El ser humano es vulnerable. Y convive a diario en mayor o menor medida con la nostalgia. Cuando llega un evento importante en nuestras vidas, nos resulta inevitable recordar a los que ya no están. A lo largo de nuestra existencia hay accidentes muy desgraciados que te impresionan mucho por el motivo que sea. Normalmente porque nos atormenta el “te podía haber pasado a ti”. Después de 33 temporadas de espera, toda una exageración que confiemos no se vuelva a repetir en un club de la solera de la Real, y de doce meses a la expectativa de que se confirmara y llegara la fecha del día D, en vísperas de la gran final, me es imposible no acordarme de aquel aficionado que perdió la vida con solo 36 años en el desafortunado accidente de moto sucedido en la Avenida de la Libertad esquina Oquendo. Justo delante de donde estaba Friki, la tienda de mi familia. Cuántas veces habré pasado por ahí, en moto o andando… El caso es que en una de las farolas del paso de cebra alguien colocó una foto del fallecido y una bufanda txuri-urdin para recordarle. Un improvisado panteón que, como me ha sucedido desde txiki con todo lo blanquiazul, actúa casi como un imán para mí. Cuando he cruzado esa calle me he quedado siempre mirando y he permanecido unos segundos en el sitio, quizá en señal de duelo, a pesar de no saber ni quién era. Quiero y me gusta pensar que, como sucedió el 11 de febrero, con su bufanda partió la marea txuri-urdin que ha inundado y engalanado las calles guipuzcoanas. Va por él y por los que ya no están con nosotros, sin olvidarme de mis dos tíos, apasionados hinchas de la Real, y del eterno Aitor Zabaleta, la estrella que siempre guiará nuestro camino en el cielo. Confiemos en que, el domingo, alguien pueda escribir en nuestros cementerios la mítica frase napolitana: “No sabéis lo que os habéis perdido”.

Uno de los vídeos más entrañables de Maradona cuando era niño es en el que afirma que su sueño es “salir campeón del Mundo con Argentina”. Cuestión de prioridades. El nuestro siempre ha sido otro, aunque no por eso desdeñemos la otra gran gesta y lo que supone para un futbolista. Algo que se explica por su lógico deseo de no perderse las convocatorias de sus respectivas selecciones. Xabi Prieto ha modificado un poco la inmortal y didáctica sentencia que lanzó en su retirada: “Mi sueño no era ser futbolista, era jugar en la Real”. En la conversación que mantuvimos esta semana añadió una nueva arista: “Mi gran sueño era ganar un título con la Real”. Y no me parece nada mal la secuencia que establece el excapitán realista, ya que resume a la perfección las etapas que le gustaría haber vivido a la gran mayoría de su parroquia. Primero disfrutar con su ídolos en la grada, después recalar en Zubieta, subir paso a paso, alcanzar el primer equipo, consagrarse hasta llegar a ser capitán, triunfar y levantar un título. Vuelvan a leerlo si les apetece, música para mis oídos. Como la que decía sentir Luis Aragonés en los rondos de la selección: tac-tac-tac… Creo que he aguantado bastante tranquilo las horas previas, sin notar demasiados nervios. Eso sí, llevo varias noches soñando con la final. Sin ninguna pesadilla, por cierto, pero maldigo a Imanol porque no ha sido capaz de sacarme al campo ni un solo minuto. Ni se lo ha planteado. Sigo calentando en la banda haciendo gestos disimulados para que no se olvide de mí...

En la ronda de entrevistas que concedió a los medios, Jokin Aperribay solo puso una condición para las fotografías: no posar con la Copa de 1987. La petición era lógica, sobre todo si se tiene en cuenta que todos los títulos descansaban en la sala de reuniones a la espera de que se reabra el museo. Y aunque pueda parecer un comentario de supersticioso perturbado, no me parece mal. Antes de una gran cita hay que cuidar todos los detalles. Que se lo pregunten a Pesic, entrenador del Barça de la sección de baloncesto, que se abrazó a la de la liga cuando posó con su homónimo Ivanovic del Baskonia en las horas previas a una final que, como cabía esperar, se llevó el equipo vitoriano contra todo pronóstico. La Copa no se toca. Que se lo pregunten al oráculo Kirikocho, el gurú de los cazagafes, Bilardo, que no posó ni tocó la Copa del Mundo de 1986 hasta 2005: “¿Es la oficial?”, preguntó a un buen amigo mío que trabaja en la FIFA, “voy” se ofreció entusiasmado antes de fotografiarse feliz con ella.

Durante todo este mes de vorágine informativa con la Real, casi todos los exjugadores y distintas personas de la Real han centrado el foco en David Silva como elemento diferencial. Algo parecido al famoso capítulo del Príncipe de Bel Air, en el que el entrenador de baloncesto aleccionaba a sus jugadores con el tronchante “balones a Will”. Lo único que le podemos pedir al mago de Arguineguín es que la vuelva a tocar. Como le pide el técnico del Celta, Coudet, a Denis Suárez: “agarra la manija y haznos jugar”. Ni más ni menos.

Y acabo. Una vez leí que la soledad era el lugar más seguro. Y es todo lo contrario. Es imposible que la Real no se sienta huérfana de cariño y empatía por parte de su afición. Tan fiel y compasiva en el éxito y en la decepción como ninguna. Ella se merecía un partido así y, por supuesto, acabar celebrando un triunfo que nos permitirá desempolvar esa añeja y meritoria sensación de grandeza que destila nuestro querido club. Prieto me comentó al despedirse, “no seas duro con ellos si se pierde, eh”… Algo que me ha solido enfatizar siempre con cariño. A vosotros, los jugadores, que sepáis que pase lo que pase ya sois eternos y habéis entrado en nuestros corazones. Llegar a toda una final, con la cantidad de obstáculos que se presentan en el camino (a la generación de Prieto se lo impidió el que va a estar sentado en el VAR), conlleva elevar al Olimpo de los Dioses al que triunfa, pero también sufrir con ellos en los momentos malos o en la desgracia, y llorar unidos en la derrota. Todo siempre juntos. Ahora bien, es en la madre de todas las batallas donde se confirman los futbolistas de verdad.

Los que están hechos de la pasta de Silva, con los que te irías a conquistar el mundo, o los que se les quedará una espina clavada a la espera de una nueva oportunidad. Y desde la anterior han pasado 33 años. Por comentar. Ha llegado la hora de rubricar todo lo bueno que habéis hecho en los últimos dos años con ese nivel que nos enamoró incluso cuando no lograbais buenos resultados. Estábamos convencidos de que llegaríais a buen puerto. Y así lo habéis demostrado, ya atisbáis el paraíso soñado. Sois unos privilegiados. Los elegidos. Las finales no se juegan, se ganan. Y si no recuerdo mal, el enemigo, eterno rival, se encuentra a diez puntos en Liga. Ahora no podéis fallar. Sin el aliento de vuestra gente, pero con su fe ciega en que le traeréis la Copa. Pensad siempre en positivo. Confiad. Respirad. Sentid. Competid. Resistid. Luchad. Jugad. Podéis. Está en vuestra mano. En una palabra, creed. Con coraje, casta y orgullo. Vuela alto gran Real. Gana por ti, por mí, por nosotros y por los que ya no están. Pero gana. ¡A por ellos!