Parece que fue ayer... Sacó la falta Januzaj. Remató Isak. Y la Real puso rumbo a la Europa League desde El Sadar. Tres meses después, esto arranca de nuevo. Y lo hace con novedades importantes, pero solo momentáneas. Mikel Recalde está disfrutando de la baja más feliz que cualquiera pueda cogerse, así que durante este primer tramo de curso le va a tocar a un servidor amenizar por aquí las previas de los partidos. Si gusta el asunto la mitad que los A por ellos, habré hecho un muy buen trabajo. El mismo que, esperemos, complete nuestra Real durante este tiempo. Si no me fallan los cálculos, hablamos de ocho jornadas de Liga y dos partidos continentales, período relevante para construir la base de una buena temporada. Empezando por lo de hoy en el Camp Nou, claro.

En el coliseo culé aguarda el Barcelona. El Barcelona post Messi. Mucho se ha hablado de la salida del argentino. Todo o casi todo, en clave de lo que supone como amenaza para su exequipo. Es lógico, porque se trata del mejor futbolista de la historia. Pero no podemos obviar lo que la marcha del 10 implica también como oportunidad para el propio Barça. El fútbol nos lo está diciendo a gritos. Lo colectivo cada vez pesa más respecto a lo individual. Y las colecciones de cromos no tienen por qué imponerse sobre un campo a equipos bien construidos y ensamblados. Es más: muy a menudo, son estos conjuntos, trabajados de forma adecuada, quienes superan a las constelaciones de estrellas.

Los grandes torneos de selecciones suelen ejercer de fiable termómetro respecto al rumbo adquirido por el juego. Y dejamos atrás, en este sentido, dos eventos muy significativos. Por un lado, un Mundial, el de Rusia 2018, cuyos cuatro semifinalistas fueron europeos. Por otro, una Eurocopa, la de este verano, en la que los cocos del grupo de la muerte, Francia, Portugal y Alemania, se fueron a casa en octavos de final. Antes, las tres selecciones habían sufrido horrores contra la en teoría endeble Hungría. Resumiendo: en el planeta futbolístico manda el viejo continente, y en este los nombres propios cada vez pesan menos, a lo que añado que vienen triunfando las propuestas de presión agresiva, ritmo muy alto y ataques lo más verticales posibles. El fútbol de la Italia campeona, de la entrañable Dinamarca o de la infravalorada España de Luis Enrique. Analizado todo ello, uno contempla el panorama general con cierta perspectiva y no puede evitar comprender y a la vez detectar lo que le ha venido ocurriendo al Barcelona durante estos últimos años.

Comprendo que hayan convertido a Messi en el epicentro de todo, porque sigue siendo el mejor. Pero detecto también que, en su afán por potenciar al argentino, los culés se han visto condenados a jugar muchas veces a ritmos poco competitivos en la élite. Entendiendo por élite, claro, lo que significa la élite para ellos: la Champions a partir de cuartos de final. En el Camp Nou van a echar de menos al rosarino, faltaría más. ¿Cómo no le van a extrañar? Era y es capaz de ganar partidos él solo. Ahora, mientras, el Barça va a tener que centrarse en mayor medida en el juego. Y a la larga quizás termine agradeciéndolo, por mucho que semejante pérdida le penalice en el corto plazo. He visto en acción este verano al equipo de Koeman y hay brotes verdes en su fútbol, que apunta a mucho más coral. No es mal punto de partida.

Desde la atalaya txuri-urdin podemos observar con toda la tranquilidad del mundo cómo les va a los blaugranas, porque hace tiempo que en nuestro club miran más al once contra once que a conseguir una mera suma de talentos. La Real camina con paso firme. Y así lo demuestra, por ejemplo, que la lesión de Carlos Fernández haya sido asumida con toneladas de dolor y ni un ápice de precipitación. Trabajar en una idea, añadiéndole matices y cintura táctica, es lo que ha conducido al éxito reciente a esta entidad, Sanse incluido. Así que seguro que en las oficinas de Zubieta están ocupados en desarrollar ese moderno fútbol eléctrico e intenso que tanto nos ha enganchado, antes que en decidir quién hace de alternativa a Isak en el plantel. Les ocupa el juego y no tanto el álbum de cromos, una actitud recomendable que quizás adopte ahora nuestro rival de esta noche.

Los de Imanol pisan hoy el Camp Nou 26 años después de puntuar allí por última vez. Y lo hacen con opciones de romper tan negativa estadística, por supuesto. Si no lo consiguen, mientras, habrá que entenderlo como gajes de un oficio que, en su versión actual, acostumbra a penalizarles en los arranques de curso. Porque, como esas selecciones dominantes en la Eurocopa, los txuri-urdin forman un equipo dependiente de su ritmo. Y este no se adquiere de la noche a la mañana. Ni siquiera durante una pretemporada completa. Tras el verano de 2019, la Real no adoptó velocidad de crucero hasta la cuarta jornada, ganando al Atlético de Madrid. No le dio tiempo después del confinamiento a alcanzar su versión rock and rollera y vertical previa al parón. Y el pasado curso solo ganó uno de sus cuatro primeros partidos, antes de alcanzar el liderato en pleno otoño. No espero la mejor versión blanquiazul hasta al menos finales de septiembre. Pero debe constar también que esta escuadra siempre ha sabido competir cuando no le ha dado para desarrollar el plan A en su plenitud. Así que tenemos motivos para confiar en que hoy, como acostumbra, volverá a estar cerca del resultado. Aquel disparo de Imaz, aquel rechace en Koeman, aquella extraña vaselina sobre Busquets... ¿Por qué no repetir esta vez? Pescar en Can Barça confirmaría como excepción el 1-6 de marzo y daría por buena la regla que todos conocemos: hay que sudar sangre para ganar a estos tipos.