En épocas de vacas flacas como la que nos está tocando vivir durante estas últimas semanas, el grado en que un plan de partido puede identificarse desde fuera sirve para medir la gravedad del bache. La Real Sociedad completó el sábado en el Ramón Sánchez-Pizjuán una de sus peores actuaciones durante la era Imanol. Pero a quienes seguimos el encuentro a través del televisor nos alcanzó, por lo menos, para detectar las principales directrices del técnico oriotarra, en Zubieta y en el vestuario. Algo es algo porque, cuando ni siquiera se aprecia el camino trazado desde la pizarra, el futuro de un equipo empieza a pintar muy negro. Y la idea en Sevilla sí se vio. Otra cosa fue el modo en que resultó ejecutada por unos futbolistas que creen en su entrenador, pero que también deben entender lo indispensable que resulta la competitividad en los duelos a la hora de seguir sus postulados.
Sí, volvió el míster al rombo, pero a un rombo muy distinto al de hace apenas un año, por futbolistas y sobre todo por funcionamiento. Que Olasagasti (y no Zakharyan) jugara donde habitualmente lo hacía Silva significó ya, desde el primer minuto, una evidente pista de que el encuentro no pasaba, en clave txuri-urdin, por aprovechar una teórica superioridad numérica en la medular. El centrocampista donostiarra se ubicó de forma constante en primera línea de ataque para, junto a André y Sadiq, mantener ocupados a los tres centrales rivales. Desde ese punto de partida, los envíos directos a la espalda de la zaga local, con puntas e interiores como destinatarios, fueron el principal discurso ofensivo de una Real que provocó así el penalti de Ramos, pero que tampoco consiguió mucho más... En la segunda parte, ante un Sevilla más fatigado, comenzaron a aparecer esas asociaciones por dentro, batiendo líneas, que podían haberse esperado desde el arranque. Pero ahí tocaba ya remar contracorriente.
¿Y en defensa qué? Para la presión, el entrenador realista apostó por una muy lógica distribución de las piezas, si de lo que se trataba era de apretar al hombre. Ante un Sevilla que acostumbra a dibujar una zaga de cuatro para dar salida al balón, los txuri-urdin deformaron su dibujo para enviar a Zakharyan a por Salas y apretar a pares, deparando un panorama arriesgado en el que Zubimendi bastante tenía con Óliver Torres como para echar una mano atrás. Digamos primero sobre Zubeldia y Pacheco que les tocó bailar con la más fea, la pareja que forman Isaac y En-Nesyiri. Pero el sufrimiento de azkoitiarra y navarro para contener a la dupla rival, con metros y metros a sus espaldas, plasmó con situaciones muy gráficas todo lo que el equipo en su conjunto padeció durante una puesta en escena para olvidar. Que el martes ante el PSG sea diferente.