soy muy fan de las celebraciones deportivas. De los desbocados abrazos de gol. Tanto en imágenes de televisión como en fotografías que inmortalizan esa euforia incontrolable y que expresa como ninguna la famosa de Zamora, Gorriz y Diego nada más marcar el primero en Gijón. Todavía sigue presidiendo la estantería de mi habitación en casa de mis aitas. En el fútbol, como es normal, hay muchas clases de instantáneas. Nunca olvidaré las risas que podíamos echarnos en mi anterior trabajo, cuando uno de los jefazos se cansó de ver a Cañizares en todas las escenas de los internacionales en el Mundial de Japón y Corea, en el que estaba llamado a ser titular hasta que le cayó un bote de colonia en un pie (o eso contó), y ordenó que le borraran con Photoshop de todas las imágenes que publicábamos. Imagínense las carcajadas cuando nos poníamos en el lugar del ahora incansable comentarista y lo atónito que se tenía que quedar al comprobar el montaje ya sin su presencia. Cada vez que escucho su interminable verborrea narrando los partidos de la Real me acuerdo de esa anécdota. Luego están los que denomino jugadores fotogénicos. Los que siempre salen en el festejo de las dianas y de los éxitos. No estoy hablando de afán de protagonismo, solo de corazones apasionados que lo viven y lo sienten como nadie y a los que el gol les hace levitar. O entrar en trance, como contaba Aldeondo. Un ejemplo, Mikel Aranburu. Siempre el primero en abrazar al realizador. Lo cual tiene mérito, porque no siempre es fácil. Y, claro está, no me olvido de los defensas. Los que se quejan de que siempre salen en la fotografía cuando les convierten sin que muchas veces sea responsabilidad suya. En fin, siempre habrá momentos y puestos más agradecidos que otros para ser inmortalizados.

Repasando el resumen de la victoria en Eibar, me impactaron dos cosas. Nada más terminar el partido, además de los abatidos azulgranas que ya se estaban haciendo a la idea de lo peor, hubo varios realistas que se dejaron caer en el suelo porque ya no aguantaban más. Uno de ellos era Ander Guevara quien, a pesar de tener vacío el depósito de gasolina, todavía había apoyado en defensa y en la salida de la pelota en la última jugada. El gasteiztarra se desplomó boca abajo e incluso se pasó bastantes segundos sin levantar el rostro de la hierba. No podía con su alma. Lo dio absolutamente todo, como a lo largo de la temporada excepcional que está completando. Toco madera por si acaso, es de los pocos que no ha sufrido ningún contratiempo físico serio pese a la exigencia límite de lo que llevamos de curso. Casi siempre disponible. Para lo que haga falta. Tanto para sacar el balón como último hombre incrustado en la defensa al filo de la navaja, como para hacer coberturas en defensa apoyado por su inteligente colocación o para conducir, repartir y hacer una bicicleta en los aledaños del área rival. La segunda cuestión que me impresionó fue una estupenda fotografía de mi amigo Ruben Plaza, en la que se le ve tan tranquilo con la pelota rodeado de varios futbolistas armeros. Al más puro estilo Iniesta en aquella final de la Eurocopa contra Italia, tras la que declaró Cassano que "cuando comenzó el partido y empezaron a pasarse el balón durante más de dos minutos sin que la tocáramos, entendí que no teníamos nada que hacer". Al margen del extraño accidente nada más arrancar el duelo en Ipurua, algo parecido se puede sentir cuando esta Real y Guevara engrasan su mecanismo y empiezan a jugar. Sin florituras ni fuego de artificio, simplemente fútbol.

El pasado mes de enero, mi compañero en Noticias de Álava Ramón Urbina escribió un precioso artículo sobre el padre de Guevara. Charli, como conocen sus amigos a este urólogo en el hospital San José de Gasteiz, llegó a disputar seis partidos en la temporada 1981-82 con el Alavés, donde coincidió con Luis Mari López Rekarte antes de que recalara en Atotxa: "Era un líder, de esos que siempre te pides en primer lugar para tu equipo", explicaban sus excompañeros. Preguntado por su hijo, comentaba orgulloso que "es mejor que yo, con más visión, más técnica€ Mucho más completo. Yo corría más, saltaba más y defendía mejor". Con todos mis respetos, hasta pongo en duda esta última circunstancia. Ander es uno de esos actores secundarios que valen para cualquier descosido, porque hacen todo bien. No será un 9 en ningún apartado, pero es un siete en la mayoría de ellos. No suspende casi nunca. Uno de esos futbolistas que se ha hecho a sí mismo y que ha superado los obstáculos que se ha ido encontrando a su paso. Sin alardes, titulares ni euforias, solo a base de trabajo. "Tiene cabeza y es muy fuerte mentalmente. Ha sido capitán hasta llegar arriba", añade el doctor. Y lo será en Anoeta, al tiempo.

Recuerdo que un asiduo a los partidos del Sanse me recomendó hace mucho, "el chaval este de Vitoria juega muy bien. Siempre fácil y es listo. Yo creo que va a llegar". A Urbina también le dijeron algo parecido: "Ven un día a Ibaia que quiero que veas a un chaval". Y cuando se acercó, le explicaron: "Mírale cómo pisa el balón, cómo se mueve. La cabeza siempre alta, controlándolo todo. Cómo habla con el árbitro y coloca al equipo. Es el hijo de Charli". El mismo que cuando renovó, le comentó a su hijo: "¿Te imaginas si llegas al primer equipo?". Y Ander le contestó: "Firmaría estar toda la vida". No hay más preguntas, señoría. A sus órdenes, comandante. ¡A por ellos!