uchos sostienen que, sin confinamiento de por medio, la Real no habría sufrido tanto para certificar el billete europeo de la pasada temporada. Y lo argumentan sosteniendo que el equipo llegó enrachado a aquella semana en la que todo se detuvo. Yo le añadiría matices al asunto. Porque sí pienso que la clasificación continental habría resultado más holgada, pero gracias al hecho de afrontar un calendario final menos comprimdo y exigente. Y porque los últimos resultados previos al parón obligado no habían sido nada malos, pero dentro ya de registros diferentes a los que tanto nos habían enamorado previamente. A los de Imanol les estaba costando brillar, correr y dotar de electricidad a su fútbol, circunstancia ante la que habían conseguido añadir una nueva capa a su piel. En Anduva jugaron como jugaron: sin correr riesgos, en largo, para repetir una semana después en Ipurua, ya en vísperas del estado de alarma.

Durante las horas previas al derbi de anoche, aquel partido se repitió en mi cabeza. Repasé crónicas, artículos… Y pensé en Imanol. ¿Qué haría esta vez? Le faltaba Merino, destinatario de los envíos largos con los que la Real burló la presión armera. Le faltaba, por supuesto, Willian José, quien ejerció de enganche cayendo a la medular y facilitando las diagonales a su espalda de Januzaj y Oyarzabal. Y le faltaba el todoterreno Carlos Fernández, capaz de ejercer los dos roles citados: faro del balón aéreo de Remiro y enganche con potencial lanzador. Si el míster quería evitar exponerse en la salida, algo nuevo tenía que hacer. Rebuscó en el baúl de los recuerdos y dio con la solución Bernabéu, la que empleó para aquel recordadísimo 3-4 que situó a la Real en semifinales de Copa hace un año. Se trataba de iniciar el juego en corto. De atraer rivales. Y de provocar que uno de los tres centrocampistas del Eibar saltara a la presión alta, igual que saltaban los merengues para que Merino recibiera solo las picaditas de nuestro portero en Chamartín.

El que apretó anoche en primera línea fue Recio, dando vía libre para que, desde ese punto de partida, los txuri-urdin buscaran con pases elevados la espalda de Atienza y de Diop. Oyarzabal, Portu, Isak cayendo desde la punta, Guevara en alguna ocasión… Poco a poco, las conexiones interiores del cuadro blanquiazul fueron a más, lo que suponía siempre un pistoletazo de salida para agresivas sacudidas de electricidad. Porque cuando la Real enganchaba por dentro, el balón al espacio y la galopada peligrosa estaban garantizados. Isak la tuvo en la jugada que propició el córner del 0-1, un gol que, unido al paso de los minutos, abrió el partido para generar un panorama más halagüeño en clave txuri-urdin. Y eso que los de Imanol apenas habían sufrido antes. Porque el empuje inicial del Eibar les generó incomodidad, cierto. Pero dio la sensación de que asumieron dicha incomodidad con mucha calma: eran gajes del oficio y se trataba solo de aguantar. El partido iría cambiando a nada que el reloj avanzara.

Puede decirse que el plan salió a la perfección antes del descanso. Y que después el partido entró ya en una fase de mayor descontrol, dentro de la que el cero en la portería de la Real no respondió ya a una situación manejada con aplomo. Durante el intermedio, Mendilibar cambió la forma de proceder de los suyos en ataque. Renunció a que sus parejas lateral-extremo buscaran ellos solos situaciones de centro. Sacó de sitio a Gorosabel y Monreal mediante Gil y Recio. Y buscó balones largos a la espalda de los carrileros txuri-urdin, una alternativa que le dio resultado. El Eibar mejoró con esas diagonales al espacio de Expósito y Diop. Metió atrás a la Real. Y, asumiendo que los visitantes habían perdonado antes el 0-2, pasó a hacer méritos suficientes para lograr el empate. Gestionaron mal el balón los de Imanol durante los diez minutos finales, porque mantuvieron entonces el chip de la verticalidad con el que saltaron al campo desde el minuto uno. Fue ese chip el que les puso en ventaja. Fue ese chip el que, en cierto modo, les dio la victoria. Pero, como siempre dice el míster, los partidos tienen sus momentos. Y ayer los hubo al final para alargar las posesiones, antes que para hacer sangre. Las lecciones, en cualquier caso, se asimilan mejor con tres puntos en la buchaca. Una pena que la víctima de los mismos fuera quien fue. Gero arte Eibar. Ojalá nos veamos pronto.