Que quede muy claro porque es el quid de la cuestión. Esto no tiene nada que ver con ninguna historia de ultras que nos tienen a todos hasta las narices aunque, desgraciadamente, se trate un problema social global que está sacudiendo a toda Europa. Tampoco de política que, como hemos podido comprobar esta semana, casa muy mal con el fútbol porque nunca a va a llover a gusto de todos. Si no nos ponemos de acuerdo y muchos se sulfuran porque en lugar de un 7 le he puesto un 6 a Zubimendi en un partido contra el Espanyol, como para que nos entendamos sin fisuras cuando mezclamos en una misma cubitera este deporte y la ideología y las convicciones de cada uno.

Esta es la historia de cómo una desproporcionada e injustificable carga policial cambió por completo y probablemente para siempre la vida de Amaya Zabarte y de todo su entorno. Esta aficionada txuri-urdin tuvo la desgracia de pasar en el momento equivocado por el lugar equivocado. Que lo tengan todos muy claro porque esta es la clave de todo, le podía haber pasado a cualquiera, como lo confirman las imágenes de la todavía incomprensible carga policial que estuvo a punto de llevarse por delante a un inválido que cruzaba con su acompañante o un padre que iba junto a su hijo con dos peligrosísimos bocadillos de tortilla y de lomo con pimientos en sus manos.

Como cantaba Nacha Pop, en una décima de segundo y en una ráfaga de aire frío, Amaya, que se encontraba en la mediana del Paseo de Errondo, entre la estación del topo de Anoeta y la Venta de Curro, en su intento desesperado de huir, recibió un pelotazo en la sien lo que, como dijo Koruko, una de las testigos, motivó que “saliera volando” y cayera al suelo del otro lado. Sí, han leído bien. Recibió el impacto de una bala de foam lanzada por un ertzaina desde cinco metros de distancia que no le mató de milagro. Por si fuera poco, tras levantarse a duras penas y llegar como pudo hasta la estación del topo ayudada por un buen samaritano, volvió a caer al suelo y uno de los ertzainas, que no debería participar nunca jamás en un dispositivo de seguridad por no saber controlarse, le propinó una patada. Y no se descarta que en realidad fuesen dos, porque las imágenes no son los suficientemente esclarecedoras. Me refiero a la segunda, la primera no admite ni la más mínima discusión salvo si tienes una mente perversa e inmisericorde.

Lo cuenta la buena de Amaya sin tapujos, porque para eso es según varios de sus compañeros la mejor técnico en emergencias sanitarias del territorio, el pelotazo le provocó una hemorragia subdural con dos fracturas de cráneo con riesgo de muerte. Lo repito para que lo tengan todos claro, que algunos no parecen llegar a procesarlo: una hemorragia subdural con dos fracturas de cráneo con riesgo de muerte.

Lo que no sabía la familia Novoa-Zabarte es que, aunque pareciese increíble, lo más grave y doloroso aún estaba por venir. Porque no hay nada más duro que en una grave convalecencia de una persona inocente que pasaba por ahí y que sufra una agresión policial le abandonen a su suerte, le dejen desamparada y encima para más inri y no sabemos muy bien con qué objetivo, pongan en tela de juicio toda su versión sin venir a cuento.

Actos que se escapan a la razón

Uno quiere creer en la raza humana, en que la bondad es algo innato, pero hay actos que se nos escapan a la razón. Antes que policías son personas y todo el mundo hubiese entendido si al día siguiente uno de los mandos hubiese comparecido en público para reconocer que, fruto de la tensión que habían vivido a lo largo del día, se precipitaron en una carga que no tenía ni el más mínimo sentido y que a uno de los antidisturbios se le había disparado una bala de foam con tan mala suerte que había impactado en el rostro de Amaya. La patada seguirá siempre en el oscuro terreno de lo incalificable e imperdonable.

Hay que ser muy miserable para, primero, achacar que Amaya se encontraba en mitad de una lluvia de objetos que obligó a la policía a cargar, como insinuando que ella participaba en los incidentes imaginarios. En las imágenes que, por supuesto, no pusieron a disposición de la familia, que las tuvo que lograr por otra parte, solo se veía a un niñato que cuando empiezan a correr parece lanzar lo que es una botella: ¡uno! Están estos como para ir a garantizar la seguridad en un Partizan-Estrella Roja de baloncesto… Pero la cosa no queda ahí. Después insinúan y filtran a través de un medio, cuya falta de empatía con la herida no nos sorprende porque siempre se arrima al poderoso, que la conclusión de Asuntos Internos es que no había recibido ningún pelotazo. No, qué va. Las imágenes les delatan y confirman que faltan a la verdad. Es literalmente imposible que una persona caiga a plomo hacia el otro lado cuando en una de las capturas de las imágenes se puede ver en el suelo el destello de un disparo. Vamos más lejos, Sherlock. Si no fue una bala de foam, qué pudo ser. Sin ninguna erosión, en un impacto certero que le hace volar y con una potencia que le provoca un edema subdural y dos fracturas de cráneo. ¿A quién quieren engañar? ¿Quizá le golpeó un meteorito? ¿Se sienten tan impunes que consideran que se van a ir de rositas porque los que investigan, que son ellos mismos, casualmente no encuentran pruebas para demostrarlo? ¿Los de Asuntos Internos de la Er-tzaintza son los más queridos de sus comisarías a los que todos agasajan con regalos al contrario que en las películas americanas? Tras salir Joseba, su marido, a denunciar su situación en los medios, la familia recibió la llamada de este departamento y, para más inri, con las secuelas y la situación de Amaya, tuvo la desfachatez de pedir a una familia deprimida, hundida e incomprendida que se acercara a la comisaría de Erandio para declarar. Algo a lo que se negaron, por supuesto. Se acercaron para mostrarles unas imágenes lamentables y editadas para evitar que se viera, por ejemplo, la patada al difuminar la imagen justo en ese momento. En resumen, una pesadilla interminable cuyos capítulos cada vez son más lamentables y censurables.

Empatía con la familia

Un buen colega ertzaina me acusó de estar empatizando “demasiado con la familia”. Y tiene razón. Con toda esta historia he ganado dos amigos. Joseba, un padre extraordinario. Bonachón, vehemente y visceral. Valiente como ninguno, que no va a cesar en su empeño hasta limpiar el nombre de su esposa. Y Amaya, madre coraje. Una mujer extraordinaria, encantadora y con mucha sorna, que solo quiere volver a ser la de antes para poder seguir ejerciendo su profesión que es cuidar y curar a los demás. Familias como estas sí que te hacen recuperar la fe y creer en las personas. Siempre me tendrán a su lado, aunque la Audiencia Provincial decida no abrir su caso mañana en una decisión que sería tan increíble que nos haría sospechar demasiado de la justicia en nuestra tierra. Es que le podía haber pasado a cualquiera. Ponte en su lugar. No se lo merecen. ¡Justicia! ¡A por ellos!