Una personalidad desdoblada
Ni un solo signo de debilidad. Durante tres horas y media José Diego Yllanes protagonizó una cuidada puesta en escena en la que no se derrumbó ni un instante y, en ocasiones, parecía relatar los hechos protagonizados por otra persona.
El detalle más elocuente de que quizá acabó más entero de lo que se podía intuir fue el guiño cómplice que le lanzó a un familiar poco antes de abandonar la sala tras el interrogatorio. No se iba precisamente abatido. José Diego Yllanes, que repetía atuendo similar al del día anterior, con una camisa a rayas azules y blancas, pantalones vaqueros y zapatos negros, asume la autoría del crimen, y es consciente de que pagará por ello, pero se parapeta en una suerte de amnesia permanente. "No lo recuerdo". Son las tres palabras a las que se aferró durante el largo interrogatorio de tres horas y media al que fue sometido.
Da la sensación de que Diego Yllanes, que apenas pronunció el nombre de su víctima durante su intervención, ha querido trazar un punto y a parte, como si su personalidad se hubiera desdoblado aquel dramático 7 de julio y tratara de demostrar ahora que un crimen de estas características no encaja en su perfil de persona de bien.
Rehuyó de la arrogancia. Más bien al contrario. Hizo exhibición de unas maneras amables, a ratos calculadamente dubitativo, trasladando permanentemente una imagen de chico educado con la que trató de convencer al jurado de que ni él mismo se explica qué pudo ocurrir. "Actué de una manera ajena a mí", repitió en más de una ocasión. Sin perder un solo instante la calma, respondió una tras otra a las decenas de preguntas a las que fue sometido y pidió perdón a la familia de la joven irundarra. Sorprendió su templanza, incluso hasta cuando detalló que se puede tardar unos dos minutos en estrangular a una persona.
El jurado tuvo ocasión de ver los vídeos que reconstruye los últimos movimientos de Yllanes y Nagore en la madrugada de Sanfermines de 2008. El acusado, impasible, tomaba en su mano derecha un lápiz con el que escribió notas sobre una carpeta azul, apuntes que posteriormente cotejó con su abogado, Eduardo Ruiz de Erenchun. Y volvía a escucharse la voz metálica de Nagore, con un hilo de vida, cuando llama al 112. "SOS Navarra ¿diga?". "Matar". "SOS Navarra ¿diga?". Y de nuevo ese susurro imperceptible: "Matar". Resonaba una y otra vez en la sala un eco tenebroso que permitía adivinar el pavor que debió vivir la joven. Amigas de Nagore, sentadas en la quinta fila de la sala, no pudieron contener la emoción y cayeron abatidas, sumidas en un profundo sollozo.
Yllanes, entretanto, continuaba impasible. Tomaba notas con las que pronto llenó medio folio a lápiz. Las repasaba. Sólo humilló la mirada cuando se mostraron las fotografías del cadáver de Nagore, con el rostro desfigurado por los golpes, el dedo índice de su mano derecha amputado por un machete que también se exhibió, y una muñeca sometida a un intento de descuartizamiento similar. Finalizan los vídeos. El acusado coge el lápiz, la carpeta, y se va por el pasillo de los acusados. Llega entonces el primer receso.
La sala se vacía pero permanece en ella Javier Laffage, el hermano de la víctima, de 24 años, sentado en la silla con un temblor de piernas irreprimible, como si toda su rabia estuviera contenida en ellas. Trata de consolarle su padre. La verdadera dimensión del drama la ofrece la imagen recogida a unos metros. Es la hermana de Yllanes, que asiste a la vista desde el lunes, y que en ese mismo instante también es consolada por un familiar.
El interrogatorio propiamente dicho comienza después, justo a las 11.44 horas.
"Póngase en pie". El magistrado Francisco José Goyena Salgado le da la orden.
Yllanes, de complexión fuerte y 1,82 de estatura, se coloca en el centro de la sala, frente al micrófono. Cruza los brazos y respira hondo. "Por supuesto que intentaré decir toda la verdad", confiesa relativamente relajado. Parece controlar la situación. En el vídeo exhibido el día anterior, realizado tres semanas después del crimen, temblaba como una hoja cuando detallaba los pormenores del crimen. Pero la permanente amnesia a la que se aferró Yllanes ayer, que insistía en no recordar apenas nada sobre el encuentro con Nagore, fue una constante. Su abogado movía persistentemente su pie derecho mientras escuchaba su relato, describiendo movimientos circulares. Parecía satisfecho con la actitud de su defendido.
Yllanes sólo se mordió el labio en una ocasión.
¿Por qué no le dejó irse a Nagore cuando rompen la relación?
El joven, de 28 años, resopla. Arguye que quería acabar el desencuentro con cierta "cordialidad", "estar en sintonía". Confiesa que la actitud de la joven al decirle que iba a contar lo sucedido desencadenó el episodio violento. Este punto parece adquirir un peso importante en su testimonio. Deja entrever que la posibilidad de que Nagore hiciera público aquel episodio le colocaba en la cuerda floja, que aquello activó algún resorte porque era una situación que no podía soportar, teniendo en cuenta además su relación sentimental, estable, con otra persona.
Sólo hay una ocasión en la que Yllanes se gira y mira al público. Es cuando confiesa por vez primera (posteriormente lo haría en varias ocasiones) que quería suicidarse tras acabar con la vida de Nagore. "Salí al balcón para hacerlo", aseguró ante los rumores de una sala que parecía restarle crédito. "Tuvo tiempo de hacerlo", le respondió Ricardo Palacio, abogado del Ayuntamiento de Irun.
En ese mismo ejercicio permanente de desdoblamiento, como si estuviera hablando de otra persona, Yllanes insistió en sentirse desbordado por los hechos y llegó a reconocerse "un ser despreciable".
Yllanes habla constantemente en presente sobre su actividad, como si continuara ejerciendo de médico y no llevara un año ingresado en prisión. Es otro de los aspectos que llaman poderosamente la atención de su puesta en escena. Transcurridas tres horas de interrogatorio y sin derrumbarse un solo instante, el joven contestó a las preguntas de su defensa que en su profesión siempre le ha gustado cuidar de las personas y que por eso no se explica qué ha pasado.
LAS CLAVES
l Sorprendió su templanza, incluso hasta cuando detalló que se puede tardar unos dos minutos en estrangular a una persona.
l Trasladó permanentemente una imagen de chico educado con la que trató de convencer al jurado de que ni él mismo se explica qué pudo ocurrir.
l Sólo humilló la mirada cuando se mostraron las fotografías del cadáver de Nagore, con el rostro desfigurado por los golpes y el dedo índice de su mano derecha amputado con un machete.
l Sólo hay una ocasión en la que Yllanes se gira y mira al público. Es cuando confiesa, por vez primera, que quería suicidarse tras acabar con la vida de Nagore.
l Yllanes se mordió el labio cuando le preguntaron por qué no dejó irse a la víctima.
l Amigas de Nagore, sentadas en la quinta fila de la sala, no pudieron contener la emoción y cayeron abatidas, sumidas en un profundo sollozo.
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