Esta Real nos tiene mal acostumbrados. Durante los últimos años ha convertido casi en rutina encadenar victorias como si nada. Y ahora que ha empatado dos partidos seguidos parece que nos ha dejado a medias, con la miel en los labios. Habría estado muy bien ganar en Eindhoven. Ni qué decir tiene que habríamos disfrutado una barbaridad venciendo ayer al Sevilla en Anoeta, con más de media grada llena. Pero no podemos perder la perspectiva. El equipo txuri-urdin cierra la semana con dos auténticos partidazos a sus espaldas. Ha podido llevarse los dos y también ha podido perder ambos, porque el fútbol es un deporte de tanteos bajos, muy expuesto a cualquier detalle. Pero, por encima de los resultados, sendos empates, quedan las sensaciones.

La escuadra blanquiazul ha salido a Europa para jugar en un estadio de postín y ha competido de tú a tú, gritando a los cuatro vientos que no viaja por el continente solo para vivir experiencias. Y ayer en Donostia, con un rival de Champions enfrente, acreditó nivel, despliegue, personalidad y repertorio táctico para mostrarse superior, durante largas fases, a un señor adversario. Sí, escuece algo el 0-0 final. Sobre todo porque Mikel Oyarzabal, con crédito suficiente para desperdiciar 30 penaltis, falló uno en el minuto 27. Pero esto es una carrera de fondo en la que la Real ya ve algo más cerca al último del pelotón delantero. No es poca cosa, sobre todo si tenemos en cuenta que siete jugadores pueblan la enfermería y que Isak amenaza con convertirse en el octavo. Cruzamos los dedos.

NOVEDOSO PLANTEAMIENTO

Tras dedicar al Sevilla palabras de elogio, Imanol había asegurado el sábado que nada de lo que planteara Julen Lopetegui le iba a sorprender a estas alturas de la película. Pero él sí trató de innovar, porque pocas veces hemos visto a su Real dispuesta en un 4-4-2 de manual. Apostó por la estructura en abril contra el Athletic, en Liga, cuatro días después de la noche mágica de La Cartuja. Y desde entonces ya no habíamos tenido noticias de semejante dibujo. ¿Qué buscó ayer el oriotarra recurriendo al mismo? Con los extremos (Portu y Oyarzabal) a pierna cambiada emitió una clara señal de pretender profundidad por doquier. Y también quiso abarcar cuanto más campo mejor en la presión: apretar lo más arriba posible, tapar dentro, y defender también por fuera. No se trataba, sin el balón, de llevar al rival a un lado o al otro, como sí intentó el equipo txuri-urdin el jueves con un PSV al que ofreció las bandas. Se trataba de ir a la yugular del adversario. Siempre. De quitarle el esférico. Y de atacar, claro.

A Alguacil el plan le salió a la perfección, porque sus hombres fueron ensayando, dependiendo de las circunstancias, las distintas maneras de defender que habían preparado, y todas dieron resultado. Si Sorloth e Isak se emparejaban con los centrales en la salida del Sevilla, los centrocampistas acompañaban y también lo hacían Aritz o Le Normand para ayudar, marcando a Rakitic. Si la jugada exigía una actitud más conservadora, la doble punta realista se encargaba del pivote Fernando y flotaba a Diego Carlos o a Koundé. Y si los hispalenses retrasaban al brasileño para iniciar con tres hombres, la Real se activaba para soltar a un extremo arriba y seguir mordiendo. Varios robos de los txuri-urdin condujeron a peligrosas transiciones para poner en apuros al meta Bono. Y el cuadro guipuzcoano redondeó la receta con un más que adecuado comportamiento en acciones ofensivas más elaboradas.

