s un decir, porque en lo que llevamos de mes no ha caído una gota. Ya no se sostienen ni los refranes. ¡Marzo ventoso y abril lluvioso traen a mayo florido y hermoso! No recuerdo si en el tercer mes del año sopló mucho el viento pero, en el que vivimos, ni un triste sirimiri. Así que ignoro cómo saldrá el que llaman de las flores. De lo que sí estamos seguros es de un chaparrón monumental que pilló a la mayoría sin katiuskas ni gabardina. Duró un par de días, aunque quedan suficientes jirones como para no perderlo de vista.

Me refiero al intento de creación de una Superliga de fútbol, anunciada a bombo y platillo, en la que importantes equipos del continente se apuntaban al nuevo proyecto. Más pasta para la caja. A lo visto, muy poco consistente y con una duración parecida a los regímenes de adelgazamiento. ¿Quién de vosotros, amadísimos lectores, no se compromete todos los 7 de enero, después de las manducadas navideñas, a iniciar una dieta de verduritas? ¿Y quién de vosotros no llega al 10, porque es insufrible tanto ayuno? Pues, eso. Las entidades se han ido dando de baja a velocidad de vértigo y les han dejado a algunos con los culeros al aire. Cuando entran en juego la FIFA, La UEFA, alrededores y adláteres, poco o nada queda por hacer, salvo claudicar. Es tanta la fortaleza que no hay cañonazo que les desestabilice. A día de hoy, orejas gachas y cierto cachondeo en algunos sectores tras la trifulca. Sin embargo, veréis cómo vuelven a la carga y sacan de la chistera una obra de arte para cautivar a los que a esta hora se han posicionado de frente. ¡Queremos seguir soñando!, se leía en las camisetas de los protagonistas que posaron juntos antes de dar puntapiés con el borceguí.

Se montó una especie de coro parroquial plagado de solistas porque, como suele ser habitual, todo el mundo opina y quiere demostrar que está puesto en la materia. He decidido ahorrarme los comentarios al respecto. Algunas manifestaciones públicas han sido de un sofoco impresionante, tanto que el ridículo se ha quedado corto. No me refiero, por supuesto, a nuestro entrenador. Imanol defendió lo que cree, aquello que da sentido a su vida profesional. Puso la pasión por bandera. Si ésta falta, todo queda diluido. Parecido piensan muchos aficionados porque, si al plato le quitas la sal o le añades más agua, pierde sabor y consistencia.

Un día, no recuerdo quién, comentaba que el mejor informador es aquel capaz de ofrecer diez razones favorables a una tesis, lo mismo que otras diez a la contraria. En este caso de la Superliga es seguro que existen muchas cosas positivas, lo mismo que otras que no lo son tanto. El gran problema, como muchas otras veces, radica en la explicación. Si no detallas los síes y los noes, generas dudas y disminuyes su valor. Este proyecto, desde esa perspectiva, estaba condenado al fracaso antes de ponerse en marcha. No han sido capaces de mantenerlo dos días en la vía pública. Pongamos, para no ir más lejos, el partido de anoche como ejemplo. ¿A quién, que no sea seguidor de los dos equipos, puede interesar en el resto del mundo un Real Sociedad-Celta? No es fácil la respuesta, aunque en la comparativa con un hipotético Liverpool-Bayern Munich no habría color. Es obvio que este último cuenta con mayores atractivos. La clave está en saberlo gestionar sin pasar por encima de los sentimientos de los seguidores y demás agentes del fútbol. Es obvio que nunca llueve a gusto de todos, aunque estemos en abril. Tampoco en Zubieta, en donde la enfermería está atiborrada de clientes. Demasiadas ausencias para cosa buena en una época del año en que todo es más decisivo que nunca. El dique seco (sigue sin llover) acumula futbolistas de nivel. Con respeto a las capacidades de cada cual, lo cierto es que jugadores decisivos y de primer nivel no están a disposición del técnico. El oriotarra convocó a los mismos que ante el Sevilla, pero decidió otra alineación. Enfrente, los gallegos que viven en una zona de confort, sin mayores sobresaltos, y que cuentan con futbolistas decisivos y comprometidos con la causa del conjunto olivico.

La Real contó con una ventaja de salida. Conocía los resultados de sus directos rivales, Betis y Villarreal. Los tropiezos conllevaban, pura matemática, una quinta plaza en solitario, siempre y cuando superaran al conjunto de Coudet. Misión, ni fácil, ni imposible. Todo, siempre y cuando no aparezcan las brujas con su varita. El primer tiempo de ayer fue un despropósito arbitral. Un penalti a Isak lo convierte en falta del delantero donostiarra. Una acción de Elustondo la menearon bastante por si podía salir una roja de la chistera. Cuando Isak dispara desde los once metros y le para el balón, el portero no pisa la línea de meta con ningún pie. El penalti favorable por agarrón a Le Normand lo pita como pudo no hacerlo, porque de esas jugadas hay mil en cada partido.

Una especie de locura que se saldó con una ventaja mínima antes de pasar por vestuarios. Ni tan mal, después de todo lo que estaba pasando. El primer gol realista, por cierto, fue un ejercicio de entendimiento entre Carlos Fernández y el desmarque de ruptura de Cristian. Acción brillante de ambos. Como quiera que el poste evitó el tercero, al poco de iniciarse el segundo tiempo daba la sensación de que estábamos en una piñata celebrando el cumpleaños de Mikel Oyarzabal. ¡Zorionak con retraso, moñoño!

Sin embargo, poco a poco la Real fue calmando las cosas, dejando las correrías aparte. Defendió más y mejor sabiendo que los tres puntos eran muy valiosos porque le situaban en un lugar idílico de la clasificación. Victoria sufrida, como lo serán las que lleguen desde aquí hasta el final. El equipo alcanza 50 puntos, aunque la operación le suponga más bajas para el partido del próximo lunes en Ipurúa. Ignoro, a la hora de escribir estas líneas, si los cambios responden a situaciones previstas o a lesiones (caso de Carlos Fernández, por ejemplo). La acumulación de tarjetas de Elustondo y alguna cosita más obligarán al míster a devanarse los sesos. Los realistas visitan a un Eibar derrotado en Granada, al que la situación en la tabla le agobia y le atenaza.

Mientras tanto, seguimos esperando que llueva, porque a este paso no van crecer los guisantes y se nos van a estropear las plantas de los tomates y las vainas. ¡Por comentar!