stoy muy contento. Lo escribo en francés para darle al asunto un poco más de ringorrango. Si hoy no se seca el Támesis, ni se cae la cúpula vaticana, ni los leones de la Cibeles se convierten en tigres, mañana podremos salir del perímetro. Desde el este al oeste y viceversa. ¡Qué maravilla! Será posible desplazarse a Zumaia para ver cómo desemboca el Urola. O al Santuario de Loyola, a ponerle unas velas a San Ignacio. O a escuchar gregoriano en el santuario de Arantzazu, en misa de doce, para luego tomarte un caldo con sabor a gloria bendita y comprobar que sigue habiendo personas creyentes que purifican el nuevo coche comprado. La presencia de un franciscano, hisopo en mano, lanzando gotas de agua sobre la brillante carrocería no encuentra parangón. Y si de paso te traes unas rosquillas o un buen queso, ni tan mal. Solo nos falta que la gente que está malita se ponga buena y que la feligresía acceda a los recintos deportivos, pero da la sensación de que para que esto suceda la torre de Pisa debe ponerse tiesa, erecta.

Durante tanto tiempo echamos demasiadas cosas en falta. Cuando disponemos de ellas, no las valoramos. Lo mismo sucede con las personas amigas y conocidas. Hace demasiado que no nos vemos, ni quedamos, ni nada. Casi hemos olvidado su cara y el tono de la voz. Podré ir a la tienda de tallas grandes para adquirir un pantalón amplio que tape el muslamen y una camisa con chaqueta que disimule el michelín, reforzado en la pandemia. Visitaré la librería en la que compro los títulos que deseo y los que regalo. Para qué negarlo. Buscaré una mesa con silla en la que compartir un vinito, o dos, con un pintxo especial de la casa. O dos. Y si los sidreros pueden abrir sus establecimientos, no faltará una tortilla de bacalao, con bien de cebolla, y unos vasos de sidra, con queso, nueces y dulce de membrillo para remate.

Hablaremos entonces de fútbol, pero no de la final de Copa que nos atañe. Lo prometo con toda mi alma. Qué cansino es escuchar todos los días un más de lo mismo. Hace un año decidieron aplazarla sine die hasta que los aficionados pudieran acudir para apoyar a sus equipos. Se aferraron a argumentos terribles para que el partido no se jugara entonces sin público. Se les ha debido de olvidar, porque no va a cambiar nada en un año y los finalistas competirán sin sentir el aliento de los suyos en un partido muerto antes de empezar. ¿Os imagináis que se disputen dos finales de Champions League en dos semanas? Pues eso. ¡Caca, culo, pis!

Estaría mucho más contento si pudiera seguir el cauce del Bidasoa y llegar cuando menos a Lesaka y Bera de Bidasoa, y subir por esos caminos para comprobar in situ los estragos del fuego en jornadas de sequía y viento sur. O llegar por el Baztán hasta Elizondo para disfrutar de las casas de piedra roja y de los balcones imponentes de rojos geranios que componen balaustradas espectaculares. Impagable la calma que transmite el paisaje infinito que aprecias. La eterna poesía de las cosas sencillas. Lo es un partido de fútbol, aunque ni se cuenten las silabas, ni se rimen los pases bien hechos.

La derrota del Villarreal en el campo del Valencia, y la del Sevilla en Elche, otorgaban un plus de trascendencia al partido frente al Levante. De repente, una oportunidad no pequeña de consolidarse en una posición de envidia para otros muchos equipos y de ocasión para progresar desde la misma. Se intuía que al conjunto de Paco López, un buen entrenador, le podían pesar el desánimo por la eliminación en el torneo del KO y el esfuerzo realizado para evitarlo, prórroga añadida. Se trataba de aprovechar el momento, con buen juego, mucha convicción, ritmo acelerado y acierto en el remate. Justo esto último, siempre vital, faltó en grado sumo. Increíble lo mal que apuntaba la carabina.

No recuerdo un primer tiempo con tantas ocasiones y tanto fallo. Entre el poste, el penalti, el uno contra uno, las segundas jugadas y las estrategias concebidas se desplegó el abanico de lo increíble. Al gol de Mikel Merino, antes y después, le debieron acompañar unos cuantos más. Incluso el suyo del segundo tiempo, cuando se lo anularon por el fuera de juego posicional de Isak. No es exageración, pero el partido debió concluir con goleada y a quien lleva el marcador abonarle un plus por exceso de trabajo. Nada de eso sucedió, pero, felizmente, no sucedió lo mismo que contra el Betis y ese solitario tanto terminó por sentenciar la contienda y dejar tres puntos en el casillero. Oso pozik nago.

Mientras la enfermería pierde inquilinos ¡tocad madera!, el equipo sigue su camino sin sobresaltos. Confianza y acierto como compañeros inseparables de viaje. Posición de privilegio en la tabla y alegría en el respetable que en una gran mayoría debe estar très content con lo que hace su equipo del alma, aunque a veces como ayer termine sufriendo.