“El fútbol existe por los aficionados y para los aficionados”. Rotundo, el presidente del Dinamo de Kiev, Ihor Surkis, justifica todos los esfuerzos que deben hacer los clubes ucranianos para mantener viva la llama del deporte pese a la invasión rusa de su país. Bien en los partidos de la Liga doméstica, que se vuelve a jugar en Ucrania, bien en los choques europeos para aquellos equipos que están en competiciones de la UEFA. El Dinamo de Kiev es junto al Maccabi Tel Aviv el único que no puede jugar en su casa, el histórico estadio Lobanovsky.

El mandatario del próximo rival de la Real este jueves en Anoeta (21:00 horas) fue claro a finales de septiembre en una entrevista en el medio local Hamburger Abendlblatt: “Más que el ánimo al equipo, la prioridad ahora es generar emociones positivas de los ucranianos”.

“Durante unas horas, se olvidan de la terrible guerra en casa y pasan a las emociones positivas”, añadió entonces Surkis, que justificó la elección de Hamburgo como sede provisional del equipo para los partidos de la Fase Liga de la Europa League: “En la zona de Hamburgo hay una gran diáspora de ucranianos, por eso decidimos jugar allí para que pudieran asistir al partido y animarnos”.

Logística compleja

La realidad más allá de la voluntad y los buenos ánimos es otra. Viajar hasta la segunda ciudad alemana o a los partidos continentales que deben disputar a domicilio son una odisea, si bien una nimiedad comparada con vivir en un país en guerra.

En verano fue Lublin con su estadio de 15.000 espectadores la que acogió los partidos europeos del Dinamo de Kiev, con sus eliminatorias de la Champions. Tras perder y clasificarse para la segunda competición, la dirección kievita optó por Hamburgo como sede.

El Shakhtar Donetsk, en una zona del Este afectada por la guerra desde 2014, juega sus partidos de Champions en Gelsenkirchen (en el campo del Schalke 04), mientras que también ha llevado sus partidos como local en la Liga a Lviv, suelo ucraniano cerca de Polonia.

Aun así, Surkin era claro sobre la necesidad de mantener esta doble sede, continental y ucraniana: “A pesar del tiempo de viaje de 18 horas para los partidos de la Champions o de European League, jugamos los partidos de la Liga en Kiev. Por el bien de nuestros seguidores, por el bien de nuestras familias”.

Es imposible acostumbrarse a la guerra. Los habitantes de muchas ciudades bajan a los búnkers varias veces al día durante los ataques aéreos, porque nunca se sabe qué infraestructura civil será el siguiente objetivo de los terroristas rusos”, añadía entonces el presidente kievita, que aprovechó la entrevista con el medio alemán para agradecer “a todos los países civilizados por la asistencia financiera y humanitaria a nuestro país, por su comprensión y apoyo”.

Un búnker en cada estadio

Pero Alemania solo es sede para los partidos europeos. La Liga la juegan en Ucrania y los choques domésticos, en el histórico Lobanovsky, en pleno centro de Kiev, en la trasera del palacio presidencial Mariyinsky y junto al río Dniéper. Para acoger encuentros, cada estadio ucraniano debe contar con un búnker y víveres para subsistir en él: servicios, enchufes, agua, comida...

Son las autoridades públicas las que permiten el acceso al estadio en función de la capacidad de cada búnker. El campo actual del Dinamo puede acoger a 16.800 espectadores, pero su búnker, al 10% de ellos, así que venden 1.700 entradas por choque.

Estadio Lobanovsky, del Dinamo de Kiev Dinamo de Kiev

Viaje con escalas

No poder volar en cielo ucraniano como consecuencia de la ley marcial obliga a los equipos como el Dinamo de Kiev a desplazarse entre la capital y la frontera polaca por carretera o por ferrocarril. Primero, 500 kilómetros hasta salir de Ucrania y después, unos 90 kilómetros hasta la primera gran ciudad, Lublin, que sirve como base intermedia antes de volar a Europa.

El equipo lo vivió en su propia piel en el primer desplazamiento de esta Europa League a Alemania, sede de sus partidos domésticos. “Para llegar a Hamburgo, nuestro equipo tiene que utilizar todos los medios de transporte”, reconoció en septiembre el mandatario ucraniano, que enumeró las distintas partes del trayecto: “Tren, autobús y avión. En total, nuestro viaje de Kiev a Hamburgo y viceversa durará más de 15 horas de ida y otros tantos de vuelta”.

“De camino a Hamburgo para el partido de la primera jornada, nos dimos cuenta de que había ciertos problemas y algunas oportunidades que debíamos aprovechar”, reconoció entonces el técnico Oleksandr Shovkovskyi, que explicó ya entonces que la vuelta a casa también se complicó: “Nuestro vuelo se retrasó dos horas. Teníamos previsto aterrizar, comer, descansar un par de horas, entrenar y coger un tren de Chelm a Kiev”. El viaje se convirtió en aterrizar en Lublin, entrenar media hora después y dirigirse a Chelm.

Desde esta ciudad, un tren une con el otro lado de la frontera, con Yahodyn, en dos horas. Una nueva escala a la espera de un segundo convoy para en otras nueve horas y cinco paradas (Kovel-Pasazhyrskyi, Rivne, Shepetivka y Berdychiv), llegar a la capital ucraniana en casi nueve horas. En total, 12 horas entre Chelm y Kiev con una escala de apenas una hora en Yahodyn, en su versión más reducida.

Llegar a Donostia

Para jugar el jueves en Donostia, el Dinamo de Kiev ha viajado en tren hasta Lublin, donde ha dividido el viaje y ha entrenado este martes.

Ya el miércoles pasadas las 9:00 horas, el vuelo chárter de Enter Air ha despegado desde el aeródromo polaco con destino a Biarritz, donde ha aterrizado poco antes del mediodía.

Disputado el partido de Anoeta, el viernes será el turno del viaje de regreso. Su siguiente compromiso será el lunes al mediodía contra el octavo clasificado de la Liga, el Veres Rivne. Será en su casa de Kiev, ante 1.700 espectadores. A riesgo de que como ocurrió el domingo, el partido se vea interrumpido por las alarmas antiaéreas. La pelota rueda; los misiles vuelan.