Sé que es un tema delicado que levanta ampollas y despierta todo tipo de sensibilidades. Y siempre he tratado de mantenerme coherente y respetar lo que en su día me enseñó don Alfredo Relaño, uno de los mejores periodistas deportivos, sino el mejor, de este país: “No critiques nunca a la afición de tu equipo”. Soy plenamente consciente de que a algunos les molestó mi crítica a la grada de animación al denunciar que estaba más pendiente de reivindicaciones políticas que de animar, como su propio nombre indica, cuando con el 0-0 solo se les escuchaba a los 2.000 griegos en un ambiente gélido reconocido, por mucho que no les guste, por personas que estuvieron ahí. Quizá deban entender que ahora tienen un papel privilegiado en el campo que viene acompañado de una misión, que es no dejar de alentar al equipo. Y, como les sucede a los periodistas en las redes sociales, por mucho que no les guste (como a nosotros), tienen que aceptar que están sujetos al juicios popular porque su papel en el nuevo campo es muy importante.
Guerra civil en las gradas de San Mamés
Esta semana he asistido atónito, y sin acabar de creerme muchas cosas de las que me contaban y veía, a la guerra civil que se ha vivido en las gradas de San Mamés. Sin entrar a valorar los motivos por los que se plantaron, desde la distancia prefiero no hacerlo aunque pueda tener mi opinión, lo que no me entrará en la cabeza jamás es que una grada de animación haga una huelga de brazos caídos y asista al encuentro dejando desamparado a su equipo. Y encima alguno se escandaliza porque echan a los que quieren y no les dejan animar, que además eran unos críos. Pero lo más increíble de todo ha sido que, como todo en ese club, el tema ha trascendido a todos los canales de televisión y radios como si fuese un asunto de vital importancia. No me puedo creer el espacio que se le ha dado a los portavoces de las peñas en huelga, casi como si fueran futbolistas. Yo me he perdido algo. Siempre he pensado que esta gente no debería tener el más mínimo protagonismo fuera de una grada que no es suya y que no pueden presionar a base de chantajes que se repiten en todos los equipos: “Es que son los únicos que animan”. Así no funcionan las cosas, al menos aquí. O al menos no deberían. Ni que ejercieran de barras bravas argentinas, que controlan hasta la venta de entradas (bueno, de este tema mejor no hablar mucho) y venden hasta la droga que se consume en los estadios.
A Anoeta va el que quiere y el que puede
Yo voy a partir de una base que les aseguro que llevo a rajatabla. Soy absolutamente empático con la situación personal de todos los hinchas. Entiendo y comprendo que cada persona tenga sus obligaciones o limitaciones. Los 38.000 socios de la Real son su Santo Grial y hay que respetarles a muerte. Sin excusas. Que los accesos al estadio son tercermundistas. Que no hay suficientes aparcamientos ni transporte público. Que la gente del territorio no llega a casa hasta pasada la medianoche. Que los horarios son una auténtica vergüenza y que no están respetando a la Real al hacerle jugar tantos partidos en horario nocturno. Y que en Donostia, en invierno, hay una humedad y un frío que pela. Que se lo pregunten a los griegos, que parecieron muy tranquilitos entre otras cosas porque debió ser una barbaridad la cantidad de droga que les incautaron a la entrada del estadio. A Anoeta va el que quiere y el que puede. Y eso es un mantra indiscutible. Entre otras cosas porque, aunque muchos de los jóvenes fiscales más agresivos no conceden tregua en sus cuestionables quejas, lo que no saben es que entre la masa social hay mucha gente mayor que por supuesto no puede acudir salvo en ocasiones puntuales al fútbol pero que no ha querido perder la buena costumbre de contribuir económicamente con el club de su corazón. Y eso les da permiso de hacer lo que les dé la real santa gana con su carné, que para eso llevan décadas pagándolo.
