Síguenos en redes sociales:

Lágrimas de otra vida

Un amigo provoca que José Diego Yllanes se derrumbe emocionalmente en la tercera jornada de un juicio seguido con gran entereza por la familia de Nagore Laffage. El pamplonés no pudo contener las lágrimas y se las secó con ayuda de un pañuelo.

Lágrimas de otra vidaTVE

"que entre el siguiente testigo". Lo que no había ocurrido desde que arrancó el juicio estaba a punto de suceder. Daniel Sánchez Guardamino, el amigo de carrera que acompañó a José Diego Yllanes aquella madrugada infame, entra en la sala. Eran amigos íntimos, pero no se habían vuelto a ver las caras. Guardamino, recién llegado de Sevilla para prestar declaración, dice no haber tenido estómago para visitarlo en prisión. Se coloca frente al micrófono, mira al acusado con cierta afectuosidad aunque algo desconcertado, y Diego Yllanes rompe a llorar. Durante la hora en la que Daniel ofrece su testimonio, detallando los pormenores de aquel encuentro con su amigo en la cuesta de Labrit y el alcohol que, asegura, consumieron las horas previas al crimen, el autor confeso de la muerte de Nagore no deja de secarse las lágrimas con un pañuelo de tela.

Se derrumba de manera visible por vez primera desde que arrancó el juicio. Ladea la cabeza, y su abogado le pide tranquilidad. No parece Yllanes el mismo tipo que el día anterior había aguantado estoicamente la catarata de preguntas a las que fue sometido durante las tres horas largas que duró el interrogatorio. En buena medida, eso sí, gracias a la medicación que se le proporcionó, según reveló ayer a este periódico su propio abogado.

Guardamino es el paradigma del amigo que se sabe poco exitoso con las mujeres. Su compañero representaba la cara opuesta. Habló ayer del acusado como de "un estupendo amigo y una gran persona", un hombre de proyección a quien no dudaba en pedir consejo sobre sus amoríos frustrados. "Él solía decirme que era consciente de que gustaba a las mujeres", relató. Exponía ayer ante el jurado la vida ordenada que había conocido de Yllanes, y sus palabras acabaron por romper los muros de contención emocional que hasta ahora había levantado el acusado en la sala. Debió activarse entonces algún resorte interno, lejos de la asepsia con la que había acogido minutos antes el testimonio de cuatro agentes de policía que relataron sus pesquisas para detenerle.

Ausente parecía también cuando testificó Guillermo Mainer, el médico residente en el Departamento de Psiquiatría con el que compartía trabajo, el mismo que recibió la llamada de Yllanes poco después de cometer el crimen. "¿Qué te pasa, te han pegado?", le preguntó aquella mañana nada más verse. "No, he hecho una cosa muy mala y no me lo vas a perdonar en la vida", respondió él, ansioso y angustiado, sin dar muestras de estar bebido, al menos, según el testimonio ofrecido ayer tarde por el joven. Pronto se dio cuenta el acusado de que había topado con un muro, que la colaboración para deshacerse del cuerpo sin vida de Nagore no era posible, y por eso le pidió que no le delatase.

En este punto, llegaba ayer el turno del letrado que representa al Ayuntamiento de Irun:

-"¿Le pareció que lo decía para que su reputación no se viera comprometida?"

-"Sí, me hice esa idea en ese momento", respondió Mainer.

-"¿Diría que estaba angustiado pero no borracho?".

-"Sí".

Silencio. -"No hay más preguntas".

Los testigos, uno tras otro, fueron pasando por la sala. Agentes de policía, el conductor del tractor que se cruzó en un camino comarcal con la Saab blanco supuestamente conducido por Yllanes cuando fue a arrojar el cadáver de Nagore a Orondritz, la mujer que halló el cuerpo… El jurado seguía atentamente todas las intervenciones, pero quien más atención ponía era Javier y Txomin Laffage, hermano y padre de la víctima, que asistían a la vista oral por tercer día consecutivo, visiblemente cansados, pero mostrando en todo momento una entereza encomiable. La sala, una vez más, volvía a colgar el cartel de aforo agotado.

A pesar del revuelo mediático, la calma ha presidido cada una de las sesiones y, salvo el primer día, en el que una quincena de personas profirió algunos gritos aislados de "asesino" cuando Yllanes era conducido a la Audiencia de Navarra, parece haber en la familia un deseo de justicia bien entendido.

El propio magistrado ha transmitido a Miguel Alonso Belza, abogado de la acusación particular, su gratitud por la serenidad con la que los más allegados a Nagore están sobrellevando este doloroso trance, según relató ayer el hermano de Nagore. Hoy declara Asun Casasola, la madre de la víctima, que volverá a estar arropada por varias de las amigas de Nagore que ayer tuvieron que ausentarse porque están de exámenes.