34 años, toda una vida. La Real regresa a la cima y se vuelve a sentar en la mesa en la que se discuten los títulos. Ya era hora, la espera se ha hecho demasiado larga. La leyenda del club txuri-urdin merecía y necesitaba una inyección de moral y de autoestima de este calibre al volver a codearse con los más grandes. Desde que asomó la cabeza en la zona noble de la tabla su historia se ha convertido en cíclica. Cada ciertos años vuelve a aparecer como David se levantaba cada vez que le tumbaba Goliat. Ahí están la semifinal de Copa que le robaron en 2014 y su increíble clasificación para la Champions de 2013, el subtítulo de 2003, el tercer puesto que pudo y debió ser segundo con pasaporte para la mejor competición de clubes todos sabemos muy bien por qué en 1998, además de la última Copa del Rey vasca en 1987 y los dos subcampeonatos de 1988 y, por supuesto, la Edad de Oro de los dos títulos de Liga de 1981 y 1982. Casi nada. Y sí, no olvidamos y no se nos caen los anillos por recordar que también subimos como primeros de Segunda en 2010, porque nada mejor que conocer tus limitaciones y tus debilidades para retomar el vuelo más fuertes y más seguros de nosotros mismos. De lo que somos y de lo que queremos ser, pero también de lo que nos puede pasar cuando nos alejamos de nuestras señas de identidad de las que nos sentimos tan orgullosos. Que no está mal sentirnos mortales como le recordaba un esclavo al César cuando regresaba triunfal y era aclamado por el pueblo.

33 años de espera y uno adicional en la jugarreta más cruel que nos podía preparar el destino. En unas semanas pasamos de enloquecer con el partido con más morbo de nuestra historia, toda una final de Copa contra el eterno rival, a la depresión y la preocupación al desvanecerse como un castillo de naipes nuestro estilo de vida. Del paraíso de la ilusión, pasamos al infierno de la angustia por nuestra salud y la de nuestros seres queridos más vulnerables. La pandemia nos abrió los ojos y nos recordó en el momento más trascendental de nuestra pasión preferida, que el fútbol siempre será lo más importante de las cosas menos importantes de nuestras vidas. Y, por supuesto, menos que la Real. No merece la pena enfrascarse en estériles discusiones de lo que podía haber sido y no fue si el derbi se hubiera disputado la temporada pasada. Nadie sabe lo que hubiese pasado en el terreno deportivo y, sinceramente, es loable y románticamente elogiable que los dos equipos apurasen hasta la última posibilidad la opción de que sus aficiones asistieran al encuentro desde la grada. No ha podido ser. El covid-19 no ha dado tregua ni ha remitido todavía su cruel expansión por el mundo. A todos se nos ha hecho largo este año, en el que hemos tenido momentos de debilidad, pero ha llegado la hora de aparcar los lamentos y las discusiones y centrarnos en lo realmente importante, ganar. Incluso olvidar el auténtico disparate de la Federación de poner una fecha en la que, si se hubiese vuelto a la normalidad, como pretendían, habría coincidido con la universalmente conocida Semana Santa de Sevilla. Eso sin entrar en que las tres jornadas internacionales de estas dos semanas que han dejado a Imanol sin cinco de sus mejores hombres a los que casi no ha visto hasta la previa del duelo y que, para colmo, en una circunstancia que roza el humor, el 31, tres días antes de la Hora H, España se enfrentaba a Kosovo en el mismo escenario de la final. Borrón y cuenta nueva, solo vale centrarse en ganar.

26 años es un periodo extraordinariamente largo. Eso fue lo que duró la mancha negra más sonrojante de la era contemporánea del club en un torneo como la Copa del Rey en el que había escrito páginas legendarias. Toda una Generación Perdida, como la bautizamos en este periódico, que no conocía el verdadero aroma de un buen partido copero a vida o muerte. Durante ese intervalo, se repitieron eliminaciones humillantes ante varios Segundas B o Segundas. Fue la maldición del 0-4 del Bernabéu y de la derrota ante el Barcelona del Motín del Hesperia en la última ocasión en la que se alcanzó una final, de infausto recuerdo, en 1988. Después de la memorable goleada en el Bernabéu, los blanquiazules se pasaron 23 años sin eliminar a un Primera División. Una estadística tan demoledora como incomprensible. Una larga lista de técnicos que no fueron capaces de encontrar una fórmula para que la Real fuese competitiva en la competición del KO. Jagoba Arrasate rozó la gesta de convertirse en el héroe de la liberación en 2014, pero un mal árbitro, con premeditación y alevosía, rompió su sueño en semifinales. Ha tenido que ser Imanol, que seguro que sufrió como un niño la larga lista negra de desagravios, quien ha devuelto a la Real a una gran final que hay que ganar como sea. El técnico ha dejado claro que no se pueden elegir partidos a la carta y que para ser competitivos tienen que salir siempre a muerte. En resumen, un gen ganador, como lo confirma que desde que está en el primer equipo el club se ha pasado la mayor parte del tiempo en puestos europeos. A esto hay que añadir un proyecto deportivo ambicioso, convincente y de garantías, que no ha parado de crecer. Las mejores herramientas para vengar y hacer feliz a la Generación Perdida, que aspira ahora a poder contar las mismas historias memorables que tantas veces ha escuchado a sus aitas y abuelos.

La madre de todas las batallas. Real y Athletic nunca se habían visto las caras en una gran final. Enfrentarte en un encuentro de tanta importancia tiene cosas buenas y otras malas. Las positivas, que la expectación y la forma con la que se vive es máxima. Y si ganas€ La negativa mejor ni mencionarla, porque sería un rejón a soportar de por vida. El último campeón de Copa vasco, el que se encuentra diez puntos por encima en la Liga a pesar de haber disputado competición europea esta misma temporada, elude el cartel de favorito ante el reciente meritorio campeón de la Supercopa que parece presentarse a la cita sintiéndose superior. Pero nada de lo que haya pasado anteriormente sirve ni cuenta; 90 minutos a cara de perro. En los que no importan las relaciones entre las plantillas, que son mejores que nunca, solo vale llevarse la Copa. Si te he visto, no me acuerdo. Ganar, ganar y ganar. Las finales no se juegan, se ganan. ¡Gora Reala! Siempre en nuestros corazones, ¡Todos contigo! Posdata: ¡ganad!