[A por ellos] "Las gorras", por Mikel Recalde
Hace unos días estaba dando una vuelta por ese invento maléfico y adictivo de los smartphones, que te absorben parte de tu vida sin que te des cuenta, y de repente me llamó la atención un vídeo de una cantante muy joven. En pleno concierto la chica no podía reprimir su sensación de sorpresa y de emoción al comprobar que el público estaba coreando a grito pelado una de sus canciones. Imagino que debe ser un impacto terrible para el artista, el darte cuenta que tu obra está calando y que tu trayectoria artística comienza a dar pasos sólidos hasta el estrellato.
Mi carrera como cantante comenzó y finalizó en un modesto karaoke del puerto deportivo de Alicante, donde al día siguiente la selección disputó un encuentro en Elche ante Ucrania. Casi obligado, José Antonio Alcalá me hizo subir con él al escenario para cantar “Dos hombres y un destino”, de Bustamante y de Álex Casademunt. Aunque echamos las consiguientes risas, ya que no era precisamente temprano con todo lo que ello conlleva, reconozco que el espectáculo resultó bochornoso, a pesar de los vítores y aclamaciones de los mamones del resto de la canallesca, a los que había ido tanteando uno a uno antes para que cantaran con él hasta que topó con el más joven e influenciable de todos. Eran otros tiempos. Alcalá me tenía mucho cariño y no sé por qué le hacía bastante gracia. En muchos viajes cuando le llevaba en el coche de alquiler siempre le pedía hacer su habitual florida y exagerada presentación que hacía de los lugares que visitábamos para cubrir los partidos a De la Morena.
Recuerdo, y esto creo que lo he contado alguna vez, que un día me preguntó: “¿Tú qué prefieres si te dieran a elegir, ser una estrella del rock y salir a cantar en un estadio lleno o marcar un gol clave en un campo en el que no cabe un alfiler?” Ante su sorpresa, mi respuesta me salió muy xabiprietana: “No tengo ninguna duda, marcar un gol en Anoeta o en una final, con la txuri-urdin puesta y acercarme donde están mis seres queridos”. Ése es un sueño que aún mantengo vivo como si todavía pudiera pasar, aunque con mi edad, mi decadencia capilar destinada a acabar como Dertycia y mi panza no se me caen los anillos en reconocer que cada vez lo veo menos probable. De todas formas, lo visualizo y mientras lo escribo aún se me pone la piel de gallina. Es más, cuando piso el terreno de juego de Anoeta por temas profesionales, no puedo dejar de pensar lo que deben disfrutar los jugadores cuando logran un gol y ponen a la afición a sus pies. En esta semana de Champions en la que alguno está comprobando en sus carnes lo complicado que es competir cada tres días a esos niveles, me es imposible no acordarme de aquel gol de Barrenetxea contra el Benfica con la grada patas arriba en lo más parecido que imagino a lo que debía ser el coliseo romano en sus mejores tardes.
La Noche de Sevilla
Llegados a este punto, con el equipo en puestos de descenso y después de enterarnos de que ya se han vivido momentos de cuchillos largos de los que se conocerán como La Noche de Sevilla (y no precisamente porque se fueran de juerga, porque creo que no estaba el horno para bollos), donde los pesos pesados del vestuario alzaron la voz para dar un toque de atención a quien quisiera sentirse señalado por el sonrojante e inesperado ridículo que protagonizaron en la segunda parte ante el Betis, ha llegado el momento de diferenciar a los que están y a los que no, y a los que quieren estar y a los que no parece interesarles demasiado el tema.
Los vendedores de gorras
Aunque en la mayoría de cuestiones me sitúo en las antípodas de sus ideas, el luchador Topuria suele tener reflexiones interesantes sobre la vida. Hace poco le escuché en una entrevista decir lo siguiente, que me llamó la atención y me parece que encaja bien con el momento que está viviendo la plantilla txur-urdin: “¿Tú has escuchado la historia de dos vendedores de gorras? Una empresa decide mandar a una isla a dos vendedores a vender gorras. Al llegar uno de ellos se dio cuenta de que nadie llevaba gorra. Entró en su correo y mandó un mensaje a la empresa: Mira, es un mercado pésimo porque nadie tiene gorra. El otro, en cambio, envió un mensaje totalmente diferente: Un mercado magnífico, nadie tiene todavía gorra. Misma isla, misma situación, pero dos percepciones diferentes, uno ve oportunidad y el otro solo escasez. Ahí está la clave. El otro vio que iba a convencer a todo el mundo de que todos necesitan una gorra. De eso trata la vida, de la percepción que tienes sobre ella. Si percibes las cosas bien, como un aprendizaje, como un maestro para adquirir habilidades y conocimientos o, sin embargo, te sientes como un desgraciado de que a mí me pasan todas las cosas malas y la realidad no es eso. Las cosas no te pasan a ti, pasan por ti”.
