Uno que ha seguido muy de cerca a la Real en esta última mitad de siglo sabe perfectamente que cuando sale a competir un partido por Europa hay que ponerse cuanto menos en guardia por el arbitraje que le espera. No es ninguna excusa preconcebida con la intención de eludir responsabilidades. Me importa un pimiento lo que piensen los demás, nos pueden decir lo que quieran porque nosotros sabemos lo que nos suelen hacer cuando jugamos fuera. Ahí está nuestro particular boulevard de los sueños rotos con arbitrajes de juzgado de guardia. Si nos privaron de la posibilidad de jugar toda una final de la Copa de Europa porque un juez de línea alemán, que había sustituido al designado por lesión no le dio la gana de levantar la bandera en la inmortal semifinal de Hamburgo, ¿qué tropelía más nos pueden hacer? Ninguna va a superar esa. Pero es que la última vez que alcanzamos los cuartos no nos acordamos de que cada vez que jugábamos a domicilio nos masacraban, lo que pasa es que en la portería contábamos con un portero llamado Arconada que lo compensaba todo. Incluso con un par de penaltis de chiste y decisivos detenidos, como el del Colonia que por aquel entonces era uno de los grandes de la Bundesliga.

El viernes, en plena resaca del ultraje, recordábamos que al francés bueno se lo mandaron al anfitrión para que nada saliera mal y a nosotros nos enviaron al malo, porque los colegiados franceses nunca han tenido buena fama y los que cubren la información de su liga dicen que son de los peores del continente. Les voy a contar una anécdota muy curiosa para que vean cómo funciona esto. Yo estuve en Krasnodar. A nosotros nos encanta rasgarnos las vestiduras y recordar aquello como una catástrofe casi sin precedentes y sin ninguna justificación posible. De acuerdo con que fue un fracaso, pero de lo que pocos se acuerdan es que el club ruso tenía un presupuesto más alto que el de aquella Real y que estaba mucho más rodado en agosto. Por si fuera poco, los realistas se impusieron aquí por 1-0 gracias a un gol de Xabi Prieto en el minuto 71, justo el mismo en el que en la vuelta, con 0-0 en el marcador y el partido más o menos controlado, el colegiado de turno se inventó un penalti de risa en una acción de De la Bella. Para los que no le han visto, el contacto es comparable al del segundo penalti en el que a Aritz se le tira encima un ladrón de guante blanco que después de hacer trampas quiso también acaparar la gloria de los que han pasado a la historia por gestos de deportividad con los colegiados. Por supuesto que ya con el partido y la eliminatoria encarrilados. Esos son los peores. No cuela. Pero bueno, si a Ander Herrera le dieron un premio por fair-play no descarten que a éste también le galardonen.

¿Saben quién era el colegiado de aquel partido en tierras rusas? Szymon Marciniak. Para los que no caen, es el que arbitró esta semana el también polémico derbi madrileño y si echan la vista atrás, el mismo que tuvo el privilegio de dirigir la final del pasado Mundial entre Argentina y Francia. ¿Lo ven? En una organización mafiosa y corrupta como la UEFA lo que predomina es no enfadar a los jefes, ayudar al que interesa que pase sin que se monte un presumible escándalo en la grada de un estadio ruso y el premio en este cruel concurso de méritos adquiridos es llegar muy lejos. Aunque mi amigo Frederic Hermel me contó que la prensa del país vecino había destacado que el arbitraje del colegiado de Manchester de cuyo nombre no quiero acordarme había cometido una gran cagada (une boulette) y algunos afirman que no volverá a arbitrar más en Europa, le seguiremos la pista de cerca porque no me extrañaría ni lo más mínimo que pronto reciba la recompensa en forma de un goloso encuentro de máximo nivel. Al tiempo.

Para los que estén preocupados con mi particular pedrada en la cabeza, les recuerdo que en mi vida normal soy muy poco rencoroso salvo con una cuestión: los colegiados que roban a la Real. Todos ellos quedan inmediatamente archivados en mi cerebro por su nivel de delito y el dolor causado a mi corazón.

