La alimentación saludable es uno de los pilares fundamentales para mantener un peso adecuado, energía constante y prevenir enfermedades a largo plazo. Sin embargo, uno de los grandes enemigos del bienestar es el azúcar, especialmente cuando se consume en exceso al inicio del día.

Numerosos estudios y la experiencia diaria demuestran que el azúcar no solo aporta calorías vacías, sino que también altera los mecanismos de hambre y saciedad, empujándonos a comer más y, a menudo, peor.

Cómo actúa el azúcar en el organismo

Cuando ingerimos alimentos ricos en azúcar, como bollería, galletas, cereales refinados o refrescos, los niveles de glucosa en sangre se disparan rápidamente. Esta subida repentina activa la liberación de insulina, la hormona encargada de transportar la glucosa a las células para que sea utilizada como energía o almacenada en forma de grasa.

El problema aparece poco después: cuanto más brusca es la subida de glucosa, más pronunciada será su caída. Así, tras un desayuno azucarado a las 8 de la mañana, no es extraño que hacia las 10 el cuerpo experimente una fuerte sensación de hambre.

El hambre provocada por el azúcar

El descenso de glucosa no se percibe como algo neutral por el organismo. El cerebro interpreta esa caída como una señal de alarma y genera la necesidad urgente de volver a obtener energía rápida.

El resultado son antojos intensos de alimentos dulces, procesados y ricos en carbohidratos refinados. En otras palabras, el cuerpo no nos pide una ensalada al mediodía, sino galletas, chocolatinas o refrescos, perpetuando un círculo vicioso de consumo de azúcar.

Este mecanismo explica por qué, a pesar de haber desayunado, muchas personas no llegan hasta la hora de la comida sin picar algo. Y cada ingesta azucarada genera un nuevo ciclo de picos y bajones, lo que incrementa la probabilidad de sobrealimentarse a lo largo del día.

La bollería contiene grandes cantidades de azúcar

Consecuencias a largo plazo

Este patrón repetitivo tiene varias consecuencias. En primer lugar, favorece el aumento de peso, ya que el exceso de glucosa que no se utiliza inmediatamente se almacena como grasa. Además, mantener niveles de insulina constantemente elevados puede llevar a la resistencia a la insulina, una condición que precede a la diabetes tipo 2.

Por otra parte, el azúcar en exceso afecta al estado de ánimo y la energía. Tras el subidón de energía inicial, el bajón no solo provoca hambre, sino también cansancio, irritabilidad y falta de concentración, lo que repercute en el rendimiento académico, laboral y físico.

La importancia de un desayuno bajo en azúcar

Es fundamental comenzar el día con alimentos bajos en azúcar y ricos en proteínas, grasas saludables y fibra.

Huevos, yogur natural sin azúcar, avena integral, frutos secos, aguacate o frutas son opciones que proporcionan energía sostenida y saciedad prolongada.

Al evitar el pico inicial de glucosa, se mantiene un nivel más estable de energía durante la mañana, se reduce la necesidad de picar y se favorece el control del peso.

Altera el hambre

El azúcar no solo engorda por su aporte calórico, sino porque altera los mecanismos de hambre y saciedad, atrapándonos en un ciclo de antojos difíciles de controlar.

La clave está en romper ese hábito: un desayuno equilibrado, bajo en azúcar y con nutrientes de calidad puede marcar la diferencia en cómo nos sentimos, comemos y cuidamos nuestra salud a largo plazo.