Ahora es cuando vamos a ver a los jugadores que quieren ser ídolos y que encuentran la mala situación actual del equipo como una gran oportunidad para destacar, entrar en los corazones de todos los realistas y ser protagonistas de la anhelada y necesaria remontada que no puede esperar ni un día más. O los que simplemente se sienten apartados, no se involucran y consideran que están perdiendo el tiempo aquí a la espera de que les llegue una oportunidad mejor en otro sitio. Al final la competición siempre sitúa a todos en su sitio, equipos y futbolistas, por lo que aguardaremos paciente o impacientemente, ya veremos, para comprobar cómo se desarrollan los acontecimientos.
La verdad es que no me parece momento para histerismos, pero sí para ser responsables. No me siento tan agobiado como antes del duelo del Mallorca porque este equipo se ha demostrado a sí mismo que es capaz de ganar y que cada vez se encuentra mejor. De todo se sale, hasta de una planificación desastrosa. Un buen amigo, que es un cachondo, me mandó este mensaje la víspera del duelo ante los isleños. Literal, no le quito una coma y que nadie se meta con él, que aunque tenga tara con muchas teorías que no haya por dónde cogerlas, es mi colega: “Después de cinco años comiéndonos la mierda de Europa, por fin un partido de los que molan. Farolillo rojo en juego, miércoles 21.30, 12 grados... Desde 2007 esperando una noche como ésta. Fútbol de verdad, para paladares exquisitos. Los 19.000 de toda la vida en Anoeta. Qué ilusión”. Tampoco es eso, a pesar de que no le falte algo de razón.
Aunque sé que no pueda sonar demasiado convincente, hay cosas que nos vienen bien de no jugar en Europa. Sobre todo para aprender de nuevo a valorar lo que tenemos y lo que logramos. Recuperar las alegrías en nuestra dimensión real. Sabemos que no vamos a ganar la Champions, que tenemos y conocemos nuestros límites, pues volvamos a deleitarnos con el verdadero placer de éxitos que no son tan grandes. Sinceramente, si analizo lo mal que ha llegado el equipo a las cinco primeras jornadas, en realidad solo me chirría la derrota en Oviedo, un partido que ganas 19 de 20 veces, pero que acabó sacando del baúl el mayor de los pesimismos y la más incómoda negatividad con la que finalizó la era Imanol.
El Rayo, un buen ejemplo
Nuestro rival esta tarde, el Rayito, es un buen ejemplo de lo que necesitamos cambiar y recuperar. La famosa alegría de vivir, la que nos permite disfrutar de nuestra gran pasión que es la Real. Los vallecanos están paladeando como niños su recién estrenada participación europea. La primera por méritos deportivos, ya que la anterior, que cubrí yo hace más de 20 años, se clasificó por fair-play al ser el club menos amonestado de la anterior Liga y la gente lo vivió igual que si se hubieran clasificado con un gol en el último minuto. Lo celebraron como un título. La vida pirata es la vida mejor. Ningún equipo disfruta más de estos éxitos que a muchos nos puedan parecer menores como los vallecanos. Y en el fondo ése es el secreto del fútbol, la búsqueda de tu propia felicidad. No hace falta que suene la música de Gladiator en cada éxito, a veces las batallas no tienen que ser tan épicas, son simples alegrías menores que cuando se repiten permiten poco a poco construir proyectos triunfales al ir conectando y enganchando a la afición. Por ahora lo único que nos sigue importando es, si hace falta, abonarnos al 1-0, sin alardes ni música celestial y cuando nos alejemos del alcance del fuego y estén todos disponibles, es cuando empezaremos de nuevo a soñar con mi gol o el del otro Mikel que cierre partidos redondos con la consiguiente algarabía de nuestra gente. Seguimos esperando y buscando la felicidad perdida. Soñar en pequeño para acabar soñando en grande. ¡A por ellos!