Naturaleza e historia en el gran cañón del Ebro, una ruta por el norte de Burgos
La ruta peatonal que discurre entre las localidades de Valdelateja y Pesquera, en la profundidad del Gran Cañón del Ebro, sigue interrumpida desde que hace más de cinco años una riada se llevó un pequeño puente cuya reconstrucción parece relegada al olvido. La senda, muy frecuentada hasta entonces, armoniza paisaje, naturaleza e historia
Carece de una Lorelei, como tiene el Rin, pero posee el atractivo de su sencillez y de ese privilegio que se les presenta a los andarines de poder hacer una ruta sin preocuparse de la circulación rodada, escuchando únicamente el susurro de las aguas de un Ebro adolescente. La vegetación, compuesta principalmente por sauces, saucos, alisos y chopos, permite disfrutar de sombra protectora cuando el sol castellano se deja sentir en los meses de estío.
Es una cita con el río más caudaloso de la península, cuyas aguas toman breada entre estos riscos para continuar su largo recorrido hasta el Mediterráneo. Su caudal eterno discurre por entre pueblos que surgieron en sus orillas, pero no pudieron soportar el paso del tiempo y sucumbieron en largo deterioro. Sólo quedan de ellos viejas paredes, algunas con restos gráficos que evocan la existencia de una escuela pública donde enseñaban a leer y las cuatro reglas, o de la parroquia donde se cumplía con la fe.
La naturaleza auténtica se presenta aquí sin la algarabía de masas incontroladas de turistas. El camino, a una y otra orilla del río, permitía hacer un circuito serpenteante que tiene como puntos extremos de referencia Valdelateja y Pesquera de Ebro. Siempre ha sido un punto de cita de andarines profesionales, veteranos conocedores del recorrido, que prefieren iniciarlo en Valdelateja para hacer coincidir el hamaiketako en el otro extremo y saborear un reconfortante txakoli o una caña de cerveza en casa de Victoriano.
Valdelateja, punto de partida
Lo saben muy bien en Valdelateja, punto de partida desde las orillas del Rudrón, un afluente que siempre ha tenido fama por sus cangrejos. Valdelateja es una joya de pueblo en trance de desaparición. Cualquier senderista puede disfrutar aquí de lo que la madre naturaleza ha puesto a su alcance: esos endrinos que servirán para hacerte un patxaran casero, o esas hierbas cuyo embrujo oloroso –tomillo, espliego y orégano, principalmente– no supera el mejor laboratorio.
Este es un territorio citado ya por la Historia en el siglo VIII, con edificios de sillería y paredes que desafían el paso del tiempo. De la misma manera lo hace la pequeña ermita que se levanta en la cima de un castillo natural, una pequeña colina a la que se llega –se trepa, mejor– para otear desde lo alto un impresionante paisaje de profundos valles, caminos serpenteantes y terrazas naturales donde se refugian el corzo, el jabalí, el gato salvaje y el lobo.
Un corto porvenir
El encuentro con el Ebro es inmediato. La senda está perfectamente marcada, incluso el punto donde hay que cruzar a la otra parte del río a la altura de la central eléctrica. Éste es el lugar donde el paseo por la orilla del Ebro se ve quebrado con la desaparición de una simple y humilde pasarela sobre el Ebro. Una riada se la llevó y nadie se preocupa por su sustitución. Los afectados, entre ellos los senderistas, están que rabian porque no se les hace caso, aunque su utilidad pública esté fuera de toda duda.
A principios del siglo pasado, en 1910, se aprovechó el caudal del río Ebro para hacer funcionar las turbinas de la que fue la primera central hidroeléctrica de Burgos. Se le dio el nombre de El Porvenir, una apelación que resulta muy común a los negocios que se abrían en aquella época confiando en que iban a durar una eternidad. Esta central abastecía de electricidad a los pueblos de la zona. Y lo siguió haciendo cuando en 1946 pasó a manos de Eléctrica de Burgos y en 1970 a Iberduero. Aún está en activo.
Pesquera, de pesca
Pesquera de Ebro tiene a gala sus muchos años en los que su hidalguía hicieron de ella una plaza fuerte. Esta población, de la que ya se habla en un documento del año 941, tuvo lo que en términos populares se denomina tronío. Una gran parte de sus edificios están blasonados, incluso se considera que en proporción es el pueblo que más escudos tiene en las fachadas.
Si escarbas en su historia te encuentras con Pedro Merino del Moral, natural de Pesquera que se distinguió en la famosa Batalla de San Quintín librada en agosto de 1557 en la Francia próxima a la frontera belga. La labor de Pedro fue premiada por el rey Felipe II y su nombre perpetuado tras su casamiento con María Porres como iniciador de la saga de los Merino-Porres, de gran abolengo en la zona.
