No hay un futbolista checo más conocido que Antonin Panenka. Muchos jóvenes no tendrán ni idea de a quién me estoy refiriendo. Qué maravilla debe ser pasar a la posteridad por una jugada tuya en el fútbol. Algo así como tener de por vida la patente o el derecho de autor y que todo el mundo te recuerde cuando alguien repita tu novedosa e innovadora acción. Seguro que otros muchos lo relacionan mejor cuando les hablo del penalti de Panenka. Dícese del lanzamiento de una pena máxima suave, picada y al centro. Una especialidad tan irreverente que los porteros lo suelen considerar un ofensivo intento por humillar, como arriesgada, ya que si lo adivina y lo atrapa sin esfuerzo el bochorno es indescriptible. En realidad, es una suerte a la que recurren en demasiadas ocasiones jugadores de equipos que van ganando holgadamente sus encuentros. Por eso también solivianta tanto a los arqueros, una cuestión de momentos.

Ahora bien, lo que pocos recuerdan es que el señor Panenka, que es un tipo muy entrañable y peculiar, mostró al mundo su original manera de ejecutar penaltis en el lanzamiento decisivo de una tanda y en toda una final de una Eurocopa. Gracias a su diana ante un meta de época como Maier, la antigua Checoslovaquia celebró el mayor título de su historia en 1976. Su disparo fue una ejecución perfecta de una persona que lo había entrenado muchísimo y que estaba convencida de que era la mejor manera de marcar: “El entrenador y todo el mundo sabían cómo iba a tirarlo. Tal vez fue una sorpresa en el extranjero. La única persona que me dijo que en un partido tan serio no me debía atrever fue Ivo Viktor, el portero. Éramos compañeros de cuarto y me dijo que si me atrevía a tirar el penalti a mi manera no me dejaría volver a entrar en la habitación. Por fortuna, salió bien”, declaró en el primer número de la revista que lleva su nombre.

Cosas de genios, tal y como le definió Pelé: “No me considero ni loco ni genio. Mucha gente me comenta que soy conocido en todo el mundo por haber inventado un penalti pero, bueno, también Thomas Alva Edison es famoso por haber inventado la bombilla”, declaró con naturalidad. 

Y no le falta razón. O sí. Porque recuerdo cómo Totti contaba cómo en la semifinal de la Eurocopa, Maldini, que había escuchado su propósito, le recriminó: “¿Tú estás loco? Esto es la semifinal de la Eurocopa”. ”Sí, sí, le hago la cuchara”, se reafirmó el romano. Y vaya que si la hizo. O más cerca aún, Abreu, que cuando enfiló el camino al punto de penalti en la tanda de los cuartos de final del Mundial 2010 contra Ghana, todos los realistas, además de sus compañeros, intuíamos que iba a lanzarlo a lo Panenka, como así fue. Todos ellos futbolistas con algo especial. Diferentes. Versos libres.

Xabi Prieto

La Real contaba con su propio embajador a la causa en un Xabi Prieto que era casi infalible. Es más, los porteros tenían la consigna de aguantarle, pero no acababan de cazarle el disparo porque lo escondía de maravilla. Solo falló uno y fue porque, ese día sí, demostró que era sangre lo que corría por sus venas, y le pudo la presión en un dramático derbi con el descenso amenazando a los dos clubes vascos (él siempre me defendió que no fue así). 

Es curioso, porque la variable de Zubieta de los especialistas desde los once metros está muy cuerda y no tiene nada que ver con las excentricidades de los jugadores antes citados. Oyarzabal, que es otro que cuenta con un currículum de aciertos extraordinario, también buscó una manera distinta o singular de ejecutarlos, con ese pasito en la carrera para frenarse con la intención de que el meta descubra el lado hacia el que se va a tirarse. Todavía recuerdo los dos primeros que transformó en San Mamés, bajo una presión infernal en decibelios y la forma con la que engañó a su buen amigo Unai Simón. Los mismos protagonistas en el lanzamiento más legendario en la historia de la Real que acabó con el título para siempre que nunca jamás nos cansaremos de recordar y de evocar.

Mikel Oyarzabal

Oyarzabal es testarudo y tiene una personalidad imperturbable. Como sucedía cuando se lo razonabas a Xabi Prieto por el riesgo evidente de que le hubiesen cogido la matrícula, en el momento en que le comentabas al capitán que igual era bueno cambiar de vez en cuando su forma de ejecutar los penaltis siempre respondía que no tenía ninguna intención en hacerlo. En un equipo con indudable patrón ofensivo, la Real ha tenido que esperar la friolera de siete meses para que le volviesen a señalar un penalti (cuando ganó la liga de Segunda no le pitaron ninguno hasta la jornada 39 y no era, así es esta gente). Pues bien, en Sevilla, Oyarzabal varió de forma notable su sello particular. Es cierto que alteró un poco la carrera, pero apenas se frenó. Se centró mucho más en colocarlo y lo hizo con una precisión de cirujano al haberle adivinado la intención el meta Álvaro.

Y eso que en esta ocasión no era una situación sencilla. La última vez que Mikel había acudido el punto de penalti fue en la maldita noche en la que falló su disparo en la portería de la grada Zabaleta que nos dejó sin la ansiada final de la Copa del Rey. Pero Oyarzabal está hecho de otra pasta. Como ya manifestó con los ojos aún llorosos en la zona mixta después, “volvería a asumir la responsabilidad y lo voy a volver a hacer cuando me toque”. 

Se habla mucho de la locura de los porteros, pero aparte de calidad y puntería, hay que tener un pequeño toque para que te guste jugar a la ruleta rusa desde los once metros (yo lanzaba los de mi equipo y la primera vez que me pararon uno se me cayó el mundo encima hasta el punto de que el partido se acabó en ese momento para mí; era un flojo).

Muchas veces, sus críticos utilizan el término penalzabal, acusándole de que maquilla sus registros desde los once metros. Y no me parece justo, porque su realidad es que, aparte de todo lo mucho que hace, también es un gran especialista en las penas máximas. Una suerte que, en su caso, es secundaria. Entre otras cosas por su facilidad para ver puerta en los partidos decisivos. Al contrario que Panenka, el futbolista más famoso de Chequia que visita hoy la Real, al que solo le recuerda la gran mayoría por su inmortal parábola ante Maier: “Aunque me hace ilusión que siempre lo citen, muchas veces me considero prisionero de mi penalti. Estoy muy orgulloso de ello, pero por otro lado también siento celos. Toda mi carrera traté de hacer un fútbol sugerente para el espectador y creo que se ha visto demasiado reducida a ese penalti”. A Mikel seguro que no le pasará eso. Porque ya es una leyenda viva txuri-urdin y la historia hará aún más justicia a sus números… Además de que, quizá con el tiempo, cuando veamos a un futbolista frenar su carrera y esconder el lado al que va a lanzar con ese ritmillo tan especial, no descarto que digamos que transformó el penalti a lo Oyarzabal. ¡A por ellos!