Imanol no escatimó en elogios el viernes cuando le preguntaron por el Levante. Lógico. Porque los precedentes no se refieren únicamente al resultado, apuntan también a las sensaciones. Desde que el oriotarra entrena a la Real, su equipo ha ganado, ha empatado y ha perdido contra el Levante de Paco López. Pero siempre o casi siempre ha sufrido una barbaridad. No lo hizo el pasado marzo, cuando los granotas aterrizaron en Donostia de resaca, aún zarandeados por la eliminación en las semifinales de Copa solo tres días antes. Pero el resto de la estadística apuntaba a un rival que, por una razón u otra, venía desarbolando a los txuri-urdin. Con la misma fórmula, por cierto. Una fórmula cuyo antídoto parece haber encontrado el equipo blanquiazul, cada vez más maduro. Ayer no brilló. Pero sumó tres puntos y algo más. Añadió a su piel una capa adicional. Es mucho.

Terminó el partido 1-0 con gol de Barrenetxea, que marcó cerca del descanso. Pudo adelantar antes Oyarzabal a la Real, en un mano a mano desperdiciado ante el meta Cárdenas. También tuvo la suya el Levante con 0-0, en una internada de Clerc que no encontró rematador. Pero Anoeta asistió a una contienda en la que, en líneas generales, pasó más bien poquito. O en la que, mejor dicho, hubo pocos sobresaltos. Porque sí sucedieron cosas sobre el césped. Sucedió que Imanol acertó a desactivar la ecuación desde la que el Levante solía clavar dañinas puñaladas a los suyos. Dos extremos que se metían dentro, al costado del pivote txuri-urdin. Pases interiores del rival que superaban líneas. Adversarios libres que recibían entre líneas. Pero nada de eso hubo ayer. Pensó el míster que las ayudas de los extremos podían ser importantes para neutralizar lo descrito. Pensó en que no pasaba nada si Barrenetxea y Oyarzabal dejaban libre a su lateral, si el balón circulaba por la otra banda. Y así, dentro de un ejercicio de solidaridad y de concentración colectiva admirable, la Real consiguió poder presumir hoy de haber reducido a la nada a uno de los conjuntos ofensivamente más productivos de la Liga. La afición no salió de Anoeta dando saltos ni regateando a las farolas. Pero tuvo mucho mérito lo que hizo su equipo.

Sí, la Real se ajustó con precisión respecto a lo vivido en otras tardes ante este mismo contrincante. Y además presionó determinada y convencida, que esa es otra. Apenas diez segundos antes de que el disparo de Barrenetxea tras taconazo de Silva golpeara en el defensa Duarte y se convirtiera en el único gol de la contienda, el meta Cárdenas tenía el balón en los pies, con la cabeza levantada, buscando al hombre libre. Eligió a Campaña. Pero a por este saltaron como pirañas Gorosabel y Merino. El balón le cayó al joven extremo donostiarra para terminar en la red y materializar ese buen trabajo, una labor que no enamoró pero que a la larga, ya asimilada, se suele traducir en muchos puntos.

Mismo once

Para recibir al Levante, el entrenador apostó por el mismo once inicial que se enfrentó al Rayo Vallecano el pasado domingo. Y no sorprendió con la alineación. Al fin y al cabo, la única duda previa residía en si iba a dar continuidad a Ander Barrenetxea o si, en cambio, incluía a Portu en el once, porque la mencionada importancia que el míster concedió al trabajo defensivo de los extremos eliminaba de antemano a Januzaj. Puede decirse que no le salió mal el plan, porque el donostiarra marcó, corrió mucho hacia atrás y, al margen de su diana, significó también uno de los principales focos de peligro txuri-urdin en el comienzo. Arrancó muy bien, aprovechando que, de inicio, la Real trató de enredar principalmente por su banda, la izquierda. Aihen se centraba para ejercer salida de tres con Aritz y Le Normand. Y por el sector zurdo se movían Merino, el propio Barrene e incluso Isak para buscar superioridades. El joven atacante firmó acciones de mérito, sobre todo en un pase en profundidad a Oyarzabal tras robo en la medular. Pero esa chispa le duró poco al partido, condicionado por la actitud de un adversario más precavido de lo que acostumbra.

Y es que si la Real se afanó en neutralizar las fortalezas ofensivas del Levante, el rival hizo algo parecido y esperó a los blanquiazules entre diez y veinte metros más atrás de lo que apretó a todo un Real Madrid el pasado domingo. Sus puntas, Cantero y Roger, contemporizaron mucho a la hora de saltar a los centrales txuri-urdin. Y además, cuando uno lo hacía, el otro tendía a emparejarse con Zubimendi. El resultado del planteamiento visitante fue un partido, a botepronto, más lento de lo esperado, menos frenético, y en el que los de Imanol disfrutaron de elevadas cotas de posesión, aunque con poquita profundidad. Zubimendi se erigió en importante vía ofensiva ganando altura para ofrecerse a sus compañeros, y por ahí encontró el equipo blanquiazul algún que otro acercamiento. El rival, mientras, parecía cómodo con el desarrollo del encuentro, pero se quedaba corto en ataque: tenía poco el balón y apenas encontraba entre líneas a Bardhi y a Campaña, teóricos extremos que protagonizaban movimientos interiores muy bien tapados por los locales. Así que la profundidad de los delanteros suponía su principal esperanza, estéril durante la primera media hora.

Suben las revoluciones Fue a partir de entonces, del minuto 30, cuando el encuentro entró en una nueva dimensión. Dio la sensación de que el Levante comenzó a soltarse con algo más de alegría a la hora de apretar. Coincidió también esta fase con la mencionada gran ocasión de Oyarzabal, solo tras pase de Isak. E incluso le dio al Levante para enmudecer Anoeta en una jugada que inició Campaña pegado a la línea de cal, harto ya de que le taponaran los apoyos interiores. Subieron así las revoluciones de la contienda. Y, dentro de un contexto algo más alocado, llegó esa jugada en la que la Real adelantó su bloque para morder, con los visitantes intentando aprovecharlo con un envío de su portero. Gol de Barrene.

¿Y a partir de entonces qué? Pues poca cosa, algo que debemos situar en el haber de la Real, no en el debe. Oyarzabal dejó de amagar con presionar al central de su costado y esperó un poco más atrás. El bloque txuri-urdin hizo lo propio. Y los ataques del Levante se toparon una y otra vez con piernas blanquiazules que cerraban todos aquellos grifos abiertos. Mención especial para Barrenetxea, Portu y el mismo Oyarzabal, desacertado con el balón pero incansable a la hora de ponerse el mono de trabajo. Incluso mención especial para un Januzaj que salió al final con la lección aprendida, no le quedaba otra. Y mención especial para el súper héroe silencioso, Martín Zubimendi. Pocas cosas de las que hace salen en los resúmenes. Pero ninguna de ellas carece de sentido e importancia. No es casualidad que esta sólida versión del equipo txuri-urdin, accidentes al margen, haya coincidido con su confirmación. Si Sorloth llega a enchufar ese zurdazo convertido en pifia, dentro de los muy buenos minutos finales de Robert Navarro, la tarde habría resultado más completa. Pero tampoco nos vamos a quejar. Los puntos de agosto valen lo mismo que los de mayo.