l equipo se desplazó a Huesca por carretera. Como en los viejos tiempos, con cajitas de naipes y partidas monumentales de pocha. Largas y atrayentes, con todo el equipo (salvo los que conseguían dormir) alrededor de las mesas, atentos a lo que sucedía. Entonces no existían todos esos aparatos de la nueva tecnología que sirven para muchas cosas. Entre ellas, para aislarse del mundo y no relacionarse con los demás. El autobús les llevó hasta El Alcoraz para enfrentarse al Huesca, un equipo tan necesitado de puntos como el realista aunque fuera por diferentes razones. Después de la victoria en Eibar y con la quinta plaza asida a los costales, en otra época el presidente hubiera prometido una prima doble, si conseguían superar a los oscenses y al Elche, próximo visitante de Anoeta. Con la derrota ante los de Pacheta, el plan se hubiera ido al traste.

A día de hoy, eso es una utopía. Aquella costumbre desapareció del mapa del fútbol profesional, en la misma medida que fueron apareciendo los representantes de jugadores que hoy surgen a más velocidad que los champiñones. Los asesores se encargaron de negociar los contratos y, además de las percepciones fijas, surgieron las cláusulas en las dos direcciones. Si juega equis partidos, un plus; si se mantiene la categoría, otro plus; si mete diez goles o más, otro plus; si deja la puerta a cero en tantos partidos, otro plus. Si se gana la liga, la copa, o lo que sea, una montonada de euros. Muchísimo más, infinitamente más, que una de aquellas primas dobles que tanto se agradecían.

Lejos quedan aquellas reuniones, a brazo partido, entre el presidente de turno y la comisión de jugadores. A las primas previstas por ganar en casa, o empatar y ganar fuera, se añadían las especiales. El club, la directiva, elegía tres partidos en los que la victoria se pagaba el doble de lo habitual. En la Real, normalmente correspondían a Real Madrid, Barcelona y Athletic. Los jugadores hacían lo mismo, pero con los equipos que, en principio, eran los más débiles, los que iban a perder la categoría. Vivíamos entonces en Atotxa y, por esas razones que cuesta entender, cada vez que llegaba de visita una de las víctimas propiciatorias, zasca, a cascarla. O se perdía o se empataba para alegría del tesorero y cabreo de la plantilla.

Los equipos menores, los de Tercera o regional (al menos algunos de ellos) mantienen celosamente la tradición. Clubes que valoran cada punto conquistado, por ejemplo, con diez euros. Clubes que premian las victorias, tanto en casa como fuera. Un poco más. Esa es la realidad en la que se mueve el fútbol aficionado, el que mantiene las viejas esencias que en nada se parecen a las que maneja la manida Superliga. Juegan por divertirse, por la relación con los compañeros que además son amigos. Lo que puedan ganar les da para pasear con sus parejas por el malecón compartiendo un paquete de pipas y una cervecita.

Tal y como están hoy las cosas, el Huesca hubiera sido uno de los propuestos por el plantel. Pero aquello se acabó, porque las primas por partidos se difuminaron con el paso de los años, ya que el nivel de los contratos subió una barbaridad y los incentivos dejaron de serlo. Solo quedan con premio las grandes citas. Por ejemplo, un título de Copa, una clasificación europea, una liga€ Así que la de ayer era una prueba más del tránsito del campeonato. Había que superarla, porque los puntos a estas alturas son vitales.

Y nos quedamos con las ganas. No fue el mejor partido del equipo. Como si nos remontáramos a aquellos encuentros ante los débiles, nos atascamos, protagonizamos una actuación con más sombras que luces, rocosa, coriácea que terminó por hundirnos. Además, de modo cruel. Al final, cuando el contrario está lejos de sorprender y un balón lanzado lo desviamos al fondo de la propia meta. Autogol. Probablemente, no debió subir al marcador, ya que antes de que la prolongue Aritz hay un delantero en fuera de juego, en la línea de visión del portero. Claro que, pretender a estas alturas entender las decisiones del VAR, por omisión en este caso, resulta misión imposible.

Luego, llegan las prisas, la aceleración, la ansiedad por marcar el gol que no llegó. Las entradas de Silva y Barrenetxea movieron un poco el agua. De la calma chicha pasamos a las olitas, pero hacía falta bastante más resaca. El equipo no necesitaba una prima doble, porque va incluida en la plaza europea, que sigue siendo un incentivo al alcance de la mano. Habrá que pelearlo. No va a resultar sencilla la conquista, porque los partidos se aprietan, los rivales se cierran, todos están necesitados. Nos esperan cuatro finales en las que no será bueno equivocarse.