hablando de la muerte, no es la primera vez que lo hacemos y, sin embargo, soy incapaz de quitarme un cierto sentimiento de aprensión. Sé que habrá lectores que se saltarán esta página. ¿Por qué nos da tanto miedo siquiera mentarla?

IQ.- Porque siempre la han presentado como algo terrible. Para los creyentes siempre hay una esperanza más de reencontrarse con lo seres queridos en la otra vida, para los no creyentes puede ser más duro pensar que no van a volver a ver a esos seres. Mi máxima ante la realidad de esta separación que nos espera a todos es que dejar de vernos, aunque sea temporalmente en el caso de los creyentes, es duro, pero sólo hay una cosa peor que es no habernos conocido. Eso es lo que cuenta, lo que nos dejamos en herencia: nuestro hechos, nuestro amor, nuestro honor, nuestra tolerancia...

JV.- Volviendo al duelo en sí, y para terminar, ¿hay casos en los que sería recomendable recibir ayuda o, incluso, tratamiento profesional?

IQ.- Si, hay duelos muy difíciles por muchas razones, algunas veces por el tipo de vínculo tan intenso que existe entre las personas, otras veces por la situación en la que te encuentras en el momento de la pérdida. Otras, por lo inesperado de la noticia o también porque hayas acompañado durante un largo recorrido a un ser querido con una enfermedad que conlleva mucho sufrimiento y, en el momento de la separación te desfondas, te quedas sin objetivo y sin motivación. Cuesta rehacerse y recuperar una rutina.