No sé si don Miguel de Unamuno hacía novillos cuando estudiaba en el Instituto Vizcaino, pero dejó constancia en su libro Recuerdos de niñez y mocedad de que una de las aventuras preferidas de sus compañeros cuando hacían pira a clase consistía en cruzar el puente de San Antón, internarse por la margen izquierda del río Nervión, atravesar el Puente Nuevo y regresar por el Paseo de los Caños. Estoy hablando de finales del siglo XIX, cuando aquella zona era un vergel.

Unamuno, según Sorolla.

Unamuno, según Sorolla. Begoña. E. Ocerin

Ya mozuelo, el escritor recorrió aquel itinerario para meditar sobre Kant, Descartes y Hegel a los que acababa de descubrir en su camino hacia la filosofía fundamental. “Pocos goces más serenos y más hondos que el que entonces me procuraba un paseo. Mientras el pecho se hincha de aire fresco y libre, adquiere el espíritu libertad, se desata de aquellos pensamientos y cuidados que como áncoras le retienen y goza de una pasividad calmosa, en un aplanamiento lleno de vida, el desfilar de las sensaciones fugitivas”, dejó escrito. 

Puente y presa sobre el Nervión. Begoña E. Ocerin

Obra de ingeniería

El primitivo abastecimiento de agua a Bilbao fue una de las más arduas obras de ingeniería realizadas a finales de la Edad Media. En 1550 el municipio le encargó el proyecto al fontanero Guiot. Contemplaba el aprovechamiento de las aguas limpias que bajaban por el Nervión-Ibaizábal para canalizarlas a la altura de la presa del Pontón, frente al actual barrio de La Peña, y hacerlas llegar a la Villa. Aquella presa permitía también la elaboración de harina y pan en un molino inmediato.

En un principio, el conducto era al descubierto y el agua fluía por unos caños de plomo o madera que hicieron precisa la construcción de arcas, a fin de salvar los desniveles del terreno, y registros, para controlar el estado de este peculiar sistema de abastecimiento. Aquellas aguas se utilizaron en la limpieza, pero pronto se vio la necesidad de purificar el sistema a fin de que resultaran potables, lo que motivó que en 1558 se enlosara el acueducto encareciéndose notablemente el proyecto inicial. 

Aprovechando el desnivel de Miraflores, el agua entraba en Bilbao por Atxuri hasta el barrio de Ibeni, junto a la iglesia de San Antón, donde se instaló un estanque, el primer depósito para el abastecimiento de la Villa. A las monjas del convento de la Encarnación, cuyo cenobio estaba de paso, se les llegó a prohibir el cultivo de otra cosa que no fuese verdura sobre los caños, porque las raíces de las parras de uva que tenían plantadas ocasionaban desperfectos en los conductos.

Fuente de Paret en Santos Juanes. Begoña E. Ocerin

Dos fuentes de Paret

El agua de la alberca estaba a disposición de los vecinos a través de las dos artísticas fuentes que construyó el gran Luis Paret Alcázar con jaspe de Ereño y que todavía están en servicio, una frente a la catedral de Santiago y otra en la Plaza de los Santos Juanes. En el frontis de ésta aún se puede leer: Reinando Carlos III la Noble Villa de Bilbao por el bien público. Año de MDCCLXXXV. Al pie de estos aljibes había unas tomas que se utilizaban en el regadío y para sofocar incendios. 

De ellas “sale el agua con tanta fuerza que, si le ponen el caño derecho, sube el agua hasta el primer piso de las casas. Si le ponen en curva da un chorro de agua muy crecido. El día pasado se incendió una casa en Artecalle y se vio la utilidad de estas fuentes, pues al momento se pusieron cuatro bombas, dos por la calle Somera y dos por Artecalle con estos depósitos de agua, y se apagó el fuego”, según un informe del experto fontanero M. Abadíe, de Toulouse que fue el árbitro de la hidrología bilbaína.

La obra duró ocho años y costó mucho dinero. Se hicieron varias derramas, pero al final se recurrió a un sistema infalible para acabar con la deuda: en 1570 se puso una tasa al vino hasta la obtención de los mil ducados que faltaban para acabar de financiar el trabajo. Es decir, se penaba al vino para la obtención de agua. 

Curiosamente, el prorrateo acabó con un superávit que permitió no sólo hacer el acueducto, sino la compra del molino y la presa por un centenar de maravedíes. 

Imponente silueta del Pontón. Begoña E. Ocerin

Nace el paseo

La protección del conducto dio origen a un atractivo camino enlosado a orillas de la ría a través del cual se escuchaba el runrruneo de las aguas en su recorrido hasta la Villa. Por tratarse de una zona sombría y fresca acabó siendo muy frecuentada por bañistas y lavanderas que aprovechaban la espléndida arboleda y su interesante disposición topográfica. 

“A cada paso que se introduce en aquel sombrío recinto no puede menos de detenerse conmovido y admirar con recogimiento el panorama asombroso de una naturaleza tan imponente como severa. Peñascos salvajes, de donde caen el espinoso ramaje de mil plantas parásitas, el enmarañado tejido de las madreselvas silvestres…”, lo describe Unamuno.

