Hace poco coincidí en un viaje organizado con una familia de Castellón. Eran madre y dos hijas y se les notaba que eran muy futboleras porque nos contaron rápido que habían estado hace poco en Euskadi viendo el Athletic-Villarreal. Cuando se enteraron de que era periodista deportivo y que ya llevaba unos años en este mundillo, me preguntaron a ver si conocía a Ansuátegui Roca, porque la señora era su hermana. Hombre, cómo no me iba a acordar del trencilla valenciano, con el penalti que no le pitó a Sa Pinto en Madrid que, a pesar de estar solo cerca del cielo en el fondo contrario del último anfiteatro del Bernabéu y con un cuerpo regulín después de una noche universitaria larga, provocó que me levantase escandalizado y les preguntase a los dos aficionados del Madrid que tenía más cerca que, obviamente, se partían de risa: “¿Pero no ha pitado penalti?”.
Lo digo con cariño y, como es lógico, no les conté mi experiencia personal con el trencilla porque, entre otras cosas, eran encantadoras. Pero sí me llamó la atención que venían de la capital de su provincia, hinchas del Castellón, pero llevaban muchos años viajando con el Villarreal: “Es que nos gusta ver fútbol de Primera y con el Castellón es complicado”. Tiene que ser muy duro lo que está viviendo esa ciudad y esa afición. Con una localidad cercana que de repente forma un equipo capaz de quedarse a las puertas hasta de una final de la Champions mientras tu equipo sigue perdido por categorías menores. Ahí está el cachondo de Enrique Ballester para contar la historia del que bautizó como el infrafútbol.
Le doy vueltas al asunto en vísperas de visitar el Bernabéu porque es en este tipo de escenarios cuando más orgulloso te sientes de tu sentimiento, de tus colores y de tu sentido de pertenencia. Cuando te sientes arropado por los tuyos, por tu gente, por tantas caras conocidas, algunas de los desplazamientos con la Real, otras de la propia vida, todos unidos por el equipo de nuestra tierra, la convicción de que podemos vivir uno de los momentos de nuestra existencia y la esperanza de cumplir el sueño de eliminar al Madrid de nuevo en semifinales y jugar la gran final en Sevilla.
El 3-4 de 2020
Vamos a volver a dejar las cosas claras. En plena era de los milagros del Bernabéu, que ha empequeñecido hasta las famosas remontadas de antaño, esta noche visita el coliseo blanco el último equipo que eliminó al Madrid ante su afición. Fue en el ya inmortal 3-4 del año 2020 de cuartos de final, previo a la final para siempre en la que el gol de Oyarzabal tumbó al eterno rival. Esa eliminatoria se disputó a partido único y, como sucede en ésta, casi nadie daba un mísero duro por la Real.
Después de darle muchas vueltas a las posibles opciones con las que se podían presentar los de Imanol en la vuelta del Bernabéu y teniendo en cuenta el nivel actual del vigente campeón de la Champions, hemos llegado a la conclusión de que, aunque suene paradójico, el 0-1 es uno de los resultados que más posibilidades nos concede. Y me explico. Si la Real llega a acertar en las ocasiones que tuvo y por un casual hubiese ganado el partido, la caverna blanca, ouija en mano, hubiese convocado y resucitado el espíritu de Juanito y el partido hubiese sido un tormento como el de los seis minutos pero alargado a 90. O como el angustioso último cuarto de hora del 3-4 cuando, como me contaban Aritz y Merino en una entrevista, “en nuestro área no paraban de aparecer jugadores de blanco que no sabíamos de dónde salían”.
El 'centenariazo'
Con el 0-1 las cuentas están claras, aunque no valga el empate para forzar la prórroga y los penaltis, cuando nos presentamos en el matadero blanco en aquella noche histórica también éramos plenamente conscientes de que había que ganar el partido. Y es que aquí donde nos adentramos en el siempre misterioso e imprevisible terreno del “cuando menos se lo esperan”.
La Real conoce el camino, y ese es el mejor precedente al que debemos aferrarnos, pero hay un antecedente que siempre deberían tener en cuenta todos los equipos que se presentan en el Bernabéu con todo en contra, pero con argumentos fiables de que son capaces de dar la gran campanada.
Sé que me están saliendo muy deportivistas los artículos esta última semana, pero me estoy refiriendo al famoso Centenariazo. Les pongo en canción, en la 2001-02 el Deportivo de Jabo Irureta, el mismo del que prescindieron aquí a pesar de sus buenos resultados por aburrir (uy, a qué me recordará), se presentó en el estadio de La Castellana para disputar la final, que coincidía con el 100º aniversario del gigante blanco y también de la Copa de la Federación. Todo estaba preparado para la fiesta, hasta el punto de que el vestuario de los de Del Bosque se encontraba lleno de botellas de champagne con las que los propios jugadores tenían planeado llenar el jacuzzi para celebrar la victoria.
Tras el triunfo gallego, Lendoiro, que bueno era para eso, se movió rápido para coger la reserva en el Asador Donostiarra, que había liberado por razones obvias el club blanco, y en las botellas de champagne que les sacaron estaba serigrafiado el término Centenariazo. Lo más gracioso de todo es que la canción más repetida en el festejo coruñés fue el Cumpleaños Feliz y que Lendoiro se atrevió a entonarla a capela a altas horas de la madrugada de la fiesta celebrada en la discoteca del hotel Eurobuilding. Curiosamente, el mismo en el que se alojaron los realistas en el Gabana gate después de ser humillados 5-1 en el Bernabéu, con lágrimas de impotencia en el vestuario de algunos jugadores en el descanso. Pero aquella era otra época, en la que la Real se presentaba sin fe ni esperanza en Madrid.
Cada día te quiero más
Es más, el club txuri-urdin también tuvo su papel en aquel éxito del Deportivo, ya que fue eliminada a las primeras de cambio ante el Hospitalet, tras aceptar jugar en su campo de hierba artificial, pero luego el Deportivo se negó (en aquella época se podía) y los catalanes no se presentaron en el miniestadi blaugrana, donde la Federación dictaminó que se disputara el encuentro. Y yo que me alegro, ante todo respeto y dignidad, honorables señas de identidad de nuestra Real.
Me contaba un buen amigo coruñés que aquel conjunto de Irureta tenía muchas menos opciones que la Real esta noche. Yo la verdad es que no lo tengo tan claro, porque aquel era un gran Deportivo. Pero estoy convencido de que nuestro equipo cuenta con posibilidades reales de darnos la gran alegría de la temporada esta noche derrotando al Madrid para pasar a la final soñada. Muchos dicen que el cenit de la pasada campaña, en la famosa época del fútbol champagne que muchos han olvidado con demasiada rapidez, fue contra el Benfica en casa, pero yo siempre defiendo que el verdadero momento de excelencia se produjo en la primera media hora del Bernabéu que debió acabar con un 0-3.
Una Real valiente, rápida, imparable, arrolladora, que no te dejaba respirar y cuyos jugadores salían como balas en ataque. No se puede comparar, pero si hay algún equipo que ha desempolvado en los últimos años los complejos en el Bernabéu, ese es el de un Imanol, que ha salido triunfador de este campo como jugador, con un gran gol incluido, y como entrenador. No importa ni el antes ni el después, ni lo que digan, lo que digan los demás, porque yo te sigo a todas partes y cada día te quiero más. ¡A por ellos!