“En invierno viene poca gente a Pesquera. Tal vez, algunos para preparar la temporada de pesca… Entonces sí que el pueblo se pone a rebosar. La trucha es lo que mejor se da”. Las conversaciones sobre pesca suelen ser habituales en El arco, un bar-restaurante donde sirve bocadillos, pintxos y cazuelitas, y habitaciones con baño individual.
Caña y sedal
El orgullo de Pesquera es su propio nombre, derivado de la fama conseguida a través de los siglos con la práctica del deporte de la pesca. El pueblo apenas si tiene una veintena de habitantes y esperan a la primavera con los brazos abiertos por eso de que es entonces cuando crece el ambientillo. Reciben a un turismo que les llega de Cantabria, Euskadi y Navarra. Y como muchos repiten la experiencia ya hay formada una especie de familia que coincide principalmente en los meses centrales del año.
El pueblo tiene un especial atractivo y sus habitantes lo saben cuidar. Ahora presentan una zona de baños y un parque infantil que esperan se vean muy concurridos en las fiestas del 9 de agosto. Los vecinos están muy satisfechos por haber conseguido mantener en pie la iglesia de San Sebastián, que data de 1687. Desde hace muchos años, el templo se viene caracterizando por tener sobre la puerta la imagen del santo titular cojo de la pierna derecha. El tejado se sostiene ahora gracias a los cuatro millones que han aportado los fieles de la zona. “El interior estaba que se caía y, aunque el retablo ya no está aquí, porque se lo llevaron al museo de Burgos, es un lugar al que tenemos gran aprecio. Como al crucero sobre cuatro peldaños que hay frente a la fachada”.
Lo observo con atención y destaco en él los motivos que sobresalen: los clavos, los flagelos y la corona a un lado, y las tenazas a otro. Bajo el Cristo hay dos tibias cruzadas con una calavera, aspectos ciertamente tétricos estos que eran frecuentes en el siglo XVII en este tipo de imaginería.
Volvemos a cruzar el Ebro por un puente medieval y seguimos ruta por el valle de Zamanzas hasta encontrar el camino de Cortiguera,pueblo catapultado a la fama por la literatura y el cine.
Cotiguera y el Sr. Cayo
Cortiguera no está precisamente a orillas del Ebro, pero preside su paso desde un altozano y merece una visita. No van a encontrar un pueblo en pie ni mucha vida alrededor de sus ruinas, pues tan sólo vive una familia. Se puede entrar en lo que fue su iglesia, levantada en el siglo XVII y dedicada a San Miguel, pero no encontrarán nada en su interior. Los zarzales van enyerbando las viejas piedras que antaño conformaron la aldea y el musgo trata de acabar con la función de un antiguo pilón que antaño abastecía de agua a los vecinos y refrescaba –¡vaya que sí lo hacía!– los gaznates de las reses tras pacer por los montes de alrededor.
Cortiguera tuvo su importancia en tiempos pasados. Aún se conservan muros de casas blasonadas en los siglos XVII y XVIII que fueron auténticos palacios. Su eco moderno se lo debe al escritor Miguel Delibes y a su novela El disputado voto del Sr. Cayo, publicada en 1978 y que ocho años más tarde el burgalés Antonio Giménez Rico pasó al cine proporcionándole a Francisco Rabal una de sus mejores interpretaciones.
La película fue rodada en Cortiguera y cuando se vio en los cines volvió a hablarse del pueblo, pero también del hondo mensaje que llevaba el argumento, muy relacionado con el problema de la desertización de los pueblos. Recorro algunas de sus cortas calles salvando los obstáculos que el tiempo ha puesto fuera de su sitio. Tuvo que ser difícil vivir aquí, sobre todo en los fríos inviernos burgaleses por mucho que el paraje sobre el Ebro tenga un encanto especial.
Trato de recordar a Cayo con el aspecto de Rabal. Delibes lo sitúa en los primeros momentos de la democracia española, tras la muerte de Franco, y le da la representación del hombre de campo, honrado e íntegro. Su antagonista es don Rodrigo, el alcalde, persona corrupta que necesita el voto de Cayo y su esposa para que su candidatura salga ganadora. Y ahí empieza el rifi-rafe entre dos hombres que vienen a significar el bien y el mal.
Pero también me acuerdo del papel de esa esposa que nunca ha salido del pueblo y siempre ha pensado a través de su marido. “Lo que tú digas, Cayo”, ha sido su forma de resolver los problemas. Pero en este caso, la mujer se da cuenta de que su voto, su opinión, es decisiva para el futuro de sus vidas y las de su pueblo. Sabe la importancia que tiene su papeleta. Gran Delibes que plantea esa lucha por la supervivencia en un medio rural condenado a desaparecer y un reflejo claro de lo que fue la transición tras la dictadura.