La Real acabó goleando al Leganés. Y no le extrañó a nadie. Por la dinámica con la que se presentaba a la cita, a pesar de Cuenca, y porque cuenta con una plantilla muy superior a la del Leganés. Claro, todo esto dicho sobre el papel, luego hay que demostrarlo. Y la clasificación para Europa, como los títulos, se consiguen más en campos como Butarque que en noches memorables como, por ejemplo, la del Barcelona en Anoeta. Un partido de pie fuerte, de meter la pierna, de continuos choques aéreos y terrestres, tenso, trabado y que se decidió por los chispazos de otro nivel de varios de sus jugadores destacados. A todos nos hubiese gustado disfrutar de una actuación más radiante de los blanquiazules, pero la ocasión exigía salir vencedor de una guerra de guerrillas.
Dicho esto sin la más mínima intención de faltar a los pepineros, que hicieron lo que pudieron y que para contrarrestar la calidad con la que se está jugando la supervivencia en Primera necesita sacar partido a otras armas. Porque como se le ocurra entrar en un combate cara a cara con un equipo como la Real puede salir muy mal parado. La mejor demostración es que, insistimos, sin ser uno de los partidos más convincentes que se le recuerdan, ni estar al nivel de la gran racha que le ha permitido dejar de mirar hacia abajo y volver a subirse al vagón que conduce a Europa, la Real se impuso con un claro 0-3, ventaja que pudo ser incluso mayor. Un gol de Brais en el primer cuarto de hora y otros dos de Barrenetxea y Oyarzabal en la recta final sellaron una victoria clave para una Real que ya todos consideran uno de los favoritos para hacer las maletas y viajar de nuevo por Europa la temporada que viene.
Imanol sacó su once fresco esperado. La única demarcación un poco debatible era la de extremo izquierdo y el técnico se decidió por Sergio Gómez en detrimento de Barrenetxea. Quizá por el golpazo que se llevó en la entrada a lo loco y a la desesperada del jugador del Conquense justo cuando el árbitro decretó el final del partido. Es más, le costó hasta levantarse del suelo con el encuentro ya finalizado…
El resto, los anunciados al haber descansado, a medias, eso sí, el miércoles con las vueltas de Aguerd y Kubo, que ni viajaron a la capital conquense, y de Sucic, una vez superada su enfermedad y después de haber jugado la segunda parte de la prórroga.
Al Leganés le pasó factura la prórroga de Estepona y su goleador Juan Cruz, que disputó los 120 minutos, se quedó en el banquillo.
Lo encarriló antes del descanso La Real no completó una primera parte excesivamente brillante, pero, a pesar de ello, pudo retirarse al descanso con el partido decidido. No le hizo falta ni controlar la posesión, ni dominar territorialmente, con estar bien colocada, plantar cara en los duelos y aprovechar las esporádicas apariciones de sus mejores jugadores le bastó para irse en ventaja al entreacto. Por cierto, un partido dirigido por un colegiado con más peligro que un mono con pistolas, que va a su rollo, que le importa un pepino (nunca mejor dicho) lo que sucede a su alrededor y pita lo que le da la real gana. Una cosa de locos que todavía siga en Primera División González Fuertes, a quien le salvan las habituales calificaciones de los exárbitros que le puntúan para el comité confirmando lo que todos sabían, que son todos tan incompetentes como negligentes.
Un Leganés muy agresivo entró mejor al choque, aunque la primera opción significativa fue un pase largo extraordinario de Aguerd, que tiene un guante en el pie izquierdo, que no pudo domar Brais antes de que botase y lo interceptase Dmitrovic. El gallego probó fuerte desde lejos antes de que, en el minuto 13, pusiera por delante a los suyos tras una jugada coral preciosa. Recuperación de Aguerd, cambio de banda a Aramburu, que proyectó a Kubo, quien trazó una diagonal para abrir a Sergio y el centro de este lo dejó pasar Sucic, Oyarzabal arrastró y el de Mos apareció en el segundo palo para empujar la pelota a la red.
Neyou, el mejor de los locales, no encontró portería al rematar alto un centro raso y Aihen conectó una valiente volea lejana que se marchó cerca del larguero. En el minuto 36 llegó la oportunidad más clara para casi liquidar el duelo en un saque largo de Remiro, que pinchó en plena carrera Oyarzabal antes de profundizar y dibujar un servicio parecido al de Sergio Gómez en el gol que Sucic desaprovechó al disparar al cuerpo de Dmitrovic. Al croata se le quedó un poco atrás el centro. Un buen centro de Aramburu que no encontró rematador fue el último ataque de un equipo superior, pero sin excesivos alardes. Y ahí se retiró como si fuera un protagonista más el colegiado, al que solo le faltaba un gorro de Napoléon y unos hombres con una camisa de fuerza esperándole para llevárselo en cuanto saliera del campo. Terrible.
La segunda parte comenzó viciada por las locuras del árbitro, que acabó sacando de quicio a todos los jugadores y no tardó de agravarlo de tal manera que se cargó el partido. El juego acabó convirtiéndose en un choque lleno de interrupciones, faltas, encontronazos y lesiones bajo el delirio de un trencilla que si hubiese alguien en la Federación no debería arbitrar un partido más en la elite. O ninguna categoría.
La Real se fue del choque en ataque, pero en defensa, como siempre, cumplió sin errores. Con un muro pétreo y un esfuerzo hercúleo. Solo concedieron una ocasión en un cabezazo de Óscar, que apareció por sorpresa en el área, que detuvo el último miembro, y no por ello menos relevante, de la muralla.
Cuando la cosa pintaba rara, con el duelo a cara partida en un ring de desquiciados, Imanol decidió recurrir a Barrenetxea, que nada más entrar anotó el 0-2 con un complicado remate con la zurda y que fabricó el 0-3, al combinar con Sucic y asistir a Oyarzabal. Becker, que salió junto al donostiarra, también dispuso de su oportunidad, pero se le hizo un poco de noche y su disparo envenenado tras rozar en un rival lo detuvo Dmitrovic, que acabó siendo el más destacado de los suyos.
0-3, casi nada. Que no es poco. No es fácil vencer así en un campo como Butarque, donde las batallas que se libran se parecen a las de su vecino Getafe. Son partidos incómodos, repletos de parones, en los que no acabas de lograr alcanzar tu mejor versión, pero en los que es clave mantenerse firme sin concesiones esperando que llegue tu oportunidad para, en el caso de la Real en Leganés, imponer su manifiesta superioridad. Tras encadenar cuatro victorias seguidas, le quedan tres partidos clave para intentar ganar los nueve puntos que hay en juego, seis de Liga y tres en Europa, antes de finales de año. Eso sí que serían unas Navidades felices. En resumen, otro triunfo de oro y un tributo, 26 años después de su vil y cobarde asesinato, a solo quince kilómetros para nuestro añorado Aitor Zabaleta, quien, una vez más, se sentiría muy orgullo de este equipo.