Pero una cosa no quita a la otra. “En las buenas voy a estar, en las malas mucho más”. Lo que me cuesta aceptar es que, por mucho que el equipo no atraviese por una buena fase y esté compitiendo cada tres o cuatro días con el consiguiente y lógico desgaste, haya gente, entre ellos muchos socios realistas, que diga que se aburre y que ha perdido hasta la ilusión. Insisto, entiendo las circunstancias personales de los ausentes, pero todos tenemos a mucha gente en nuestro entorno que no fue el jueves a Anoeta porque la daba “pereza”. En mi entorno vi que se ofrecían muchos carnés y no los aceptaba nadie y que muchos socios se rajaban sin ningún motivo concreto. Yo soy abonado desde hace 40 años y nadie me va a convencer de que hay un plan mejor un jueves normal que acercarme a ver a la Real a Anoeta en todo un partido europeo. Pero, reitero, cada uno es como es, y hay que respetarlo.
Seamos sinceros, algo no va bien en la Real cuando gran parte de sus abonados no tienen tantas ganas de arropar a su equipo cuando más lo necesita y después de haber disfrutado uno de los lustros más brillantes de su historia.
Siendo plenamente consciente de que me va a volver a caer la del pulpo, porque desgraciadamente hace tiempo que se ha perdido un mínimo de respeto para aceptar cualquier opinión distinta, pero como ya ha quedado escrito, muchas veces he destacado que, sin entrar en diferencias, la grada Zabaleta es patrimonio del club, y que en incontables encuentros ha sido el auténtico pulmón del estadio (se lo curran mucho, eso es digno de ensalzar). Pero sí que, al margen de interpretables cánticos y que muchas veces parecen ir a un ritmo distinto al del encuentro, es precisamente la grada de animación la que no debería tener huecos. Y eso destacando que es evidente que se trata de los que más cantan y que sin ellos, en demasiadas ocasiones, el ambiente en el campo sería el mismo que el de un funeral. Son cosas que habría que replantearse simplemente para mejorar una atmósfera que, estamos de acuerdo, creo que ha bajado enteros y decibelios en los últimos meses. Y en esto somos culpables todos, que quede claro. Todos.
Una vena paternalista en la derrota
Yo siempre he defendido que no somos Unique in the World en nada. Que nuestra afición es parecida a la del resto de equipos, con sus virtudes y sus defectos. Que, como sucedía en Atocha, normalmente es una parroquia que necesita que el equipo prenda la mecha para que entre en ebullición. Sí destacaría una diferencia respecto al resto y es que, en la derrota, en lugar de cargar contra los suyos les sale una vena paternalista que les permite defenderles como si fuese un familiar y llorar junto a ellos. Que no es poco (ahí está el ejemplo de la afición que viajó a Zaragoza para acompañar y cuidar a las chicas en el matadero ante el Barcelona).
Osasuna y su afición no temen a nada
Una cosa es que, como le ha sucedido al equipo de forma dramática en una semana, los jugadores vean resquebrajada su autoestima y otra, que la grada pierda la confianza de forma tan rápida en cuanto se han torcido un poco las cosas. “No vale a la mínima empezar a dudar de la gente. Hay que centrarse en el día a día, en ser los mejores en Zubieta y si es así le daremos la vuelta”, denunció Remiro. Por eso es curioso constatar cómo Osasuna y su afición, en teoría con menos potencial en la plantilla, no le temen a nada. Creen que nos van a ganar el partido de Liga en Pamplona, gracias a su ayuda, y el de Copa el jueves en Anoeta. Y que pase el siguiente y a ver si les elimina, aunque sea uno de los gigantes abusones con todo lo que eso significa. Aquí muchos ya no dan un duro por los nuestros. Insisto, hay momentos en los que hemos perdido la perspectiva real de todo. Ojalá vuelva pronto el esplendor en la hierba y la melancolía se transforme de nuevo en felicidad. Ojalá… ¡A por ellos!