Lopetegui tampoco se había quedado corto, mandando a sus cuatro hombres más adelantados, los tres de arriba y Rakitic, a presionar muy altos los saques desde Remiro. Pero el navarro inició en corto, y entre sus zagueros y Zubimendi se las arreglaron para mover el árbol. No sin ciertos riesgos, encontraron salida casi siempre, hasta el punto de que el técnico visitante modificó algo su proceder en el tramo final de la primera mitad: de acudir a apretar con una primera línea de cuatro, pasó a dejar arriba a En-Nesyri para molestar entre centrales, con los extremos y los dos interiores en línea por detrás, cubriendo las espaldas al punta marroquí. Pero ya era demasiado tarde. Hacía tiempo que la Real se había hecho con el partido. Gracias a los mencionados robos altos, gracias a esas buenas salidas desde atrás y gracias también a las superioridades encontradas retrasando a cualquier pivote junto a Le Normand y Aritz, los txuri-urdin merecieron marcharse por delante al descanso. El penalti que Bono le paró a Oyarzabal y una buena intervención del meta a disparo de Isak, lesionado justo después, materializaron en ocasiones la clara superioridad local.

TRAS EL DESCANSO

La pizarra de Lopetegui debió echar humo durante el intermedio. Su ajuste previo de poco había servido, y tenía claro el de Asteasu que algo debía hacer. Maniobró. Y consiguió que el encuentro cambiara. Algo influyeron las circunstancias de la Real, ya con Portu en punta junto a Sorloth tras la sustitución del propio Isak (entró Januzaj y Oyarzabal pasó a la izquierda), porque los txuri-urdin comenzaron a notar el paso de los minutos. Pero tuvieron mucho que ver los retoques del técnico sevillista, en cuanto a nombres propios y también en cuanto a funcionamiento. Volvió a presionar como al principio, pero con los recién ingresados Ocampos y Óscar Rodríguez por fuera, mucho más agresivos que Papu Gómez y Lamela. Retrasó al citado Papu al centro del campo, dejando en el vestuario a Rakitic. Y el equipo hispalense comenzó enseguida a beneficiarse de todo ello. Apretó de forma óptima y terminó obligando a Remiro a golpear en largo, para después administrar mejor el balón. Delaney y Fernando bajaban casi a la base de las jugadas para atraer a Merino y a Guevara, y el mismo Papu merodeaba a la espalda de ambos, haciendo dudar a Aritz sobre si convenía perseguir tan lejos.

El Sevilla enganchó varias veces con el argentino. También con un Óscar Rodríguez que, partiendo desde la izquierda, hurgaba igualmente en la zona de la mediapunta. Y a Imanol no le quedó más remedio que mover ficha. Lo hizo en el minuto 75 con un triple cambio que implicó, por encima de todo, pasar a jugar con tres centrocampistas por dentro. Guevara se sumó a la sala de máquinas y Julen Lobete, que había entrado previamente en la izquierda por un exhausto Oyarzabal, se convirtió en único punta. El partido venía emitiendo señales de terminar haciéndosele largo a la escuadra blanquiazul. Pero, con su nueva estructura, dispuestos en 4-1-4-1 y liderados espiritualmente por un Januzaj muy activo, los txuri-urdin dieron un golpe sobre la mesa. Presionaron, robaron, empujaron y percutieron por ambas bandas, con el debutante Valera gustando en el ala izquierda.

Lopetegui lo intentó al final dibujando un esquema de tres centrales y una doble punta Rafa Mir-Ocampos. Casi le sale bien, porque el delantero español aprovechó para correr al costado de Le Normand tras un robo a Januzaj y casi hace el 0-1 en el minuto 86, con Remiro rechazando a córner en semifallo. Sin embargo, los últimos acercamientos fueron txuri-urdin, en dos saques de esquina consecutivos que hicieron vibrar al personal. Se dieron en el fondo Aitor Zabaleta, que hace solo cinco meses asistió vacío a dos goles hispalenses y a la victoria en Anoeta de un Sevilla muy superior. Ayer no lo fue tanto. De hecho ni lo fue. Porque esta Real crece. Con su gente en la grada, más todavía.