ue el Alavés llegaba a Anoeta dispuesto a chapotear en el charco era algo indudable. Cuando a un equipo le pegan un palo de no te menees, salvo que sea muy fuerte, le ronda el resultado en la cabeza más tiempo del recomendado y en las siguientes citas paga una factura excesiva por culpa de un desencuentro. Quien más quien menos se había hecho ilusiones con la eliminatoria europea, incluso hubo quienes se aventuraron a decir que el equipo iba a ganar los dos encuentros. Después del 4-0, cuando se desmontaron pronósticos y utopías, tocaba vivir la realidad pura y dura. Es decir, ponerse pilas, ofrecer la mejor cara y dejar los puntos en casa. Y si, de paso, vaciaban el agua del charco, de poco servían las katiuskas babazorras. Lo consiguieron de manera ejemplar, aguantando primero y sentenciando después para firmar el mismo resultado del jueves, pero al revés. Respuesta inmediata al sopapo recibido.

Somos como somos. Compartimos éxitos y decepciones con una habilidad extraordinaria. Somos como el péndulo del reloj. Relativizamos poco. El viernes después de Turín tomé café en el sitio de siempre. Acabé con la cabeza como si escuchara un agotador concierto de bombardino. Cada persona conocida se paraba en la mesa (no podemos estar de pie) y daba su opinión. Así una tras otra. Ni pude untar a gusto el croissant en el café con leche, ni sorbí la taza como prefiero, es decir calentito. Trataba de entender cómo es posible que nos preocupemos tanto por un equipo de fútbol y no seamos capaces de valorar la histórica llegada a Marte de una nave que descubrirá un montón de cosas, incluso si existen los marcianos. Realmente, no es algo que nos incumba solo en este territorio, porque la barrila que han empezado a darnos con los posibles destinos de Mbappé y Haaland lleva visos de convertirse en otro virus para el que no existe vacuna. ¡Qué tostón nos dan!

Que el entrenador reconociera en público que recibió un montón de llamadas de apoyo, como si se le hubiera muerto algún familiar, confirma la generosidad del respetable y la preocupación con la que convive cada vez que el equipo sale a competir. Ayer me desperté pronto. Volví a ver el segundo tiempo del partido del Bidasoa y cerré pronto las ventanas que dejo abiertas para que corra el aire. Olía tanto a quemado, a chamusquina, por culpa del macroincendio del entorno, que no había quien aguantara el tufazo. Esperaba que no fuera una premonición de lo que podía suceder por la tarde. No lo fue, felizmente, porque, además del esfuerzo por superar al contrario, el equipo salpimentó con fortuna el tramo final del primer tiempo y el inicio del segundo.

El Alavés trabajó mucho para cerrar los caminos hacia la meta de Pacheco. Juntó sus líneas y trató de robar balones para llevarlos a la portería contraria lo más deprisa posible. Asustó en un remate de Deyverson en el segundo palo y cuando esperaba llegar al descanso con las tablas y el trabajo bien hecho, se abrieron las puertas del condado y un pase espléndido de Mikel Merino lo aprovechó Isak para iniciar el camino de su particular hat-trick y que le permite llevarse a casa un balón firmado por sus compañeros y que se verá en los telediarios suecos. Es tremenda la capacidad con la que lee las jugadas y cómo las resuelve. El gol que llaman psicológico no llegó solo, porque al poco de reanudarse el juego, otro pase de monumento, esta vez de Mikel Oyarzabal, le valió al escandinavo para lograr el segundo. Es decir que en un periquete la diferencia era de dos goles que sentaban de muy diferente modo en los dos lados de la cancha.

No mucho más tarde, sonaron la isa y la folia. Acordes canarios de gloria bendita. El borceguí arguineguinse de Silva coló un balón para el tercero de Isak y robó otro para jugarlo a Portu, que necesitaba un remate con sabor a gol. Es decir que entre los cinco firmaron un repóquer de efectividad, sin que ello signifique restar méritos al resto de la ciudadanía txuri-urdin. Por cierto, en los dos últimos chicharros, sendas acciones previas de Guevara abren el juego como el pavo real sus plumas. En medio de ese tsunami de comportamiento arrollador y vertical, Imanol pensó lo mismo que hace un par de semanas contra el Betis. Con un colchón más amplio retiró del terreno a los amonestados y a los protagonistas de las principales acciones para no correr riesgos. Entonces, los andaluces aprovecharon la decisión y conquistaron un punto. Ayer pintaba diferente. Dentro de una semana hay partido en Valdebebas, aunque antes debamos visitar Manchester para cerrar la eliminatoria.

Quizás llega el momento de desgastar lo menos posible a quienes son decisivos, y, en cambio, disponer un equipo competitivo que dé la cara y se deje la piel, más allá del resultado del partido. Pase lo que pase, nadie se va a llevar las manos a la cabeza. Ni siquiera los que usan lupa para analizar los momentos y las sensaciones. Para seguir soñando no hace falta ir a un teatro.