Aplauso colectivo: de los balcones a la calle
La sociedad vasca está atravesando, al igual que el resto del mundo, uno de los momentos más difíciles de la historia reciente. Una crisis sanitaria que, por su enorme impacto a nivel humano, social y económico, está llamada a permanecer en el recuerdo colectivo de varias generaciones. Los efectos de la pandemia, tan inesperada, tan impredecible, serán de una profundidad que somos incapaces de medir todavía.
Es en los momentos más difíciles, sin embargo, cuando afloran los comportamientos ciudadanos de mayor compromiso y de solidaridad. Una generosidad que en Gipuzkoa y en Euskadi nos ha llevado a asumir, con toda civilidad, que quedarse en casa era la mejor manera de protegerse y de proteger a los demás.
Esa actitud de responsabilidad colectiva tiene nombres y apellidos: los de todas las personas que han luchado en primera línea contra el COVID-19, merecedoras de todo el reconocimiento de la sociedad. La lista es nutrida. Empezando por todo el personal sanitario que ha tenido que responder a una amenaza galopante e invisible. Podríamos extender el reconocimiento a quienes han activado sus impresoras 3D día y noche para proveer máscaras protectoras a enfermeras, cuidadoras, comerciantes, farmacéuticos y demás profesionales expuestos al virus en sus trabajos, quienes, a su vez, merecen un aplauso; a las cajeras que han doblado turnos para proveer de alimentos a todo el mundo; a los y las docentes que, en un tiempo récord, han adaptado sus clases para impartirlas a distancia; a las empresas y centros de I+D+i que han reorientado su trabajo a generar material de protección y productos sanitarios contra el virus; a aquellas compañías que, pudiendo retrasar el pago de sus impuestos por la excepcionalidad de la situación, han preferido realizar sus pagos y seguir aportando al bien común. Sin olvidar a las personas voluntarias del tejido asociativo guipuzcoano, de DYA, de la Cruz Roja y de diversas redes ciudadanas.
Mención aparte merece el personal que gestiona y trabaja en las residencias de personas mayores, quienes han hecho frente a una situación sin precedentes, durísima, al albergar en su seno al colectivo más vulnerable ante la enfermedad. Esta realidad ha provocado el fallecimiento de 167 residentes en el territorio, a cuyos familiares me gustaría trasladar desde aquí todo el apoyo y cercanía. Pese al dolor que generan estas pérdidas, que sentimos como propias, hasta el momento se ha conseguido mantener el 90% de las plazas libres de COVID-19, gracias a la labor de Osakidetza, a la entrega de todas las entidades y personas implicadas, a la implicación del tejido social guipuzcoano, así como al trabajo de los servicios sociales, del departamento de Política Social en su conjunto.
Todos ellos y ellas, todas las personas que han arrimado el hombro para hacer frente a esta insólita situación, quienes han puesto lo colectivo por encima de sus intereses individuales, se merecen nuestro agradecimiento más sentido. Una gratitud colectiva que se ha manifestado en las últimas semanas en ventanas, balcones y terrazas.
Gipuzkoa ha afrontado la crisis sanitaria como una comunidad. Ahora, frente a los enormes retos socio-sanitarios, sociales y económicos en ciernes, es el momento de mantener más que nunca esos valores del auzolan, de la colaboración, que caracterizan a nuestra sociedad. Un espíritu comunitario que ha de convertirse en hábitos y en consumo en favor del comercio, los productos, los servicios y la hostelería local. Es el momento de llevar a las calles esa gratitud que durante el confinamiento hemos mostrado en nuestras ventanas y balcones.
Mila esker, Gipuzkoa. Elkarlanean, lortuko dugu!