uando en el partido decisivo de Nápoles el equipo logró la clasificación, nos pusimos muy contentos. Cuando el sorteo de octavos de final nos emparejó con el Manchester United, quizás no tanto. Nunca llueve a gusto de todos. Como hace mucho tiempo de aquello, las cosas se van viendo de muy diferente manera. Por ejemplo, hace unos días grababan un vídeo al sueco Isak. Le pedían, a través de preguntas, que fuera eligiendo entre una cosa y otra. Todo, como muy diverso. Debía decidir entre la pizza y el sushi, entre ir una isla desierta solo o con una persona que no le cayera bien. Así unas cuantas, hasta que llegó la de contenido musical. ¿Si tuvieras que optar entre los Beatles y el reggaeton?, le preguntaron. Dudó, hubo un silencio y contestó.

Esperaba escuchar la respuesta que me apetecía, pero fue justo la contraria. Apartó a los escarabajos de su lista de filias. Casi casco. Creo que solté un exabrupto. Era lo mismo que decidir entre Liverpool y Manchester. No son dos ciudades muy bonitas, poco cautivadoras, preferentemente industriales, con el centro de las urbes más o menos atractivo y poco más. Pero la primera cuenta con un lugar histórico, The Cavern, un espacio con bóveda de medio cañón donde comenzó todo, el santuario de la beatlemanía. Impresiona cuando entras allí, porque es un rincón pequeño, pero inmenso por lo que significó. Interpretaron canciones maravillosas que hoy perduran en el recuerdo de muchas generaciones de personas que vivieron una experiencia diferente, un antes y un después. Crearon tendencia y muchas cosas más. Aún hoy, oigo Yesterday o Let it be y se me ponen los pelos de punta.

Alex, tío, con lo buen chico que eres ¡cómo me puedes dar un disgusto semejante! Solo se me pasaba con un par de goles, por lo menos, en la cita frente al Manchester, equipo al que no le guardo ninguna simpatía (desde anoche aún menos), pese a que vi jugar con esa camiseta a dos jugadores maravillosos como George Best al que apelaban el quinto Beatle o Bobby Charlton, un lord con el balón. Con ellos, Nobby Stiles, un molino de viento repartiendo estopa. He visto miles de partidos, equipos y jugadores. Han pasado más de 50 años desde entonces y sigo sin encontrar a nadie capaz de dar tanto en tan poco tiempo. Hoy, los árbitros no le permitirían jugar.

En Turín no viven los músicos británicos, pero viene bien recordar a Umberto Tozzi, nacido en aquella ciudad piamontesa que anoche fue la casa de la Real en un partido de postín continental, sin aficionados, sin cohetes, sin música celestial. Con tanto acompañamiento musical se trataba de no desentonar mucho, ante un equipo que te multiplica por no sé cuánto el presupuesto, que dispone de una plantilla de primer nivel y que te caza en el primer despiste que cometas. El primer tiempo fue una serie encadenada de olas. Un portento físico en todas las zonas del terreno. En unas te presionan, en otras atacan y en todo el recorrido no te dejan vivir. Llegar al descanso perdiendo por la mínima casi era un premio y la presencia de Alex Remiro bajo palos un bastión en el mano a mano. Lástima que en la jugada del tanto se produjera un desencuentro entre los centrales y el meta que supo aprovechar Bruno Fernandes que, dicho sea de paso, es un jugadorazo.

Y no puedo pasar por alto el tema de los calentamientos. Otra vez se nos cae un titular. No es normal lo que nos pasa. El entrenador había diseñado un equipo con Aritz Elustondo en el central derecho y con Zubeldia a su izquierda. Por decisión técnica, Le Normand no iba a ser titular. Lo fue porque el entrenador decidió que fuera él quien ocupara la plaza del beasaindarra. Lo escribí cuando sucedió lo mismo en el encuentro de Anoeta frente al Nápoles. Una situación así, más allá del nivel del futbolista, desconcentra al colectivo en los momentos decisivos de la preparación del partido. Todo sucede deprisa. Es obligado adoptar decisiones y el entrenamiento mental, la lectura individual del partido, sufre menoscabo. Añadamos también que el meta Gaizka Ayesa pasó por idéntico trance y que el suplente era Unai Marrero, un chico de 19 años que, posiblemente, se pasó rezando el rosario (ayer, para más inri, creo que tocaban los misterios gozosos) con su correspondiente letanía pidiendo a la Divina Providencia que no le sucediera nada al de Cascante.

Pese a que no figuraba en ninguna de las dos alineaciones, apareció Murphy para aplicar su ley. No quieres taza, taza y media. Después de un par de entusiastas escarceos en el inicio de la segunda parte, los ingleses robaron balones, con presión milimétrica, salieron como flechas hacia la meta de Remiro para darle trabajo al señor del marcador. En un santiamén se apagaron las luces de todos y se lesionó Zaldua en la zona de isquiotibiales. No es fácil competir cuando pierdes por tres goles de diferencia y compruebas que el contrario es más fuerte que tú. Además, ni se conforma, ni baja la guardia siquiera en los minutos de prolongación donde sentencia más por si había dudas.

Evidentemente, el encuentro de vuelta en la casa del rival se convierte en un trámite y el cómputo de la eliminatoria, cuando acabe, un aprendizaje para todos. Lecciones que enseñan. Esta eliminatoria está viciada desde el principio. Un equipo viaja una vez, el otro, dos. Uno compite en su estadio y al otro lo mandan con traje de faralaes a taconear en tablao ajeno. Es lo que hay. Lo importante ahora es hacer recuento de fuerzas, recuperar lesionados, recomponer el estado anímico y disponerse a afrontar el inmediato futuro en el que sigue habiendo muchas cosas en juego. El de ayer no fue el mejor partido del equipo. No encontró ni el modo, ni la manera de ser él, de poner sobre la cancha lo que lleva dentro. En frente, un colectivo experto, con una fuerza descomunal, lo impidió. No estamos a ese nivel. ¡Para qué, engañarnos! Recuerdo ahora los versos del recientemente fallecido poeta Joan Margarit "Tras mirarnos durante unos instantes, he tomado, sin prisas, la parte más oscura del camino".