El paseo a orillas de la ría. Begoña E. Ocerin

Se decía que aquel paraje, con su punto misterioso y el apelativo popular de Camino de los Druidas, parecía el decorado de alguna ópera tipo Norma, muy en boga entonces, o el escenario más adecuado para representar Amaya, de Navarro Villoslada. Las laderas de Miraflores, con su gran hayedo, se pusieron de moda y acabaron convertidas en uno de los rincones preferidos de los pensadores. “Todo fue obra espontánea de la Naturaleza”, según el escritor Emiliano de Arriaga, sobrino del gran compositor Juan Crisóstomo de Arriaga.

El declive del paraje

En el siglo XIX creció el número de habitantes de Bilbao y la industria comenzó a apoderarse de las riberas fluviales. La contaminación empezó a ser notable hasta el punto de crear un problema de especial gravedad, si tenemos en cuenta que parte importante del abastecimiento de agua provenía, como digo, de los altos de la ría. Aparecieron las fiebres tifoideas y con ellas gran cantidad de muertes.

Con el paso del tiempo, el Paseo de los Caños fue perdiendo su encanto. Las alteraciones ocasionadas en el entorno por la actividad minera del Morro y Mirivilla, la llegada del ferrocarril y el establecimiento de diversas industrias, mermaron su fascinación y poco a poco cayó en el olvido. Peor, en el abandono.

Puente sobre el paseo y la arboleda. Begoña E. Ocerin

Aquella joya arquitectónica, en realidad un acueducto subterráneo, resultó ser vital para el suministro a la Villa. En 1913, el Ayuntamiento sacó a concurso un proyecto de filtración y esterilización de las aguas de río, a fin de terminar con aquel problema sanitario. Se instalaron filtros en diversos puntos de la conducción de los caños desde el Pontón hasta la alberca de Ibeni, y, sobre todo, se buscaron otras fuentes más seguras. En 1927 se acordó construir el pantano de Ordunte de donde llega el agua a Bilbao, complementado con nuevas fuentes de abastecimiento como los embalses de Vitoria-Gasteiz.

“Tenía sus encantos ser chico de la escuela, de los que se escapaban a nadar a los Caños”, dice Unamuno en Recuerdos de niñez y de mocedad. “Pocos goces he sentido más íntimos que el experimentado la primera vez que saliendo por Urazurrutia, orilla izquierda del Nervión, di la vuelta por el Puente Nuevo, en Bolueta, para volver por la derecha. ¡Había ido por una orilla y vuelto por la otra! ¡Había pasado el puente Nuevo! Los que hacen novillos no pueden comprender el intenso placer que me produjo este paseo”.

EL ÁNGEL Y EL DEMONIO

El curioso paraje tiene también su leyenda. En la época de Unamuno estaba en boca de todos los adolescentes que a la entrada del Paseo de los Caños había una roca en la que un ángel y el demonio habían dejado marcadas sus huellas. Los que dudaban de la historia se acercaban a la losa y comprobaban el hecho. Alguien apuntó que eran consecuencia del salto que dieron ambos desde la orilla opuesta, donde Lucifer había conseguido un alma para el infierno y el querubín quería arrebatársela para el cielo.

Poco tiene que ver el actual paseo con el que aún guardan en su memoria muchos de nuestros mayores. Las losas han quedado definitivamente enterradas y hasta el cauce de la ría se ha visto alterado tras las inundaciones de 1983. Ya no pasan los tranvías por el puente y las aguas han sido domadas por oportunas presas cuyo efecto le dan al itinerario un aire de frescor, limpieza y belleza.

“En la frontera orilla, una enorme fachada con ciento trece huecos, de cierto moderno caserón que participa de convento, de cuartel, de fábrica y de casa de vecindad, sin ser esto, ni lo otro ni lo de más allá… Y poco más allá la fábrica de harinas del Pontón…”. Así describe Arriaga uno de los edificios emblemáticos del lugar y que hoy, convenientemente remozado, constituye la ikastola Abusu. 

En el detalle del paseo señala su estupefacción ante semejante escenario desde el que cree dominar “la fábrica de Bolueta, el Puente Nuevo, el viaducto de La Peña, las minas de hierro en su constante laboreo, y a lo lejos las peñas de Amboto y de Mañaria…”. Parajes, en fin, que en algunos casos son páginas de una historia pasada. Además, según dicen las crónicas, el río era abundante en truchas, por lo que aquel pueblo tan aficionado a la pesca, empezó a frecuentar la zona hasta convertirla en una de sus favoritas para el esparcimiento. El Paseo de los Caños es hoy un entorno para el disfrute de cuantas personas están interesadas en hacer un ejercicio físico que no ofrece dificultad alguna, al tiempo que permite recordar el pensamiento del insigne filósofo: “¡Cómo se me grabó el Nervión! Esa ría de mi Bilbao…”, dejó escrito don Miguel.