Siempre había sido así. Y en ello residía la capacidad del fútbol para llegar a tanta gente. Existían los fanáticos del baloncesto. O los del balonmano. Igual que los de otros muchos deportes de equipo. Pero la gran diferencia entre uno y el resto apuntaba al grado de tecnificación de sus seguidores. Quienes profesaban amor por el basket eran y son capaces de analizar todos los entresijos tácticos del juego. Lo mismo sucedía y sucede con los expertos de la Liga Asobal o de la Champions EHF. Y, mientras, el balompié, espectáculo de masas por antonomasia, resultaba mucho más fácil de entender, por su naturaleza simple. Ver los partidos de la Liga o de la UEFA y comprender lo que sucedía en ellos no exigía detectar que tal equipo había pasado a defender en una zona 1-3-1, o que (por ejemplo) el Bidasoa atacaba mejor ante un sistema 5-1 que contra un 6-0. Los sábados de partidazo, los miércoles de Copa de Europa o los veranos de Mundial otorgaban licencia para abrir la puerta al pizzero, hacer tres viajes a la nevera y bromear sobre la farra de la víspera sin apenas perder detalle del encuentro de turno. Ya no.

Porque las cosas han cambiado mucho durante los últimos años. Lo han hecho hasta el punto de que el nuevo fútbol 2.0 se cocina a partes iguales sobre el césped y en la pizarra, avanzando a un ritmo que no se corresponde con la evolución del espectador: el hincha de a pie sigue mirando con los ojos de siempre a un juego que poco tiene que ver con el de hace una década. Un lustro incluso. Analistas, cámaras aquí y allá, datos, sistemas de medición… Todo se estudia en los laboratorios de cualquier equipo profesional, donde se extraen conclusiones y se habla de asuntos que escapan del control de la mayoría de aficionados. Seguro que Imanol recuerda aquel partido del pasado mes de junio en el que apostó por jugar con tres centrales en Getafe y todo el mundo interpretó la maniobra como defensiva y de autoprotección: él en realidad buscaba atacar mejor, encontrando salida a pierna natural con Pacheco. Seguro que Imanol no ha olvidado aún determinadas lecturas respecto a su planteamiento en el 1-6 contra el Barça: hubo entonces fases de repliegue, obvio, como las hubo en el partido de la Supercopa, a cuya finalización todo el mundo destacó la valentía de la Real. ¿Zubimendi de central? Fue un movimiento para colocar un espejo ante el 3-4-3 culé, ajustar presiones y poder apretar arriba también. Cosa que se hizo con acierto en la antesala de las oportunidades de Isak. Si llega a enchufar alguna...

Escribir un artículo en el suplemento de la final de Copa y comenzar a hablar del derbi de La Cartuja en el tercer párrafo puede parecer extraño, sí. Pero, en el fondo, estas líneas tratan sobre el partido de Sevilla desde un inicio. Y es que un servidor tiene la sensación de que en la calle miramos al encuentro desde una perspectiva equivocada. Se habla de la Real como un equipo monocromático, que solo sabe jugar a una cosa y cuya propuesta se basa principalmente en la técnica de sus futbolistas, superior a la de la plantilla rival. Para mí, sin embargo, los txuri-urdin forman una escuadra versátil, porque son capaces de mostrarse competitivos desde diferentes registros. Apuestan también por un estilo físico, porque el fútbol físico no se refiere solo a envergaduras, choques y duelos, sino que apunta igualmente a recorridos, trayectos y kilómetros. Y cuentan a los mandos con un staff de sobrada preparación táctica, hábil para leer partidos por mucho que a menudo se le afee precisamente lo contrario. Ya lo decía Lillo: si tocas bien el piano, parece que no puedas tocar bien la trompeta. O traducido: si Imanol sabe llegar a la fibra sensible del realista como hincha que es, parece que no pueda controlar como otros colegas de profesión la complejidad estratégica del juego. Sí puede hacerlo. Muy bien además.