No todo fue malo en Mánchester

No todo fue malo en el viaje a Mánchester. Es más, me gustaría destacar que, si no llega a ser por el árbitro e incluso hubiésemos caído en buena lid ante un gigante en su guarida abarrotada por una afición que, a pesar de estar molesta con la temporada de los suyos, se tomó el duelo como si fuera de Champions al llenar el campo y generar una atmósfera imponente, todos hubiésemos guardado un gran recuerdo de esta nueva postal europea. La víspera del encuentro, los enviados especiales nos adentramos en ese submundo de los pubs británicos gigantes con todo tipo de pantallas y partidos. Nuestra intención era intentar ver el citado derbi de nuestro querido Marciniak y por arte casi de magia encontramos lo que no tardamos en denominar como un txoko, que parecía un pequeño reservado con una televisión en exclusiva para nosotros. Según iban pasando los minutos, el comentario era inevitable, ¿os imagináis que mañana nos jugamos el pase en los penaltis? Mientras comenzábamos a compadecernos por lo mal que lo pasaríamos sin entrar a valorar en su justa medida que eso significaría haber sobrevivido a 120 minutos de tortura en uno de los templos más impresionantes de Europa, uno de mis compañeros soltó como quien no quiere la cosa: “Mañana nos arbitra un francés, ¿no?”. “Miedo me da”, me limité a contestar.

Reconozco que siempre tuve muy presente lo que nos podía pasar en Manchester, ya que muchos han olvidado que enfrente se encontraba uno de los clubes más poderosos e influyentes del mundo. A la Real le descuartizaron en Old Trafford. Si tenía que ser en un sitio, mejor que fuese en un escenario de semejante magnitud. Antes de comenzar el partido, charlaba con uno de los periodistas, que me decía que no se encontraba muy bien (la comida inglesa no perdona) y no paraba de decir que le estaba saliendo todo mal hasta el punto de que le corté: “Mira dónde estás, vas a ver jugar a la Real en Old Trafford, disfruta de la experiencia. Igual no viajamos más en años”. Algo muy bueno ha hecho la Real para repetir hasta cuatro veces en un templo futbolístico planetario y para que sus aficionados viajaran confiados en que era posible que ganara al United y se clasificara. Respeto todas las opiniones y el que me conoce sabe que soy tan crítico como el que más cuando algo no me gusta o me convence del equipo y su dirección, pero no se puede analizar el rendimiento de los de Imanol cuando, después de hacer lo más difícil que era ponerse por delante, ve cómo le empatan a los cinco minutos por un penalti inventado, cómo le remontan nada más reanudarse el juego por una pena máxima aún más sangrante, cómo le expulsan a un jugador por una acción discutible y cómo le pitan un tercer penalti por el que debieron salir los bobbys a detener al árbitro. Eso si somos benévolos, porque yo me hubiera decantado mejor por una camisa de fuerza y sin entrar a valorar que esas jugadas no fueron lo peor de su insultantemente parcial actuación.

Fuerte desde la fatalidad

La Real siempre se ha hecho mucho más fuerte desde la fatalidad y la desgracia que desde la gloria que tan pocas veces alcanza. Y yo vi que en la injusticia, el club cerró filas en Mánchester y se hizo fuerte. Imanol abrió la puerta a seguir por no dejar sola a su gente, los capitanes volvieron a tocar suelo y relamieron sus heridas cercanos y en confianza junto a unos enviados especiales casi tan dolidos y afectados como ellos, y la afición, que en esto es la mejor, arropó a los suyos como si fueran familiares cercanos y queridos en el dolor de un funeral. No queda otra, hay que seguir. Esto es la Real. Unirnos, protegernos, evitar el ruido externo que no nos aporta nada, creer, aferrarnos a lo mucho bueno que ha hecho el equipo, buscar soluciones a lo malo y confiar en que esta derrota, como tantas otras, nos hará más fuertes. Basta ya. Un poco de respeto, que nosotros somos la gran Real Sociedad, campeona de Liga, Copa y Supercopa y semifinalista de la Copa de Europa. Un histórico de la Liga y un habitual en el continente. Empezaremos la enésima reconquista en Vallecas. ¡A por ellos!