sto del fútbol avanza a toda máquina. Unas temporadas se solapan con las otras. Y para muestra, un botón. El pasado 11 de julio seguí desde el sofá de casa, en calidad de aficionado, la final de la Eurocopa entre Italia e Inglaterra. Para entonces ya había cubierto como periodista el primer entrenamiento de la Real Sociedad 2021-22. Y solo dos días después asistí ya a un amistoso de preparación veraniega, un Sanse-Toulouse en el que me llamó la atención un chaval del tercer equipo ubicado en el interior izquierdo txuri-urdin y que ahora lo borda donde le pongan. Sí, Xeber Alkain y sus golazos están acaparando titulares, incluidos los míos, pero apunten bien el nombre de Jon Magunazelaia. El caso es que aquel partido, jugado en Tarbes, midió al filial con un adversario entrenado por Philippe Montanier, un muy buen tipo con el que tuve el placer de charlar y a cuyo equipo sigo con simpatía desde aquel día. Son líderes de segunda división y van lanzados hacia el ascenso. Ojalá lo consigan.

Me acordé de Montyel domingo, después del partido de la Real en el Wanda. Él es el último técnico de la Real que ha conseguido ganar al Atlético a domicilio. Pero el duelo me hizo rebobinar, sobre todo, hasta diciembre de 2011, casi una década. Me trasladó, en concreto, a la salita para entrevistas que la Real tiene habilitada en Zubieta, donde Montanier y su ayudante Iñigo Cortés me recibieron para tratar la entonces convulsa situación del equipo. Los goles de Iñigo Martínez al Betis y de Diego Ifrán al Málaga habían salvado al técnico. Pero la reciente experiencia copera no había contribuido a tranquilizar el ambiente. ¿Por qué? La Real fue a Granada en Santo Tomás para defender un 4-1 logrado en Anoeta, y su entrenador apostó por la siguiente alineación en el Nuevo Los Cármenes: Zubikarai; Estrada, Cadamuro, Ansotegi, Iñigo Martínez, De la Bella; Demidov, Mariga, Pardo; Xabi Prieto e Ifrán. Un gol del suplente Agirretxe con la Real a un tanto de la eliminación (perdía 2-0) sentenció el pase en el tramo final, pero el once inicial y el juego del equipo, atrincherado atrás de principio a fin, sembraron de dudas aquella clasificación.

Pasados unos días, Montanier me defendía que esa no había sido la idea. Aseguraba que el equipo había querido plantarse más arriba y tener más el balón. Pero subrayaba igualmente que el rival también juega y escenificaba al respecto un ejemplo gráfico. “Tú ahora mismo estás sentado aquí. Pero, si yo empujo la silla hacia atrás, te acercarás a esa pared”, indicaba, atribuyendo a la presión del Granada todo lo padecido. No había estado en el vestuario antes del partido para certificar que lo que me contaba era cierto. Pero sí entendí que este es un juego de duelos en el que lo que hace el rival influye directamente en lo que puedes hacer tú, como le influyó el domingo a la Real toda la madera que puso a arder el Atlético para intentar remontar un 0-2 adverso. “Es que han reculado demasiado”. Tendemos a ver los partidos desde un único prisma, el nuestro. Y es comprensible. Pero así resulta más difícil adquirir consciencia de lo que ha pasado sobre el campo.

En el Metropolitano estaba enfrente el campeón de Liga, un equipo acostumbrado en la era moderna a alcanzar cotas altas en la Champions y que en su encuentro previo también había igualado un 0-2, ni más ni menos que contra el Liverpool. Cuando ante la Real Simeone metió en el campo a Correa para doblar la amenaza exterior y no reducirla a la banda izquierda, se vio claramente que los colchoneros, al estilo de Montanier, empujaban la silla txuri-urdin contra la pared. Y fue una pena que la maniobra de Imanol para impedirlo no pudiera ejecutarse a tiempo. Anduvo rápido el oriotarra, pues no habían pasado dos minutos desde el retoque local y en la televisión ya anunciaban movimiento en el banquillo. Pero llegó antes el 1-2 que el triple cambio, con lo que el 5-4-1 de nuestro míster arrancó ya defendiendo una renta mínima. Qué lástima.

Lástima porque una ventaja de un solo gol te expone a muchas cosas. A una genialidad aislada del rival. A que el buen hacer del adversario te suponga el empate a la mínima, obvio. O a que cualquier detalle, decisiones arbitrales incluidas, acabe con tu superioridad en el marcador. Sucedió en Madrid que Munuera Montero pitó penalti de Mikel Merino a Luis Suárez, tras una acción que, más allá de lo puntual, saca a colación un problema que trasciende a lo general. No me gusta nada hablar de los colegiados, porque su labor resulta muy complicada. Complicadísima. Pero me gusta aún menos hablar de ellos cuando media el VAR. Al fin y al cabo, el fútbol es un juego dinámico, de fricciones, de contacto, en el que una jugada polémica será mejor calibrada a tiempo real que mediante constantes repeticiones. Porque, y aquí quería yo llegar, la cámara lenta distorsiona más de lo que ayuda. Desnaturaliza lo que es el juego. Y algo así nunca puede suponer herramienta para hacer justicia. Lo repetiré por aquí cuando favorezca a la Real.