Las restricciones existentes por la pandemia hicieron que el regreso de la afición a un partido oficial en Anoeta no fuera el soñado. El aforo máximo permitido era del 20% y únicamente se dieron cita 7.652 espectadores. Pocos para lo deseado, pero valientes, muy ruidosos, y muy felices por ser los espectadores del primer triunfo de la temporada de su equipo.

Anoeta volvió a vibrar con la Real en un partido oficial con público un año y medio después. Lo hizo desde mucho antes de que Jaime Latre decretara el inicio de la contienda. Las ovaciones fueron una constante. La misión era clara, a la vez que complicada: que Anoeta vibrara como si estuviera lleno, como si las 40.000 localidades que tiene el campo de Amara estuvieran a rebosar. Y hubo momentos en que se consiguió, como por ejemplo cuando los presentes cantaron a capela el himno de la Real al comienzo de la contienda.

Desde el pitido inicial fueron muy pocos los momentos de silencio. Se notaba que había ganas de animar y la gama de cánticos de la grada Aitor Zabaleta hicieron acto de presencia. No faltó ni uno del amplio repertorio, tampoco la más conocida y la más deseada, el Dale Cavase, que los aficionados entonan cuando hay un gol en Anoeta. Ayer también los asistentes se pudieron poner de espaldas y saltar. Los jugadores sintieron el calor de los aficionados durante los 90 minutos, también el colegiado de la contienda que escuchó otro tipo de música, ésta de viento, en clara muestra de su descontento por alguna decisión.

Los minutos pasaban y los nervios también hicieron acto de presencia. El gol no llegaba. Y eso que hubo ocasiones, como ese cabezazo de Aritz que Dimitrievski mandó al palo. La grada ya estaba a punto de cantarlo. Sí lo hizo, y con mucha fuerza, cuando Oyarzabal anotó el único tanto del partido. Misión cumplida. Lo dicho, pocos para lo deseado, pero valientes, muy ruidosos y tremendamente felices. l