a Europa League ya es historia para la Real esta temporada. Le ha durado ocho partidos. Y le ha servido para obtener una fotografía exacta, fidedigna a más no poder, que ilustra con exactitud cuál es su lugar ahora mismo en el panorama futbolístico continental. Resultaría demasiado sencillo maldecir hoy la suerte que corrieron los txuri-urdin en sus dos citas con los bombos, la de la liguilla y la de los dieciseisavos de final. Primero, se vieron abocados a pelear con todo un Nápoles, con el buen AZ Alkmaar y con un Rijeka que apuntaba a hacer algún estropicio. Después, quedaron emparejados con el mejor Manchester United de los últimos años, caído desde un potente grupo de la Champions. Pero yo insisto. Digerida la pena, es mejor así. Nunca está de más saber en qué punto del camino te encuentras. Y, puestos a pedir diagnósticos, los más fiables vienen emitidos por los mejores médicos. Esos a cuyas consultas hemos acudido durante estos últimos meses.

El sabor de boca final no es bueno, porque el último examen ha apuntado a una distancia importante entre nuestra Real y el grupo de los elegidos europeos. Sin embargo, tampoco está de más analizar la andadura del equipo desde una perspectiva global, mirando igualmente a lo sucedido durante la fase de grupos. En ella, del mismo modo en que el fútbol txuri-urdin se ha observado aún bisoño contra todo un United, quedó de manifiesto que la propuesta de Imanol y los suyos resulta muy competitiva dentro de un segundo escalón continental. Hablamos de noticias positivas que implican avance y progresión. Porque el Nápoles de 2020 podría ser tranquilamente el Zenit de 2017. Los rusos fueron inaccesibles para la Real de Eusebio. Y tres años después, solo la falta de acierto impedía este diciembre que los italianos terminaran segundos de grupo, con los nuestros como líderes. No es poca cosa.

Al fin y al cabo, hablamos de una competición que hace nada dejó al aire todas las carencias de la propia Real, como equipo y como proyecto. Ya helados de frío, los txuri-urdin se frotaban las manos en Salzburgo al calor de las últimas llamas emanadas por una propuesta caduca y poco competitiva en el panorama continental. Mientras, el parte que los nuestros llevaban bajo el brazo anoche cuando salieron de Old Trafford apuntaba a déficits muy distintos. Porque esta vez el doctor no les ha reñido ni les ha ordenado cambiar sus hábitos de vida. Simplemente les ha dicho que están bien, que solo les salen algunos valores con asterisco y que lo que sí que no pueden hacer es compararse con el vecino de arriba, ese que luce cuerpo escultural y sale a correr todas las mañanas.

Se trata ahora de seguir trabajando como siempre, sin caer en la tentación de abandonarnos, y siendo conscientes además de que, en lo que resta de temporada, van a ponerse en juego los dos objetivos más importantes del curso. De la final de Copa poco original puede decirse a estas alturas: es la final de Copa. Sobre la Liga, mientras, no está de sobra destacar la relevancia de sellar un nuevo billete europeo. Lograrlo implicaría asegurarnos para el año que viene una nueva revisión en el ambulatorio, se supone que para eliminar asteriscos de la analítica. Y significaría igualmente salvar los dos ejercicios de la pandemia obteniendo los ingresos extraordinarios que aportan las competiciones continentales. Los clubes sufren, y mucho, los efectos del coronavirus en sus cuentas. Se ven obligados a reducir sus presupuestos. Pero aquí será bastante diferente si enlazamos dos clasificaciones europeas. Uno de los objetivos de Aperribay consiste en convertir a la Real en un equipo que acceda a los torneos UEFA "de forma recurrente". Pues bien, se presenta una buena oportunidad para conseguirlo. Porque no es solo entrar otra vez. Es entrar ahora. Es la brecha a nivel económico y estructural que empiezas a generar. Algo ya se nota en la clasificación de Primera.