¿Y el Athletic? La llegada de Marcelino a su banquillo ha contribuido a reforzar determinadas etiquetas. Es cierto que los futbolistas de la Real tienen, en líneas generales, mejor pie que los del rival. Pero no se trata de una circunstancia suficiente para imaginar a partir de ella un partido concreto. Se ha construido un relato previo al derbi según el cual los txuri-urdin tendrán el balón, dominarán a un adversario agazapado y dispuesto a dormir el encuentro, y deberán además lidiar con la dureza rojiblanca a la hora de cortar el juego. Cuidado. Cuidado porque el propio Imanol no es ningún talibán de la posesión: le gusta utilizar el esférico como cebo, pero no como epicentro de todo. Cuidado porque este Athletic es mucho más ofensivo y osado de lo que piensa la mayoría. Y cuidado porque a ver si al final, después de todo lo que se dice, va a residir parte del título en la capacidad blanquiazul para frenar con faltas tácticas las peligrosas transiciones de Williams, Berenguer y compañía. Menos de dos años después, el entrenador de los vizcainos regresa a Sevilla para disputar una final de Copa. La anterior se la ganó al Barcelona con el Valencia, desde un planteamiento que se ajustaría en mayor medida a los citados clichés. Pero Marcelino está demostrando evolución y gran capacidad para ajustarse a las características de su plantilla.

Hablamos de un entrenador que ha permanecido temporada y media en el paro, con el reconocido objetivo de iniciar una nueva aventura en los banquillos extranjeros. Hablamos de un técnico, por lo tanto, sensible a la dirección que el fútbol europeo ha adoptado de un tiempo a esta parte. En el continente cada vez se toca menos y se transita más. Se atrae para correr. Se presiona arriba para robar cerca de la meta rival. Y da la sensación de que Marcelino ha incorporado determinadas modernidades a su libreta. Asumir los mandos de este Athletic le ha significado, además, una oportunidad perfecta para demostrarlo, si atendemos al perfil de sus futbolistas. En el citado Valencia contaba con Garay y Gabriel Paulista defendiendo el área, con lanzadores de quilates como Parejo o Carlos Soler, y con piernas de primer nivel en las figuras de Gameiro, Rodrigo o Guedes. En definitiva, tenía licencia para dejar hacer, ceder metros y contragolpear. Contragolpear mucho. Ahora en Bilbao, mientras, parece evidente que le toca recuperar el balón mucho más cerca de la portería rival. Porque, aún disponiendo de buenos defensores, se le antojaría más arriesgado que en Mestalla esperar a los adversarios con el bloque muy bajo. Y, sobre todo, porque lo de recorrer con éxito 70 metros tras robo requiere de una especificidad muy concreta en la plantilla. Plantilla, la actual del Athletic, que no ha diseñado su entrenador y cuya confección queda además muy condicionada por la filosofía de Ibaigane.

En la edición de NOTICIAS DE GIPUZKOA de este pasado martes, varios compañeros periodistas se enfrentaron a un cuestionario que incluía la pregunta del millón. ¿Qué partido espera en La Cartuja? Si me llega a tocar responder, habría contestado que esta final es un melón por abrir y que pocas cosas de las que haya dentro me sorprenderán. No me extrañaría que el Athletic se replegara más de lo habitual, fuera menos agresivo y apostara por hacer largo el partido. Pero ver a los rojiblancos apretar arriba desde el minuto uno, como acostumbran, supondría una opción igual de factible. Asimismo, puedo creerme cualquier cosa de la Real. Tanto por la comentada versatilidad del equipo y de su entrenador como por los precedentes más cercanos de los derbis. En San Mamés, en Nochevieja, los txuri-urdin renunciaron al balón como pocas veces para conservar su ventaja inicial. Y en Anoeta, hace ya más de un año, eligieron profundidad y verticalidad, antes que acumulación de pases, para ganar con goles de Isak y Portu. Seguro que el míster también se acuerda de estos partidos, de que ambos terminaron con victoria y de que entonces nadie le criticó aquello de “traicionar el estilo”. ¿Estilo? ¿Qué estilo? Imanol y Marcelino ríen. Esto es una final.